A. Darío Lara

El jueves 23 de octubre de 1997, en el saloncillo adjunto a la sala X de la Unesco, al pie del mural de Oswaldo Guayasamín, se llevó a cabo la presentación del libro Juan Montalvo –Oeuvres Choisies.

Antes de referirme a este acto que reunió a un selecto grupo de ecuatorianos y a varios amigos de diferentes países, creo necesario recordar el génesis de un proyecto iniciado en 1982 y que vino a coronar la presentación mencionada.

Cuando la celebración del sesquicentenario del nacimiento de Juan Montalvo (1832-1982), nuestro activo Embajador del Ecuador en París, Delegado Permanente ante la Unesco, que por excepcionales circunstancias asumía también en dicho Organismo las funciones de “Presidente del Grupo Latinoamericano” y de “Presidente del Grupo de los 77”; (añadiré, además, que estaba de candidato a un puesto en el Consejo Ejecutivo de la Organización, elección que la tenía asegurada a ciento por ciento, si la miopía de ciertos funcionarios de “carrera” no hubieran cometido la barbaridad de separarle de sus funciones antes de tales elecciones), pues bien el Embajador Gonzalo Abad Grijalva, para asociarse al programa que preparaba Ambato en ocasión de aquel sesquicentenario, resolvió presentar a las autoridades competentes de la Unesco el proyecto de la edición de un libro con páginas selectas de Juan Montalvo. En vista de la poca conveniencia de traducir una sola de sus obras se juzgó más interesante publicar una selección que diera una idea más exacta de la tan variada y rica producción de nuestro Cosmopolita.

Debo recordar que a principios de este siglo, la memoria de Juan Montalvo había palidecido bastante en Francia, en el mundo de las letras. Un brillante paréntesis se abrió para su memoria en la década 1920-1930, gracias a Gonzalo Zaldumbide que publicó en la Editorial Garnier Hnos. casi toda la obra de Montalvo, en español, y con prólogos de Miguel de Unamuno, Francisco García Calderón, Rufino Blanco Fombona, entre otros. En 1926, Gonzalo Zaldumbide hizo colocar una placa conmemorativa en la casa de la calle Cardinet y pronto se inaguró el busto de Juan Montalvo en el square de la América Latina (Puerta de Champerret), junto a los bustos de Rubén Darío, José Martí, José Enrique Rodó. Más tarde vendrían a completar tan brillante representación de nuestra América: Justo Sierra, Andrés Bello, Ricardo Palma y Benjamín Vicuña Mackena; todos alrededor del precursor y general Francisco de Miranda. Pasada aquella década, el olvido vino nuevamente a tender su manto de silencio sobre la memoria del mayor de nuestros escritores.

La preparación del sesquicentenario de 1982 removió las cenizas y alimentó la llama que debía proyectar rayos luminosos para la recordación de Juan Montalvo. Invitado a participar en el “Coloquio” de Ambato, en abril de este año, al dictar mi conferencia presenté los originales del libro Juan Montalvo en París, editado por la Subsecretaría de Cultura y el I. Municipio de Ambato, en 1983. Más tarde, en 1996, el libro Este otro Montalvo, de Claude Lara Brozzesi, vino a completar muchos datos de la vida de Juan Montalvo en París y de su hijo francés, Jean Contoux-Montalvo.

El Embajador Gonzalo Abad Grijalva presentó el proyecto de una antología de Juan Montalvo que debía publicarse en edición bilingüe, español – francés. Se resolvió que dicha antología sería preparada por los señores Alfredo Pareja, Plutarco Naranjo y el suscrito. La propuesta ecuatoriana fue aprobada por la Unesco, como lo prueban los cinco puntos de la “Recomendación” del Consejo Ejecutivo, en su 114ª Reunión, de 5 a 21 de mayo de 1982.

