A. Darío Lara
Permitidme que brevemente evoque hoy la figura de uno de nuestros hombres más notables de ese siglo, a quien cupo el honor de recibir a los Académicos Franceses; luego de ofrecerles importantes servicios y, sobre todo, de brindarles su amistad, colaboró estrechamente en sus labores, con La Condamine en especial, y en compañía de este ilustre Académico, ambos realizaron la fantástica travesía del continente, desde las agrestes montanas andinas, navegando hasta el Atlántico por el inmenso río de las Amazonas o de Francisco de Orellana, quien en una de las aventuras más formidables de los siglos, aventura que se inició en Quito, en 1541, descubrió para el mundo entonces aquel gran río.
El nombre de Don Pedro Vicente Maldonado, tan poco conocido fuera del Ecuador, está íntimamente ligado al de La Condamine. A la distancia de más de dos siglos, al analizar los grandes hechos de aquel período, el Ecuador se siente orgulloso de aquel capítulo que no lo olvida, convencido de que: “… la memoria de los pueblos constituye su mejor defensa contra la tiranía y la muerte”. Aquella amistad que tejieron estos ilustres personajes, amistad iniciada en un hermoso sitio de los Andes, reforzada al bogar sobre las olas del gran río, tuvo su coronamiento en la Academia de Ciencias de París- en donde Maldonado fue recibido, como lo veremos- y por desgracia, también fue su conclusión en este continente.
En numerosas ocasiones, los Académicos de la Misión nos han hablado de la ciudad de Quito que fue el centro de sus actividades científicas. Palabras elogiosas sobre su clima, sus habitantes, los encantos de la vida. En efecto, Quito en esos comienzos del siglo XVIII era una ciudad muy castellana y muy americana. Se debe recordar, sin embargo, que mucho antes de la conquista española, Quito fue una ciudad de particular importancia histórica. Antes del año mil, por conquistas y confederaciones, cierto número de pueblos, los Caras, descendientes de los Mayas, se unieron para formar el “Reino de los Quitus”. Fue la célebre dinastía de los “Shyris de Quito”, cuya soberanía hereditaria duró alrededor de cinco siglos. A principios del siglo XV, los Incas emprendieron la conquista de dicho reino que fue el teatro de sangrientas luchas. Terminada la conquista, Quito vino a ser la capital del más grande de los emperadores Incas: Huayna-Capac. Después de su muerte, la división de sus dos hijos se terminó, luego de luchas fratricidas por la victoria de Atahualpa, príncipe quiteño, heredero legitimo del Reino de Quito. En esos mismos días, llegaban las tropas de Francisco Pizarro y el imperio cayó en manos de los Conquistadores, 1533.
Gracias a la obra de los misionarios, de algunos maestros españoles y el trabajo admirable realizado por los aborígenes, que poseían una vieja tradición artística, Quito llegó a ser un centro cultural admirable donde las características aborígenes y españolas se entremezclaron, dando origen a un arte típico. El español Jaén Morente ha escrito: “En Quito, se encuentra durante la época colonial la síntesis del arte hispánico y Quito fue la verdadera capital del arte americano, con la que sólo México pudo rivalizar”.
El personaje que más estrechamente se ligó con los miembros de la Misión, con La Condamine particularmente, pertenecía a la familia Maldonado, una de la más ricas y nobles establecidas en Riobamba. Don Pedro Atanasio Maldonado y Sotomayor, casado con la señora Isidora Palomino Flores, era el jefe de este hogar; Caballero de Alcántara, junto a la virtud, las artes y las ciencias, esta familia conoció una oportunidad admirable, tuvo la suerte de contar con una descendencia que acrecentaría su prestigio; entre los varones: José Antonio que será canónigo de la catedral de Quito, Ramón que entrará en la administración, y nuestro Pedro Vicente, el más notable de la familia y de quien nos ocuparemos especialmente.
