Dr. Claude Lara*

Noble ingenio: la luz de la palabra
toca el ánimo y dale nueva vida,
mostrándole ignoradas maravillas
en el mundo infinito de los seres …
A JUAN MONTALVO de Rubén Darío

Al conmemorar el centenario del fallecimiento de Rubén Darío (1916-2016), es necesario destacar lo que el poeta nicaragüense ha aportado al Ecuador y, con las palabras de Jorge Luis Borges, recordemos su importancia para la literatura americana y mundial:

“Todo lo renovó Darío: la materia, el vocabulario, la métrica, la magia peculiar de ciertas palabras, la sensibilidad del poeta y de sus lectores. Su labor no ha cesado ni cesará. Quienes alguna vez lo combatimos comprendemos hoy que lo continuamos. Lo podemos llamar libertador… (A).

Gracias al libro de nuestro colega, Carlos Rodríguez Andrade: Ecuador y Nicaragua: vínculos histórico-culturales (B), reproducimos las siguientes creaciones darianas, consagradas al Ecuador:

– A Juan Montalvo (poema de 371 versos)
– Una visita a Eloy Alfaro (artículo)
– Ecuador (artículo)
– Rosita Sotomayor (poema).

Sin pretender ser exhaustivo en estas relaciones entre Rubén Darío y el Ecuador, acerca del diálogo poético entre Rubén Darío y José Joaquín Olmedo, recordemos también lo que el autor de este libro especifica al citar al poeta Jorge Carrera Andrade acerca del diálogo poético entre Rubén Darío y José Joaquín Olmedo: “No le basta a Darío exaltar el canto olmediano en su interpretación crítica, sino que lo escogió como pauta para cincelar sus liras dedicadas ‘Al Libertador Bolívar’…” (C).

Finalmente, transcribimos el capítulo: “Rubén Darío: escritos dedicados al Ecuador” (D), el cual sintetiza admirablemente la existencia de esta notable relación diplomática y cultural entre ambos países.

(A) Revista Vortice: En 1967, en mensaje en honor a Rubén Darío, 26/03/2016: http://rubendario.org/?p=2405
(B) Carlos Ernesto Rodríguez Andrade, Decenio Editorial, Apto. Postal 5936, Managua, Nicaragua, 2002, 119 páginas. Ver también en la revista de AFESE n° 39, la reproducción del prólogo de Jorge Eduardo Arellano; págs. 231-232 http://www.afese.com/img/revistas/revista39/ecuadornicaragua.pdf y la versión electrónica incompleta de: “Rubén Darío: escritos dedicados al Ecuador”, número 63 de la revista de AFESE, págs. 197-217, con varias ilustraciones.
(C) Idem.; pág. 50.
(D) Idem.; páginas 49 a 68.

*Ministro del Servicio Exterior Ecuatoriano, agregado cultural de la Embajada del Ecuador en China y miembro correspondiente de la Academia Nacional de Historia del Ecuador-

RUBÉN DARÍO:
ESCRITOS DEDICADOS AL ECUADOR
La relación que existe entre Rubén Darío y el Ecuador es notable. Desde su adolescencia sintió fascinación por la obra de Juan Montalvo, convirtiéndolo en uno de sus maestros artísticos e ideológicos, para luego rendirle altos honores con la extensa, como profunda epístola “A Juan Montalvo”. De igual manera, elogia la excelsa cumbre del poema épico de José Joaquín de Olmedo ofrecido al Libertador Simón Bolívar. Al respecto, Jorge Carrera Andrade, en “Rubén Darío y el Ecuador” escribe: “Con entusiasmo caudaloso, Rubén Darío señaló desde los primeros momentos de su vida literaria las excelencias del poema épico escrito por el “vate altísimo del Guayas” –como él llamaba a Olmedo- en loor de Bolívar. ‘Los mismos colores -dice Darío- con que Homero pinta a sus seres sobrenaturales son los que emplea Olmedo para describir al Inca, de cuya boca se desata un raudal de palabras inspiradas que conmueven y dominan a quienes las escuchan. Cuando calla el Inca, los cielos aplauden. ¡Oh grandeza…! El poeta encendido en el fuego de esta América joven y vigorosa deja el molde antiguo en que ha vaciado su obra para darle a ésta toques exquisitos… He ahí el primer cantor de Bolívar’.” Añade Carrera Andrade: “No le bastó a Darío exaltar el canto olmediano en su interpretación crítica, sino que lo escogió como pauta para cincelar sus liras dedicadas ‘Al Libertador Bolívar’ en donde hace alusión a los símbolos del Ecuador:

‘¡Salve al cóndor andino
que al Chimborazo arrebató su llama!’.
………………………………………………………….

‘ofrecedle coronas
de mirto y de laurel, que ya ha vencido:
que ruede el Amazonas,
y al compás de su ruido
cantad al vencedor que ha redimido’.” [1]

El recordado Embajador de Nicaragua en Quito, Julio César Alegría, en “Rubén Darío y Ecuador”,[2] recopila, entre otros, los textos de J.A. Falconí Villagómez, “Influencia de Rubén Darío en la poesía ecuatoriana”; Jorge Chacón, S.J., “Rubén Darío y Numa Pompilio Llona”; Abel Romeo Castillo, “Los amigos ecuatorianos de Rubén Darío: Montalvo, Proaño, Alfaro y otros”, que constituyen el testimonio veraz de una vinculación imperecedera entre las culturas del Ecuador y de la “tierra de lagos y volcanes”, a través de la figura inmortal del “Libertador de la Literatura Hispanoamericana”. El actual estudio enfoca específicamente las obras de Darío dedicadas al Ecuador, que merecen un sitial preponderante como eslabones históricos de fraternidad.

  1. A JUAN MONTALVO

Es uno de los poemas más extensos de Rubén Darío (Ver Anexo), claro reflejo de su sapiencia castiza y de la voracidad intelectual puesta en los clásicos durante la adolescencia. “A Juan Montalvo” fue creado en plena efervescencia de su juventud (17 años de edad) e incluido por él mismo en su primigenia obra “Epístolas y Poemas” impresa en Managua en 1885, año en que tuvo la oportunidad de entrevistar al General Eloy Alfaro Delgado.

Alejandro Carrión en “Rubén y Montalvo” relata los orígenes de la epístola: “El largo poema ‘A Juan Montalvo’ fue publicado por Rubén en ‘El Ferrocarril’, de Managua, en el mes de junio de 1884, según lo afirma, un poco indeciso, el doctor Méndez Plancarte en su bibliografía de las ‘Poesías Completas’. Con seguridad, solamente afirma a continuación que el mismo poema vio la luz en ‘La Enseñanza’, de San José de Costa Rica, en el número correspondiente a noviembre de 1884, ‘con un elogio de su director don Juan F. Farraz’, dato debido al doctor Diego Manuel Sequeira, que tanto ha hecho para esclarecer la cronología de la obra rubendariana. Ernesto Mejía Sánchez, otro benemérito de la misma empresa, estableció que el poema fue fechado originalmente en León el 1° de junio de 1884, si bien al republicarse en ‘La Epoca’ de Santiago de Chile, el 18 de diciembre de 1887, se fechó, sin duda por el propio Rubén, en 1883. Esta precisión se debe a Raúl Silva Castro, que ha seguido el rastro a la cronología rubeniana en Chile.” [3]

Acerca del destino que hubiera sufrido el libro ‘Epístolas y Poemas’, en el que fue incluido “A Juan Montalvo”, impreso en Managua el año de 1885, Alejandro Carrión escribe: “La historia del libro es interesante. Rubén era entonces funcionario de la Secretaría Privada del Presidente Cárdenas de Nicaragua, cuyo secretario era don Pedro Ortiz, y obtuvo que se le hiciera la edición en la Tipografía Nacional, de propiedad del Estado, situada entonces en la calle de Zavala No. 61, en Managua. Cuando Rubén viajó a Chile en junio 1886, fue llevando un ejemplar ya cosido, al que solamente le faltaba la portada, el mismo que obsequió a algún amigo. Posteriormente, don Pedro Ortiz salió de su secretaría y en su reemplazo fue nombrado don Fabio Carnevalini, quien ‘sepultó la obra sin coser’. Allí habría muerto el libro, si Ortiz no rescata los pliegos y los cose y emportada. El libro circuló, al fin, en 1888.” [4]