El primer punto de la Recomendación dice:
“El Consejo Ejecutivo,
Considerando que el 13 de abril de 1982 se cumplió el 150º aniversario del nacimiento de Juan Montalvo, notable escritor y ensayista nacido en Ambato (Ecuador).
5. Recomienda al Director General que prevea sobre todo la posibilidad de publicar en la colección de obras representativas un libro con las obras escogidas de Juan Montalvo (114 EX/SR:12).

De la presentación del proyecto en 1982 a su cumplimiento en el acto que comento, han pasado quince años. Quince años que prueban que la inercia con que se despachan varios proyectos en los Organismos Internacionales, que bien necesitarían (en términos del Ministro de Educación de Francia al referirse a la lenta, pesada administración de su país) un desengrase (un degraissage). Hay que mencionar también el descuido, si no la indiferencia de algunos funcionarios de las Misiones Diplomáticas, poco preocupados por cuanto se relaciona con los asuntos culturales de sus países. Como haciendo excepción a tal categoría de funcionarios, debo destacar la activa y permanente preocupación de nuestro Delegado Alterno ante la Unesco, doctor Mauricio Montalvo (por algo lleva el apellido de su ilustre antecesor); quien desde su designación, en 1996, no ha dejado de interesarse en tan noble proyecto. Cada vez que me permití interrogarle sobre el asunto, siempre manifestó su preocupación, asegurándome que no estaba lejano el día en que ese libro estaría en mi biblioteca.

Es lo que ocurrió el 23 de octubre de 1997. Por una invitación del Embajador del Ecuador, Delegado Permanente ante la Unesco, doctor Juan Cueva Jaramillo, se anunció la presentación del libro “JUAN MONTALVO – OEUVRES CHOISIES”, editado por la Unesco y las Ediciones L’Harmattan, dentro de la colección “La Philosophie en comun”. La traducción al francés ha sido preparada por mi excelente amigo y colega de la Universidad de París X, Profesor Gabriel Judde. Pese a las dificultades que vivía la Organización por el desarrollo de la Conferencia General; la reunión en esas misma horas de varios Ministros de Educación en una sala adjunta y la presencia del líder palestino Yasser Arafat, superando todos aquellos inconvenientes, el acto conoció un brillante éxito y debe ser conocido por nuestros compatriotas, pues quedará inscrito en letras de oro como un singular homenaje a Juan Montalvo. La presentación se inició con la intervención del señor Patrick Vermeren, uno de los reponsables de la colección citada. En excelente síntesis destacó la personalidad de Montalvo: el escritor, el luchador que ya en su época ocupó un rango destacado y sigue influyendo en el pensamiento de cuantos luchan por la libertad, por los derechos del hombre. Llamó particularmente la atención la intervención de la señora Michele Gendreau Massaloux, Rectora de la Academia de París, Academia que comprende las diecisiete Universidades de la Capital y la región parisiense, cada una de las que está regentada por un Presidente. El rectorado y la secretaría de la Academia funcionan en los claustros de la venerable e histórica casona de Robert de Sorbon y del cardenal Richelieu. Alternando el francés con un excelente español (detalle que trajo a mi memoria el recuerdo de nuestro ilustre Rector, el gran hispanista Jean Sarrailh, quien dio extraordinaria impulsión a los estudios hispánicos e hispanoamericanos), la Rectora Gendreau- Massalou analizó los grandes capítulos de la vida de Juan Montalvo; se refirió al ensayista, al polemista, al defensor constante de la dignidad humana, siempre preocupado por la difusión de la educación del pueblo. Sus palabras me confirmarón en una afirmación que expresé alguna vez: “Por su lucha permanente por la libertad, la difusión de la educación, por sus combates por la dignidad y derechos del hombre, Juan Montalvo puede ser considerado con justicia como un precursor, en el siglo 19, de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura.