De Geografía, sobre todo, y de una geografía practica y vivida; pues, Pedro Vicente dueño de varias propiedades, recorre las regiones de la Audiencia de Quito; sin temor de cansancio, según escribe el biógrafo citado: “mide montañas, calcula distancias, delinea caminos, recoge aquí y allí datos, todos los datos que le parecen ya necesarios, ya útiles para sí y para labrar la ventura de su patria…”. Es decir, asistimos al nacimiento de un autentico geógrafo, del geógrafo más notable de esos siglos en nuestro país. Geógrafo y visionario, pues pronto ha reconocido la importancia capital de que Quito, Riobamba, las ciudades interandinas tengan una salida al Océano. Se ha dado cuenta como para el progreso del país, en los aspectos económico y cultural, material y espiritual era indispensable salir del aislamiento que imponen aquellas cadenas de montañas, hermosas sin duda y extraordinariamente significativas en la estructura física y mental, espiritual de sus habitantes. De sus largos recorridos por la región, de su admiración por las riquezas que encierran y de lo que pueden significar para el desarrollo del país, Maldonado comprende la necesidad de un camino que ofreciese una pronta y amplia salida hacia el mar, desde la ciudad de Quito, centro político y económico llamado a un futuro imprevisible. Era urgente unir Quito a las playas de la provincia de Esmeraldas; de donde se estaba más cerca del istmo de Panamá, punto indispensable para llegar a España, a Europa: al centro de la civilización, sueño de todos los espíritus inquietos y deseosos de mejorar sus conocimientos.
Después de ocho años de reflexión, de preparación, madurado su proyecto, Maldonado ha recibido el nombramiento de Gobernador de Atacames, para que realizara el proyecto de su camino, cuya construcción comienza en 1733. Siguen largos años de trabajo, de esfuerzos en que sacrificará su tiempo, su dinero, su salud… y con grandes dificultades, en más de tres años de trabajo, la ruta no logra aún voltear la inmensa muralla de la Cordillera andina.
El prestigio que había precedido a los Científicos Franceses era inmenso. Se conocía que tan distinguidos visitantes traían una misión enorme – por primera vez emprendida en ese continente – y que sus conocimientos superaban a los conocimientos de los más aptos de estos reinos. La astronomía, la física, las ciencias naturales, las matemáticas… no eran precisamente materias que se dictaban en las universidades y, por lo mismo, se carecía casi totalmente de personas iniciadas en esas materias.
Pedro Vicente, feliz de contribuir al bienestar de los Académicos, lo estuvo mucho más, cuando pudo junto a ellos, a La Condamine en especial, iniciarse o progresar en los conocimientos de aquellas ciencias que había trabajado en privado y que tanto le entusiasmaban. De manera que, una amistad que se inicia sencillamente en los salones de una sociedad culta, tanto en Riobamba como en Quito, que va luego a las manifestaciones de generosidad y comprensión por parte de la familia Maldonado que viene en auxilio de las necesidades de los Académicos, franquea pronto los límites de la intimidad, cuando Pedro Vicente se vuelve un asiduo conversador, un discípulo y finalmente un colaborador en los trabajos de la Misión. La Condamine, desde el primer momento, apreció altamente las cualidades del joven riobambeño. Como lo confirma el general Georges Perrier, cuando escribe: “… Durante la estadía de los Académicos en la región de Riobamba, lazos de una estrecha amistad se entablaron entre Maldonado y La Condamine, a quien el carácter del joven criollo le fue eminentemente simpático. Sagaz, generoso, enérgico, tranquilo en el peligro, dotado de cualidades necesarias para mandar a los demás, así era al amigo de La Condamine”.
