UN MUNDO PARA PACO*

Francisco Tobar García                                                                              

                                                                             

     Un mundo para Paco, es el nombre de este artículo. Se lo ha bautizado así porque intenta reconstruir a grandes rasgos una época, una sociedad, una obra literaria; la vida interior de un hombre que fue humanista apasionado, quien se expresó a partir de una obra literaria, y, desde una suerte de anarquía urgente. Era un rebelde solitario, pues se sentía un extraño en medio de los contrastes políticos de la época; de la inconformidad de pertenecer a una clase social, a la que veía estática y poco auténtica; de mantener contra viento y marea, aquello que era el producto de su interés esencial: el teatro. Nació en Quito, en l928 y empezó a publicar sostenidamente a partir de l950 obras dramáticas y poéticas; dejó de hacerlo cuando partió, en 1997. Si bien llenó la mitad del siglo XX, no obstante, no tuvo la oportunidad de dar una lectura al significado de su presencia en el tiempo del arte, y, de visualizar su proyección. Porque, obviamente, no se puede ser y estar, simultáneamente, en el presente y en el futuro, y menos aún, en la huella que va a quedar impresa de lo que representó aquel tránsito vital. Más tarde, su don empezará a elevarse por encima de su tiempo, y, en esa perspectiva, intenta afincarse este artículo: en devolverle a Francisco Tobar García, el mundo al que, quizás, no alcanzó a dar una lectura justa y, en compartir con este, su legado.

Paco Tobar, identificaba el leitmotiv de su obra, desde su propia estructura motívica, es decir, desde su personal manera de pensar y de sentir; su pasión por perseguir la tentación inspiradora, se convertía en la íntima aspiración de dar vida al mito mágico que se arma desde la interioridad. Los temas o quizás, el tema: existencia humana asimilada a una naturaleza animada (mar, tierra, paisaje), la que se conjuga con sus exposiciones o episodios poéticos y dramáticos, muestra crueles situaciones humanas, algunas atadas a experiencias subjetivas intemporales, siempre reinsertadas, ora en sus dramas; ora en sus poemas. Esta trama constante, urdida entre realidades acres y dramas humanos, aparece en diversas oportunidades penetrada por la presencia de fantasmas, ni vivos ni muertos van y vienen; Tobar creía  en ellos. Muchos de sus ambientes están habitados por la huella de espectros: duelos imposibles, fantasías evocadoras, sensaciones instantáneas. Los fantasmas de Tobar aparecen en aquel lapso, cuando se graba en la memoria de los sentidos una tarde soleada, por ejemplo; cuando asoma una impresión conmovedora para pegar la nostalgia al sabor de lo vivido; cuando se amaña una lágrima a una sonrisa encantada; allí están esos fantasmas; a veces así de sensuales; a veces parabólicos; tristemente inasibles.

Como autor de comedias proyectó su ironía; capaz de una sátira mordaz, confrontó a una sociedad prendada de aquella leyenda tradicional, la que persigue todavía, la reconstrucción generacional de una identidad afincada en la noción de abolengo; indolente, ante las transformaciones culturales y sociales de los tiempos; casi siempre ausente de los dramas de la nacionalidad y tantas otras condiciones del discurrir social y nacional. En realidad, eran sicodramas los que presentaba, pues desde un elenco actoral, de igual ubicación, Tobar García intentaba desacralizar aquella suerte de fijación mental, además de lanzarle a boca de jarro  sus limitaciones de orden ético y estético, obviamente. Histriónico, y, a la vez, hábil constructor de tramas, al estilo de Chesterton, el dramaturgo inglés, o de Rabelais, el insigne francés, no dejaba de recordar al viejo Aristófanes. Muchos críticos y periodistas de la época elogiaron su maestría para manejar con pinzas: humor, sátira, pesimismo y melancolía.