Sucedió en el uso de la palabra el Embajador del Ecuador. Ya en español, ya en francés, y como resumiendo a quienes le precedieron, no tuvo dificultad de colocar en muy alto sitial la personalidad de nuestro compatriota. Destacó la intervención de la Sra. Rectora y, en nombre del Ecuador, agradeció a quienes habían colaborado en la preparación del libro y de esta ceremonia que quedará en el recuerdo de los asistentes; ceremonia que refleja muy bien este ambiente de París, en donde cada día, casi cada hora, se cumple algún acto de calidad artística y cultural.

Vengamos a hora al libro que publicará la Unesco. El volumen, en francés, consta de 305 páginas. Se abre con una Introducción (páginas 9 a 19) del eminente montalvista Plutarco Naranjo; siguen las páginas 21-31, con los estudios Las obras de Montalvo y Biobibliografía, por Gabriel Judde, el traductor de los 15 capítulos del libro (páginas 35 a 301), en que se presentan, con 15 subtítulos, 63 artículos escogidos en seis obras de Juan Montalvo, en este orden:
El Cosmopolita 21 artículos
Las Catilinarias 13 artículos
Los Siete Tratados 13 artículos
El Espectador 9 artículos
El Regenerador 5 artículos
Páginas inéditas 2 artículos
(Personalmente lamento que no se hayan tomado algunas páginas de Geometría Moral y, más aún de Capítulos que se le olvidaron a Cervantes).

Dejando para otra ocasión un análisis algo más completo de la selección de tales artículos, así como del problema tan delicado, peligroso de la traducción y más al tratarse de un autor que según Juan Valera, es “el más atildado prosista que en estos últimos tiempos ha escrito en lengua castellana” y cuyo lenguaje “no puede ser más castizo, ni puede ser tampoco más propio, ni más exclusivo del autor”, me limitaré aquí a un rápido comentario acerca de las 31 páginas introductorias.

Tratándose de dos excelentes amigos a quienes me une una cordial amistad de muchos años, el doctor Plutarco Naranjo y con Gabriel Judde inclusive una larga y fructuosa colaboración en la Universidad de París X, no entrañará que a mis sinceras felicitaciones por haber contribuido, gracias a un libro en francés, al conocimiento de un autor ecuatoriano y de su patria, no extrañará, digo, que a tales felicitaciones añada algunas breves observaciones luego de la lectura de esas páginas.

Después de los repetidos y merecidos elogios a la obra y la personalidad de Juan Montalvo, se debe tener en cuenta que este volumen va destinado a lectores de tantos países lejanos que poco o nada conocen del Ecuador; que ingnoran seguramente nuestra historia, nuestra realidad social y política, nuestra idiosincracia… Por lo mismo, temo que por ponderar únicamente la obra del polemista, del combatiente, se haya desfigurado un tanto nuestra realidad histórica, insistiendo exclusivamente en sus aspectos negativos. Así, al referirse a la personalidad de García Moreno, se da del gobernante tan solo la idea del “tirano” (término que se repite insistentemente); no se habla sino de “los actos tiránicos”, del “usurpador del poder”, de quien asume “poderes absolutos”, etc. Para quienes ignoran la historia del Ecuador, repito (y serán la gran mayoría de los lectores de este volumen) y particularmente el capítulo agitado de “la era garciana”, no conservarán de nuestro país sino una impresión negativa, de horror, de oscurantismo, de fanatismo. Sin embargo, conocemos los ecuatorianos que pese a los excesos de su carácter, de los graves errores de la administración de quien ha sido estudiado, criticado, calumniado, ensalzado por autores nacionales y extranjeros, no todo fue tiranía, oscurantismo, absolutismo… No voy a detenerme en una polémica obsoleta que surge al evocar el nombre de García Moreno. Naturalmente, no pretendo tampoco que en la presentación de la obra que me ocupa se ofreciera una serie de elogios al Presidente a quien tan duramente combatió Montalvo. Muy brevemente se pudo señalar algunos rasgos, no todos negativos, de la época. Así, alguna frase de un hombre de izquierda pero investigador infatigable de nuestra historia: de Jorge Carrera Andrade son estas líneas:

“García Moreno, el civilizador, dejó su poderosa huella en todos los caminos de la cultura: la ciencia, la literatura, la música. Politécnica, Escuela de Bellas Artes, Conservatorio, Teatro Nacional, Bibliotecas… Alfaro es para el pueblo ecuatoriano la promesa de la libertad, como García Moreno era la promesa de la cultura”. (En “Interpretaciones Hispanoamericanas”. Casa de la Cultura; Quito 1967; págs. 229-230).

Se terminaba el período presidencial de 1865. Al Representante de Francia en Quito, Amédée Fabre, confidente que no escatimó elogios a su amigo el Presidente, sucedió otro funcionario radicalmente diferente Gabriel Judde en su tesis doctoral le califica de “antigarcianista” y de “observador crítico” y se explica, pues era “anticlerical, positivista, cientista”. No extraña así que los informes del señor Charles de Saint Robert (1865-67) al Quai de Orsay se caracterizaran por su “antigarcianismo”. Sin embargo, por apasionado que fuera, en su informe del 30 de noviembre de 1865, leemos:

“… García Moreno ha rendido incontestables servicios a su país. Ha introducido en él el orden, creando la educación y, en fin, comenzado trabajos de utilidad pública… porque ninguno de sus predecesores se había preocupado de nada semejante… Este hombre –el solo hombre de valor en el Ecuador– que construye rutas, rehabilita la educación pública, que se esfuerza sobre todo de trabajar en el desarrollo material del país, asociándole a empresas modernas… (es) el único hombre capaz de gobernar con vigor la República y de rechazar los elementos de desorden”.

Es curioso que en la página 19 del libro que comento, entre “otras obras consultadas”, junto a Rodó, Zaldumbide… no se haya mencionado para los lectores a Roberto D. Agramonte, sin duda el mayor “montalvista” de nuestro siglo y cuyos tres volúmenes “La filosofía de Montalvo” merecen ser conocidos.

Precisamente, apoyado en tan gran maestro y en la obra mencionada diré a mi amigo Gabriel Judde que no estoy de acuerdo cuando en la página 30 escribe de Montalvo: “erudito más que pensador”. Después de la lectura de Agramonte y la autoridad de grandes críticos; Juan Valera por ejemplo, que entre otras frases escribió: “… para decir si Juan Montalvo tuvo o no su filosofía propia –que si la tuvo, decimos nosotros- sería menester meditar y cavilar mucho… para dar una idea aproximada de lo que vale y de lo que significa, sería menester un grueso volumen”. Y Agramonte escribió tres gruesos volúmenes; después de su lectura no nos queda sino estar de acuerdo con él y reconocer que Montalvo: “fue un filósofo de la existencia de la vida a carta cabal”.

En la Nota de pie página 17, Gabriel Judde menciona la victoria de García Moreno y Flores cuando la toma de Guayaquil y cita al “liberal Guillermo Franco… obligado a este a expatriarse”. No mi estimado amigo, Franco nada tuvo de “liberal”: fue el mayor traidor de nuestra historia y si no habría fugado vergonzosamente –bajo la protección del peruano Castilla- habría pagado con su vida la infame traición que le llevó a firmar el Tratado de Mapasingue, el 25 de enero de 1860.

No veo bien, ni recuerdo a qué crítico se refiere cuando en la página 30 se lee: “La crítica lamentará que (los “Capítulos que se le olvidaron a Cervantes”) hayan sido escritos y pensados a la antigua. En efecto, Montalvo preconiza un conocimiento indispensable de los grandes clásicos españoles y franceses para todo hombre de letras”. Pequeña contradicción me parece. Si Montalvo se propuso “imitar un libro inimitable” no se ve como habría podido conseguirlo sino empleando el idioma del siglo de oro. Por otra parte, si Montalvo preconiza “un conocimiento indispensable de los grandes clásicos españoles y franceses…”, que mejor ejemplo como el que da él mismo al revivir en el siglo 19 el sabor del idioma de los grandes maestros.