El análisis que hace Alejandro Carrión de la gran epístola deja ver con precisión diáfana la apreciación de Darío sobre la obra del “Cervantes de América”, la cual, más allá de recibir bondades absolutas, es, además, objeto de aguda crítica literaria. Así, Carrión, paso a paso, examina: “LA LUZ DE LA PALABRA” que es para Rubén.

“[…] la razón de su entusiasmo […] no había en el mundo más luz que la palabra, y es esa luz que ilumina todo el mundo de Montalvo. Por eso es que logra caminar por la selva montalvina con tanta seguridad y placer, porque esa selva está iluminada por la misma luz que ilumina su mundo, su única luz […]” ; “EL DIAPASON DE LA ARMONIA: Lo que Enrique Anderson Imbert descubrió y probó, con admirables y escrupulosos cuanto hábiles esquemas: el que Montalvo componía sus diatribas y sus tratados tal cual un músico, maestro del contrapunto, compone una sinfonía: cuidando del ritmo y de la resonancia, vigilando el eco, repitiendo los temas, llenándolos de variaciones, enriqueciéndolos en ellas, retorciéndolos y convirtiéndolos en el rumor de una selva que vibra y que palpita o en el sordo fragor de un oleaje que se alza y abomba empujado por la tempestad de la pasión y que se rompe luego en hórrido fracaso de espumas: eso, lo que el crítico estilístico descubrió tras laborioso, ingenioso estudio en una obra erudita, lo descubre y fija para siempre el poeta en un solo verso de precisión, hondura y claridad maravillosas […]” ; “LA PAUTA DEL IDIOMA […] Montalvo ansiaba que ese castellano cervantino, que logra su propósito como ninguna fabla lo ha logrado, fuera de uso universal en el mundo hispánico: por eso bregaba por darlo al idioma como pauta. Y ese propósito, uno de los esenciales de don Juan, que transcurre por toda su obra y saca la cabeza tanto en los tratados como en las diatribas, fue el que maduró en ‘Los capítulos que se le olvidaron a Cervantes’ y está oportunamente mencionado en el poema, tras ‘la luz de la palabra’ y ‘el diapasón de la armonía’, como el tercer elemento de la obra montalvina […]” ;   “LA POMPOSA FRASE: Montalvo, todos lo sabemos, es un voluptuoso. Como tal, gusta de la elocuencia, de la retórica y la palabra henchida y retumbante, matriz de la frase suntuosa, opulenta, pomposa. Esto lo sabe Rubén más que nadie: eso, que es la debilidad de Montalvo, es también su fuerza. Si Montalvo no hubiese tratado voluptuosa, sensualmente a la palabra, no lo habría amado tanto.” ; “EL INGENIO DESLUMBRANTE […] así Montalvo, ingenio deslumbrante’, bregando en su modo de rebeldía e inconformidad, recreando su idioma a la luz de la palabra, fiel a la enseñanza cervantina, tratando de cambiar el mundo según un modelo por él imaginado bajo las normas más elevadas de la moral humana, que él alcanzaba claramente a comprender, pero que, imperfecto como todo ser humano, naturalmente no alcanzaba a practicar. Rubén lo sabe […]”; “LA NOBLE HERMOSURA: He ahí el ideal estético, que marcha junto al ideal ético: la noble hermosura, concebida en ‘majestad completa’: para don Juan lo bello solamente vale como realización total de lo noble.”; “LA RAZON DE LA JUSTICIA: esa es la razón de Montalvo. El, que es con tanta frecuencia injusto, arrastrado por la fuerza de la pasión, lo es paradojalmente, porque comete injusticia mientras persigue con encendida pasión la realización de la justicia. Para él no hay más razón que la de la justicia y no se puede llegar a la justicia si no es por la razón.”; “LA HONRADEZ DE LOS PRINCIPIOS: Nadie, si, nadie como Montalvo para sustentar la totalidad de su obra sobre la más acendrada, pura, alquitarada honradez de principios. En ella pueden caber muchas malas acciones, cometidas sin querer, a causa de la pasión desbordante y del pecado del orgullo, que era el único pecado consciente de su alma, un pecado que le gustaba mucho y al que nunca pensó renunciar […]”; “LA VISTA PODEROSA […] Jamás hubo ojos que calasen tan hondo en el mundo circundante, penetrándolo como rayos láser, atravesando la más espesa niebla material: toda su vida se pasó penetrando hechos oscuros, pechos oscuros, épocas oscuras, llegándole al hueso a la oscura miseria ecuatoriana, diciendo luego verdades portentosas, estremeciendo al mundo que lo rodeaba y dejando para siempre grabado al fuego lo que sus ojos vieron […]”; “LA PLASTICA FORMA: Solamente Rubén podía haber captado tan asombrosamente las condiciones fundamentales de lo montalvino: ahí por ejemplo, está, en el verso 54, enumerada ‘la plástica forma’, esa cualidad admirable que hace de la frase montalvina una maravilla ardiente, viviente, coruscante, única.”.[5]