Sin embargo, abordar el perfil humano y artístico de Francisco Tobar García, poeta, novelista, dramaturgo, actor y diplomático, representa una compleja tarea, pues tal objetivo solo puede intentarse desde la reconstrucción de su mundo subjetivo, basándose en la visión que se puede obtener de su personalidad, a través de los testimonios de quienes fueron alumnos de sus clases magistrales de literatura comparada, la que impartiera en la Universidad Católica del Ecuador, a lo largo de la década de l960. Sin duda, es posible dar una lectura al mundo de sus visiones perennizado en su obra literaria, así como entender al artista, desde su posición frente a la época en que le tocó vivir. Un acápite fundamental asume la memoria que aún subsiste del Teatro Independiente  del que fuera su Director, durante diez y siete años, aquellos que transcurrieron entre l954 y l970.

Desde una somera muestra de lo que fueron sus clases de literatura, en la facultad de Filosofía y Letras de la Pontificia Universidad Católica, se aproxima, en este ensayo, una visión de lo que fue su perfil humano: a través del estudio de escritores, dramaturgos, personajes y presupuestos teóricos, se reconoce in crescendo, quién era el maestro; desde su época y los respectivos hechos y circunstancias sociales que marcaron su personalidad, se intenta extraer el contenido de su rebeldía y a la vez la razón de sus opciones; desde su producción poética y dramática se pretende, en apretada síntesis, mostrar que su mayor preocupación se centraba en hurgar el drama de la humanidad abandonada a una condición efímera y a la vez trágica. La muerte, el odio, la soledad, conflictos de conciencia, inquietudes metafísicas que son el leit motiv, se hacen visibles en toda su obra dramática. Marca la ruta, el esquema de la tragedia griega: la lucha de un carácter contra el medio, y, frente a los otros; en el fondo, solamente existe la lucha pertinaz contra el destino. Eso es lo que caracteriza a la tragedia: no existe una salida: el destino será el vencedor. Siempre la humanidad se verá  inmersa en la impotencia frente al misterio eterno.

Alrededor de esta postura, expresada por el dramaturgo a través de los parlamentos de sus  personajes en la escena, se promovía el debate. Críticos católicos de la obra de Tobar se pronunciaban desde su óptica, en relación a la condición trágica de la humanidad: alejada de Dios, afirmaban, deja de percibir que su amor es un hecho dado, a través de su Hijo: Jesucristo1. Estaban, además, los que consideraban que era profundamente cristiano el hecho de preguntarse el porqué de la miseria humana2. Otros, alineados en la lógica del pensamiento judeo-cristiano, afirmaban que la condición trágica en que están ubicados los personajes de la obra de Tobar, está situada en una direccionalidad antigua: la culpa3. Culpa por estar alejados de Dios; alejamiento, causa de la desgracia suprema.

Si bien, Paco Tobar enmarca varios de sus dramas en la concepción de lo llamado “trágico al estilo griego” (no existe salida posible), sin embargo, proyecta en su obra imágenes de cariz naturalista: sin que se pretenda afirmar que busca a Dios en la naturaleza, muestra que la condición humana está inmersa en ella. Parecería decir que existencia y angustia van indisolublemente unidas y atónitas, acogidas por una matriz misteriosa; gestación perpetua que va de lo temporal a lo intemporal; existencialismo, “otro” que canta al misterio; poesía que se eleva y requiere posarse. Y este es uno de los rasgos que, más tarde, va a dar una contextura posmodernista a una  gran parte de su producción literaria.

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  1. Laso, José: Drama terriblemente hermoso, Diario MERIDIANO, Quito, JUNIO 6, l965.
  2. Espinosa Cordero, S.J. Simón: Las Ramas Desnudas, El Tiempo, mayo 29 de l965.
  3. Campos Martínez, Luis: Carta a Paco Tobar, La butaca del lector, Diario el tiempo, Quito, 1 de junio de l965.