Finalmente, leo en la página 30 que Montalvo cuando escribió a García Moreno, el 26 de septiembre de 1860, era: “para ensayar de disuadirle de aliarse al Perú, en nombre de la integridad nacional”. De ninguna manera, si García Moreno entró en contacto con Castilla:

“… en tales momentos desesperados, y dado el error general de que Castilla hacía la guerra a Robles y Urbina y no al Ecuador, García Moreno, con aquiescencia de sus compañeros, regresó al Perú… el fogoso Caudillo se resolvió a acometer la aventura descomunal de negociar con el invasor extranjero o rechazarlo, y vencer a los enemigos interiores”. (Luis Robalino Dávila: GARCIA MORENO; págs. 157-158).

¡Y fue el triunfo de la toma de Guayaquil, el 24 de septiembre de 1860!

Muy diferente el caso del “republicano” Rocafuerte, jefe de los “chihuahuas”, cuando en 1834, de la isla Puná: “partió al Perú, a fin de tentar de obtener allí ayuda de hombres, víveres, armas y municiones y de enviar a sus partidarios”, que estaban en rebelión contra un gobierno legítimo. (Informe de Claude Buchet de Martigny a la Cancillería Francesa, en 1834).

Investigador asiduo y objetivo de los archivos de la Cancillería Francesa, conoce muy bien Gabriel Judde los innumerables informes de los Representantes de Francia, de Rattier de Sauvignan y Buchet de Martigny a de Mendeville y Amédée Fabre, en que constantemente se refieren a la agresión de que el Ecuador es víctima del vecino del sur. Así, cuando el último refiriéndose a Castilla y al Tratado de Mapasigne escribe: “Dicho Tratado es, pues por cualquier lado que se lo considere, de hecho y legalmente nulo… el Tratado concluído en 1829; después de la derrota de los Peruanos en Tarquí, es el solo Tratado que está en vigencia y que obliga al Perú y al Ecuador”. Esto escribía Fabre en 1861; dos años antes, Emile Trinité calificaba a Castilla de “agresor” y su política, como “una política de picardía y de agresión”. (Informe del 30 de octubre de 1859).

Con sobrada razón al presentar en la selección de páginas escogidas la personalidad de Juan Montalvo se ha insistido en su actividad de polemista, de combatiente por la libertad, y se ha insistido en el arcaismo de estilo en alguna de sus obras, no se ha dejado de lado su preocupación del “moralista” y hasta se evoca que fue “católico de nacimiento, respetuoso del evangelio” y cuando “censura y condena es en conformidad con la enseñanza de Jesucristo y de los doctores de la Iglesia” (pág 18). En efecto, Montalvo menciona en especial a: “San Juan Crisóstomo, San Agustín, San Bernardo” y añade: “y todos los santísimos doctores que son la gloria de la Cristiandad y de la Iglesia” (página 264).

No extraña que Gonzalo Zaldumbide en su magistral ensayo sobre Montalvo escribiera estas líneas:

“No puede menos de asombrarnos ahora cómo se pudo hacer piedra de escándalo con sus enseñanzas. Principalmente en materia de ideales políticos. Pues que fue en todo, la cordura y la mesura mismas, aparte de los excesos de expresión. A punto que no parece sino que la confusión viniese de la mezcla o del contraste implícito que hacían su temperamento combativo, extremoso, pronto a airarse, y su inteligencia ponderada, equitativa, sagaz” (PÁGINAS de Gonzalo Zaldumbide; Tomo 2, pág 80).