Con los conocimientos, con la amistad de La Condamine, Maldonado hizo rápidos progresos. Las cualidades morales del francés y del criollo permitieron pronto al maestro y al discípulo colaborar admirablemente. La Condamine en más de una ocasión lo reconoció generosamente: “Su pasión por instruirse, escribe el Académico, abarcaba todos los géneros y su facilidad para concebir suplía la imposibilidad en que se había encontrado para cultivarlos todos ellos desde su primera juventud…”. Tendré ocasión de recordar, luego de la muerte prematura de Maldonado, los testimonios elogios que los Académicos – La Condamine en especial – nos han dejado sobre nuestro ilustre compatriota.
A medida que Maldonado avanzaba en su camino a Esmeraldas, trabajaba en un mapa de la Presidencia de Quito. Estamos en 1741, La Condamine escribe: “En este tiempo trazaba con don Pedro Maldonado la carta geográfica de la parte septentrional de las costas de la Provincia de Quito, que él acababa de recorrer; comunicóme ampliamente sus rutas, sus distancias calculadas y las cuartas que había observado con una brújula, especialmente construida, y cuyo uso le había enseñado. Con estas indicaciones y con algunas Memorias que él había recogido en aquella región, tuvimos excelente material con que delinear la costa desde Río Verde hasta la desembocadura del Mira y el curso del Río Santiago, que don Pedro había remontado. Esto añadió un fragmento nuevo al mapa enviado por mí a la Academia, en 1736”.
Páginas más adelante, en su Journal du Voyage, La Condamine volverá a destacar el trabajo del científico riobambeño y su participación en sus estudios y trabajos. Desde luego, no debemos olvidar que La Condamine, con la amplitud de espíritu que caracteriza a los verdaderos científicos, al referir a los detalles de sus trabajos cartográficos, si subraya la labor de Maldonado, rinde también un homenaje caluroso a sus precursores. Pues, fueron numerosos quienes en los años anteriores habían tratado de levantar esbozos de cartas geográficas, muy elementales al comienzo, por falta de tantos medios, pero que muestran el interés, de los Misioneros en especial, de dar a conocer aquellas lejanas regiones a las autoridades de España o para el trabajo de evangelización que ellos mismos debían cumplir.
Se ve así, que La Condamine y Maldonado están asociados en una labor que tanto significaría para el progreso de este ramo del saber en pleno siglo XVIII. Nada extraño, que un siglo más tarde y cuando ya tanto se había progresado en estos conocimientos, al crearse la primera Escuela Politécnica en Quito, en 1870, uno de sus profesores, el Jesuita alemán, P. Menten, en su “Relación sobre la expedición de los Académicos Franceses”, publicada en Quito, en 1875, escribiera:
Sin descuidar la inmensa labor científica cumplida por los Académicos y la serie de trabajos que acompañaron a sus viajes, como resultado de sus investigadores, sin embargo, la importancia de este trabajo significó tanto para el adelanto del conocimiento geográfico, que con justicia se ha reconocido que bastaría este aspecto, este detalle de la labor cumplida por La Condamine, por Maldonado, para justificar los enormes trabajos, los grandes sacrificios que conoció la expedición del siglo XVIII.
Pero, veo que me aparto de mi asunto y que por este camino podría ir muy lejos en su asunto tan amplio, desde luego tan interesante, como compleja. Vengamos al regreso de nuestros héroes.
Naturalmente, en el viaje de regreso La Condamine debía distinguirse de sus colegas y para sus proyectos aventureros encontró a su fiel amigo Pedro Vicente el mejor apoyo, el compañero admirable para viajar de la Audiencia de Quito a Europa, siguiendo las huellas del extraordinario Francisco de Orellana, el descubridor del Amazonas, quien partiendo en 1541 de Guayaquil a Quito, para juntarse con el gobernador, Gonzalo Pizarro, exploró la tierra de “El Dorado”, la provincia de la Canela… Allí donde varios de sus infelices compañeros hallaron la muerte más cruel, Orellana con un puñado de aventureros navegando en los ríos de esa selva, encontró el camino del Amazonas y de la gloria, en febrero de 1542.