La mayor parte de la obra de Tobar fue escenificada, justamente, cuando el efecto de la Revolución Cubana de l959, se sentía vívidamente en Ecuador como en América Latina. El proyecto popular conocido como “el proletariado al poder” intentaba expresarse a través de una lingüística, y, suponía que pensadores, escritores y artistas sumarán su quehacer a la causa. Y esta fue una de las sorpresas que habría de llevarse el teatro de Tobar, pues, al escenificarlo, debió enfrentar la presencia social. Si bien consideraba que la representación dramática estaba hecha para un público, sin embargo, mantenía una posición, para él, incontrovertible (sin lugar a discusión): consideraba que un artista auténtico, defendía la gratuidad del arte: el arte por el arte. No podía existir un arte puro si ya estaba comprometido con una causa cualesquiera. La única bandera que podía exhibir, era la estética; esa era su razón de ser. Como un principio purista habría calificado a esta aseveración el pensamiento de vanguardia, pues aunque, la literatura, ya no estaba interesada en la denuncia social como en la década de l930, en la de los años sesenta, la ideología marxista aparecía en los desfiles reivindicativos de los sectores populares, en las arengas de sus líderes, y, en las aspiraciones de muchos intelectuales. En el Ecuador, los ideólogos de la época habrían intentado conseguir que sus escritores se involucraran con el proyecto popular, en el afán de dar mayor visibilidad a la imagen de sus pueblos; se trataba de abonar a la construcción de la identidad socialista ecuatoriana, a la par que surgía en el horizonte, la pasión por transformar estructuras sociales. Por su parte, Francisco Tobar se dedicaba a poner en evidencia a su clase y caía en sus propias redes: exhibía un teatro de tinte europeo, inmerso en un imaginario clásico, ausente de la realidad social y política, peleaba en favor de sus propias consignas. Entonces se convierte en un fondo de contraste, pues representa la imagen de lo llamado: conservador. Y por aquello habría de confrontarlo, en algunas ocasiones, la institucionalidad cultural. Décadas más tarde, sociólogos, antropólogos y políticos ofrecieron una lectura de situación renovada, hecho que facilitó al análisis literario, delimitar territorios: la literatura posmodernista, por ejemplo, trazará su representación simbólica per se.

Este ensayo va a incluir, en un acápite, algunas muestras de lo que fue el “Teatro Independiente”, a través de la memoria escrita y gráfica que aún subsiste, pues los Medios de Comunicación, especialmente los diarios de mayor circulación en el país, siempre se mantuvieron atentos a cada una de las “temporadas” que cada año presentara al público capitalino, Francisco Tobar García, su Director. Importantes periodistas como Hernán Rodríguez Castello,  Sergio, Selligman, Paul Engel, Luis Campos, Simón Espinosa, ingresaron en el escenario de la acción teatral, al compartir su opinión desde la Prensa. Escritores como Benjamín Carrión, Jorge Icaza, apoyaron el quehacer cultural de Tobar García, y, señalaron sus hallazgos. Críticos reconocidos como el jesuita Miguel Sánchez Astudillo, analizaron con ojo crítico el quehacer literario y destacaron su poesía.

Sin duda, el Director, contó con el apoyo incondicional de un grupo de actuación que año tras año se responsabilizaba por el desempeño artístico. Actrices como Martha Rojas, Flor de María Alcívar, Amparo Fegan, Rosario Mera, Martha Larrea, Guiomar Suárez; actores como Guillermo Tobar, Miguel Ordoñez, Guillermo Espinosa, Xavier Ponce, Carlos Egas, encarnaron vívidamente a sus personajes. Francisco Tobar García, revitalizó la escena en Quito y fue considerado como el: “discutido, indiscutible”.

Ha sido una suerte grande contar con el apoyo de Miguel Ordoñez Villacreses, (ex actor) quien hizo posible que este trabajo incluyera una muestra gráfica de lo que fue el Teatro Independiente.

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*El nombre: Un mundo para Paco, no intenta parafrasear a la novela: Un Mundo para Julius del escritor peruano Bryce Echanique.

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