En efecto, una lectura atenta meditada de la mayor parte de las obras de Motalvo nos descubre su preocupación de “moralista”, de “educador” del pueblo. De desear sería que en una época en que se asiste a una escandalosa degradación de la sociedad, cuando es preocupante la crisis profunda de los espíritus y las costumbres cuando en cierto país se alzó una campaña inaudita, se oyeron declaraciones y protestas altisonantes porque se habló de la necesidad de un regreso a cierta enseñanza de la moral, de desear sería que quienes tienen la responsabilidad de las jóvenes generaciones meditaran en las sabias enseñanzas de Juan Montalvo. Es curioso que en estos días en Francia, un gobierno socia-lo-comunista, por medio de su Ministerio de Educación (un científico de altísima categoría acaba de publicar un libro, “Dios frente a la Ciencia”), pues bien, el señor Claude Allégre ha confirmado que a partir de 1998, por medio de los profesores de filosofía, para los estudiantes de bachillerato, habrá: “un modulo obligatorio de educación a la ciudadanía, que se apoyará sobre la historia y el derecho”. Y añade el Ministerio de Educación “Se debe terminar con la enseñanza de nociones abstractas; pero, por el contratio dar nociones de moral. El término de moral ha desaparecido como si causara temor a las gentes de izquierda. Ahora bien, el Bien y el Mal son valores que se deben enseñar como tales sin vacilar… Se debe dar a los niños la noción del Bien y del Mal”. (Diario LE FIGARO, 25 y 28 de octubre de 1997).

Declaraciones que evidentemente causaron cierto escozor, cierta sorpresa, rodeado como estaba el señor Ministro por un areópago de quienes participaron en las históricas jornadas del “68” y cuyo lema (escrito muchas veces en caracteres rojos en los muros de las Universidades) era: “II est interdit d’ interdire”. (Está prohibido prohibir). Un cronista que da cuenta las declaraciones del señor Allégre concluye: “la simple moral no es en realidad sino un regreso a un orden moral”.

Muy bien haríamos y mejor obrarían los educadores de nuestras juventudes si volviendo a leer algunas páginas de Montalvo – varias se ofrecen en el libro que comento– dejando un poco de lado lo que es fruto de su “temperamento combativo, extremoso, pronto a airarse”, que señaló Zaldumbide, diésemos mayor atención a cuanto produjo “su inteligencia ponderada, equitativa, sagaz”. Estos son valores permanentes.

Quienes han querido tachar a Juan Montalvo de enemigo de la religión, de la Iglesia, podrían meditar en estas sus palabras:

“Jesucristo instituyó su Iglesia y la dejó los poderes necesarios para que conserve y propague su doctrina… La Iglesia es santa e infalible; los hombres pueden errar y aun ser malos… la Iglesia, tal cual la instituyó su divino fundador, es (en) efecto esa madre tierna y amorosa que no quiere sino el bien de sus hijos” (páginas 262-263).

Nuestros legisladores sacarían gran provecho reflexionando en estos pensamientos de Montalvo.

“En la forma republicana el principio del gobierno es la virtud… la virtud es el principio, el móvil y el fin de las leyes… Si el principio de la república es la virtud, los republicanos (supongo que nuestros legisladores lo son) han de ser virtuosos: entiéndese la virtud política; si bien ella no es más que el corolario de la virtud moral; un pueblo compuesto de hombres virtuosos moral y filosóficamente, por fuerza había de constituir un buen gobierno” (página 308).

Y ¡qué buen consejo para todos nosotros, el pueblo!:

“No adores a la diosa Razón; adora a Dios y sigue la razón; sin Dios no hay razón, sin Dios no hay justicia, sin Dios no hay pueblo ni gobierno: témelo; y no temas al tirano, y derriba a tus opresores” (página 323).

¿Montalvo fue acaso quien inspiró al pueblo Ecuatoriano en las jornadas de febrero de 1997?.