La preparación del viaje por parte de Maldonado fue muy meticulosa. Desde luego, ha dispuesto con rigor de la administración de sus numerosos bienes; su ambición ahora es partir a Europa. Ha abierto el camino que tanto le costó, había colaborado con los Académicos y aprendido mucho, había trabajado en el proyecto de su mapa… era el tiempo de pasar a España, en primer lugar, para obtener de la Corona y del trabajo de Indias la confirmación de su gobierno en la Capitanía General de la rica provincia de Atacames. Sobre todo, los seis años de trato con los Académicos habían despertado el deseo de completar sus conocimientos, preveía que muchos proyectos esbozados, discutidos con los Franceses podrían ser realidad en su país: en la agricultura, en la industria textil, en las minas… había tanto que realizarse y Maldonado veía que era posible si, sacrificando sus comodidades, parte de su fortuna personal… no se consagraba sino al progreso material, cultural de sus compatriotas. Noble ambición que demuestra la grandeza de alma, la altura de ideal que animaron a este ilustre riobambeño, convertido así en uno de los símbolos más puros de su patria.
Maldonado recogió alguna de esas plantas de canela para dárselas a La Condamine. Los Académicos habían enviado algunas ramas a Francia e Inglaterra. En Londres se grabaron láminas con dicha planta, dando su descripción para el público. En París, Maldonado encontrará algunas de las plantas enviadas por los Académicos… Una de las tantas y tantas demonstraciones de la actividad sin límites de la Misión.
Qué diferente tono del que han empleado ciertos escritores mal informados al referirse a nuestra historia del siglo XVII, XVIII, cuando ignorantes de documentos y relaciones auténticos de quienes vivieron e hicieron una labor admirable, nos ofrecen comentarios falseados, incompletos, por motivos que nada tienen que ver con la autentica ciencia histórica.
Imposible no mencionar en el curso de este viaje el cuidadoso trabajo geográfico de La Condamine. Con los mapas a la vista del famosísimo Padre Fritz y del ya mencionado Padre Juan Magnin, traza el mapa del curso del Amazonas. Maldonado colabora también; así el Académico confiesa: “Entre ambos resolvimos estudiar el sol y las estrellas y luego aprovechar los resultados, sobre todo con los croquis de mapas que frecuentemente trazamos mi compañero de viaje y yo”. De este modo, para los dos científicos, se mezclan constantemente con la observación del sol y de las estrellas (Le Procès des étoiles que continua, después del observatorio de los Andes), la observación de las riquezas naturales; la vegetación con tantas gomas y resinas, bálsamos innumerables, la quinquina. “Mi primer cuidado al llegar a Cayena, (leemos en el Journal de La Condamine en febrero de 1744) fue el distribuir a diversas personas simiente de quina, que entonces no tenían más que ocho meses…”. Evidentemente, provenían de la provincia de Loja, en el Ecuador. Además el caso y la vainilla, el caucho ya mencionado y mil variedades de aceites; los arboles parásitos, las flores raras, por su fragancia y su colorido, las lianas trepadores o los truncos de arboles descomunales; tomaron la dimensión, por ejemplo, de un árbol caído: 84 pies desde las raíces hasta las ramas; 24 pies de circunferencia en la parte inferior de su tronco. Iguales sorpresas nos ofrecen en el mundo animal, en el mundo mineral, con observaciones tan curiosas, como variadas.
No podían faltar las informaciones acerca de los habitantes que pueblan aquellas regiones, alejadas de la civilización, olvidados en sus milenios de historia. Poco tribus habían recibido a los misioneros, los únicos mensajeros que penetraban hasta ellos. La mayoría, vivía abandonada a sus costumbres, en medio de las selvas, entregados algunos a la más degradante antropofagia. En todas sus expresiones se veía que la civilización no había llegado hasta ellos. Maldonado y La Condamine los vieron así, desnudos, preocupados de su alimento como de sus vestidos de la manera más elemental, con prácticas que denotaban un estado de primitivismo general, tan alejado, por ejemplo, de las civilizaciones que habían florecido en las altas mesetas andinas, desde México y América Central, hasta las costas del Pacifico Sur.