Bellas palabras para las mujeres:
“En llegando (la mujer) a su perfección moral, ya puede tenerse por árbitro de las costumbres y de las acciones de los hombres” (página 354).

Se creería escuchar a un Padre de la Iglesia al leer estas líneas de Montalvo:

“Los dioses se van con la llegada de Dios y el Cristianismo reina entre los hombres. Preciso es que semejante religión sea verdadera, preciso es que semejante sociedad haya sido fundada por la voluntad suprema. Esto es lo que tengo en lo más íntimo de mi alma” (pág 277).

Extrañará a quienes creen que no dejó de reconocer a algunas cualidades en su Gran Enemigo:

“Por mucho que lo lleven a mal sus enemigos ciegos, nunca dejaré de reconocer en él (García Moreno) en medio de sus maldades y ferocidades, ciertas prendas y aún virtudes” (pág 111).

(Todas las citaciones anteriores las he tomado únicamente en el tomo I de EL COSMOPOLITA; edición Garnier, París 1927).

¡Cuántas enseñanzas podrían sacarse de una lectura atenta, inteligente de toda la obra de Juan Montalvo! En verdad, queda por escribirse un volumen acerca de “Montalvo, este deconocido”.

Si, desconocido por los Ecuatorianos primeramente. Felizmente, tenemos ahora los tres volúmenes de Roberto D’ Agramonte. Pero, ¿cuántos los conocen y leído?

No he de terminar este comentario sin referirme a la escena que marcó el final de tan brillante presetación. Con asombro y cierta estupefacción de los asistentes, vimos alzarse sobre un taburete a un personaje insólito, medio payaso, medio “clochard”, que comenzó a expeler un texto ininteligible aún para quienes dominamos el español. Tan sólo mucho después –y no por la mayoría de los asistentes– logramos identificar a un personaje de uno de los cinco dramas de Montalvo, a Rimbaldo, Obispo de Sidonia; el otro personaje principal de este drama “El Dictador” es Monseñor Tuca, Nuncio del Papa. El argumento está tomado de la muerte de la primera mujer de García Moreno. Naturalmente, es un ataque furibundo “al tiráno”, “al dictador”, odiosamente acusado de haber envenenado a su mujer. Fue lamentable que acto tan digno de aplauso terminara con semejante mascarada, incomprensible, grotesca. Fue el comentario que oí a personas muy respetables y que lo juzgaron nada apropiado a las circunstancias. !Cuándo habría ganado la presentación si, por ejemplo, en lugar de semejante pantomima antihistórica, una delicada artista de la Comedia Francesa nos hubiese leído en español, luego en francés, algunos párrafos selectos del polemista, del artista, del pensador que tan alto prestigio ha conquistado en la república de las letras continentales!

En conclusión, la presentación de este 23 de octubre marcará una fecha en los anales “montalvinos”. La Embajada, la Delegación del Ecuador ante la Unesco merecen cálidas felicitaciones por haber colocado muy alto el nombre de nuestro país, gracias a la exaltación de uno de los hijos más preclaros, Don Juan Montalvo. En adelante será leído en la lengua de Lamartine, de Victor Hugo, a quienes tanto admiró y leyó en sus días parisisenses. Bella ocasión de iniciar una campaña de “entre descubrimiento” del gran moralista y educador de los Ecuatorianos.

Corresponde a las Autoridades nacionales, al Ministerio de Educación y Cultura, al Magisterio todo, tan urgente y magna tarea. La frecuentación de las obras de Montalvo –superando el embelesamiento del estilo– ayudará a sus lectores a vislumbrar verdades esenciales y, en particular, a: “Nosotros, los que perdimos la fe en este final del siglo”. (Galo Galarza, en “La dama es una trampa” pág 27).

París, noviembre 1997.
Fuentes:

http://afese.com/img/revistas/revista33/regresomontalvo.pdf ”
http://www.revistaafese.org/ojsAfese/index.php/afese/issue/view/33/showToc”

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