El 3 de diciembre de 1743, Maldonado y La Condamine se despiden con cálidos abrazos. Se habían dado cita en París, cuando Maldonado se embarca para el Portugal, dirección a Madrid y La Condamine deja Pará, en donde ha tenido una nueva oportunidad de salvar la vida a mucha gente de la epidemia de la viruela, el 29 del mismo mes, rumbo a la Cayena, donde llega en febrero de 1744. La Condamine, preocupado de lo que podría sobrevenirle en el resto de su viaje, especialmente en la travesía del océano, ha tenido la preocupación de confiar a Maldonado – gesto que muestra hasta donde había llegado su amistad – su testamento. EL Académico escribe:
Así se termina esta extraordinaria aventura de estos dos científicos. Después, sus relaciones se reanudaron en París. En efecto de Lisboa, Maldonado pasó a Madrid, en donde el Consejo de Indias le concedió la Gobernación de Esmeraldas, con una bella renta de 4600 pesos anuales, pagaderos de las entradas del nuevo puerto de Atacames. El rey Fernando VI no sólo confirmó las resoluciones de la Audiencia de Quito, sino que además le otorgó los títulos de caballero de la Llave de Oro y Gentil Hombre de Su Majestad Católica”. Pedro Vicente obtuvo, además, el marquesado de Lises para su hermano Ramón. De Madrid Maldonado pasó a Francia, visitó los Países Bajos, siempre movido por el deseo de mejorar sus conocimientos… Pero, sin duda alguna su mayor alegría y que más debieron marcar su vida fueron los días de 1747, cuando de nuevo en París, se encontró con La Condamine, que había llegado dos años antes. El Francés se comportó admirablemente, le agasajó, le presentó en la Academia de Ciencias, en donde fue recibido como Miembro Honorable el 24 de marzo de 1747. Privilegio que ningún colono americano había recibido hasta entonces. Vale la pena que mencionemos los términos de las “cartas de correspondiente para Don Pedo Maldonado otorgadas por la Academia Real de las Ciencias:
He recordado que La Condamine al separarse de Maldonado en Pará, tomó el camino de la Guayana Francesa. Los largos meses (febrero – noviembre de 1747) que La Condamine pasó en la Cayena son de los más activos y beneficiosos para sus investigaciones, sus experimentos. Aprovecha para realizar múltiples experiencias de física, del péndulo, la velocidad del sonido; ha traído semillas de quinina desde Loja y muestras de plantas, como el curare que visto usar a los aborígenes en sus flechas envenenadas… Ha reunido una extraordinaria documentación de los trabajos de la expedición, que lleva ahora a Francia. Sin olvidar que en la Cayena ha comenzado el trazo de su mapa de la cuenca amazónica; mapa de gran valor que hasta hoy se puede utilizarlo. Según se ha dicho: “Por sí solo, justifica ampliamente el viaje de La Condamine”.
Siempre preocupado por el progreso de su país, en agosto de 1748, Maldonado pasó a Londres donde pensaba adquirir maquinarias para la construcción de naves. La Sociedad Real de Londres, que no ignoraba los méritos del americano, le nombró también en el número de sus Miembros. En esa ciudad, víctima de una rápida como grave enfermedad, pese a las atenciones del célebre médico doctor Mead, el 17 de noviembre, cuando iba a cumplir 44 años, expiró, lejos de los suyos, en tierras extrañas… La Sociedad Real de Londres, las Academias de París y Madrid fueron las primeras en lamentar la desaparición de un personaje que tanto prometió para su país… Colmo de la desgracia: sus restos que se conservaban en una iglesia de Londres, bombardeada en los años de la última guerra, desaparecieron entre un montón de ruinas. Así, del ilustre Maldonado no nos quedan sino la historia de su vida, algunos trabajos como una descripción de la provincia de Esmeraldas que pudo terminar antes de su viaje y su mapa; los demás manuscritos, dibujos, papeles han desaparecido o existen en archivos de otros países.
Aun después de la muerte de su amigo, La Condamine se ocupó de él. Luego de recordar las circunstancias de su muerte en Londres y de la Asistencia que recibió, especialmente del señor de Montaudoin, francés, señala que esos amigos de Maldonado:
En la breve síntesis de los trabajos de Maldonado he recordado el interés, la pasión que despertó en muchos americanos el paso de los Académicos. Los numerosos biográficos de este ilustre Riobambeño han destacado la influencia que la Misión tuvo en los finales del siglo XVIII y continuó en los albores de nuestra República, luego de su independencia de 1830. Ni se ha de olvidar que esta Misión dio origen a una segunda, “la Mission du Service Géographique de l’Armée Française en Equateur” (1899-1906) cuya tarea fue verificar, completar los trabajos de los tres Académicos del siglo XVIII. En esta segunda misión conocemos dos nombres que se destacaron particularmente, el del general Georges Perrier (quien presidió en 1936, el segundo centenario) y el de Paul Rivet, admirable Francés, tan íntimamente ligado al Ecuador, hasta por sus lazos familiares y que consideraba este país como su segunda patria.
Por todos estos motivos, nada extraño que el Ecuador, una vez independiente, haya mirado muy particularmente a Francia para su desarrollo intelectual, educativo, literario y científico, a través de todo el siglo XIX. Nuestros universitarios, profesores, médicos, escritores, científicos estuvieron especialmente ligados a Francia en donde vinieron, siguiendo las huella de Maldonado, a buscar aquellos conocimientos que Godin, Bouguer y La Condamine habían revelado en el siglo anterior. Si después de las dos guerras de este siglo, hubo años de estancamiento y hasta de disminución de esta corriente, podemos afirmar que desde dos o tres décadas, este movimiento ha vuelto a conocer un especial desarrollo. Numerosos Ecuatorianos han estudiando en Francia, la labor de la Alianza Francesa, las diferentes misiones enviadas por Francia al Ecuador, contribuyen hoy a mantener estos lazos excepcionales tejidos entre los dos países; la amistad que siempre ha existido entre el Ecuador y Francia hay que buscar su origen en aquella que unió tan íntimamente a nuestro Pedro Vicente Maldonado y Charles-Marie de La Condamine.
El 11 de julio de 1774, l’Abbé Delille, al pronunciar el elogio fúnebre de La Condamine, cuyo sillón iba a ocupar en la Academia Francesa, terminó su discurso con estas frases:
L’Abbé Delille puede descansar tranquilo, el Ecuador más que “algunos ramos de Laurel” ha honrado admirablemente el nombre de su ilustre predecesor. En Quito, el más importante centro cultural francés lleva el nombre de “La Condamine” y, con motivo de esta conmemoración de los 250 años, el Ecuador, con la colaboración de Francia, España, Alemania… han reconstruido uno de los Centros más bellos, en que los recuerdos históricos, los adelantos de un turismo moderno, se unen muy artísticamente, en este sitio conocido como “la mitad del mundo”, en el norte de la Ciudad. En dicho Centro junto a los bustos de todos los Académicos, de sus Asistentes (sin olvidar a ninguno), se verán también los bustos de los Oficiales Españoles, de Humboldt y su compañero de viaje Aimée de Bonpland, hasta el de Rivet y los miembros de la Segunda Expedición.
Que el espíritu de La Condamine y Maldonado: símbolo de la amistad de Francia y el Ecuador, anime a las nuevas generaciones de mi Patria al finalizar este siglo y estimule siempre para continuar su noble carrera por los caminos de la Ciencia y la libertad.
París, noviembre 1985
Del mismo autor ver también: Pierre Bouguer, un desconocido