Recogiendo los fragmentos del poema “A Juan Montalvo” analizados magistralmente por Carrión tenemos:

LA LUZ DE LA PALABRA
Noble ingenio: la luz de la palabra
toca el ánimo y dale vida nueva,
mostrándole ignoradas maravillas
en el mundo infinito de los seres.

EL DIAPASON DE LA ARMONIA
…y con el diapasón de la armonía…

LA PAUTA DEL IDIOMA
…y con el diapasón de la armonía
sabio sigues sendero provechoso,
extendiendo la pauta del idioma…

LA POMPOSA FRASE
Carrión menciona “la pomposa frase” en su análisis, sin reproducir la parte correspondiente donde se encuentra inserta en el poema. Dicha parte dice como sigue:
El genio surge a tu pomposa frase
mostrando sus recónditos misterios;
luz eterna le envuelve y purifica,
mientras crea su fuerza incontrastable
obras que, gigantescas y sublimes,
guía son y deleite del humano

EL INGENIO DESLUMBRANTE
Mojado tu pincel en los colores
de lo inmenso, al mirar lo que tú pintas,
estremecida el alma se contempla,
y sin velo que oculte la figura,
el ingenio aparece deslumbrante, …

LA NOBLE HERMOSURA
Lo bello y lo noble brotan evocados
por tu conjuro; en majestad completa…

LA RAZON DE LA JUSTICIA
…lo noble en las verdades comprendido
es perfecto a la vista poderosa,
si lleva la razón de la justicia…

LA HONRADEZ DE LOS PRINCIPIOS
…si lleva la razón de la justicia,
si abarca la honradez en los principios,
si tiene la corona que desciende
de la eterna virtud…

LA VISTA PODEROSA
…lo noble en las verdades comprendido
es perfecto a la vista poderosa,…

LA PLASTICA FORMA
…y la plástica forma surge leve
en el torso de Adonis delicado,
o en los nevados pechos palpitantes
y el perfil de la Venus afrodita ,
o en Apolo de suelta cabellera
que, pulsando la lira sonorosa,
muestra vivo ademán, regio talante,
enseñándo los labios entreabiertos,…[6]

  1. UNA VISITA A ELOY ALFARO

Como se mencionó anteriormente en “Eloy Alfaro”, Rubén Darío, siendo un joven redactor de “El Porvenir”, entrevistó al General Alfaro en 1885, durante su primera visita a Nicaragua. He aquí el texto del artículo publicado por Darío en dicho periódico y reproducido por Diego Manuel Sequeira en “Rubén Darío Criollo”:

UNA VISITA A ELOY ALFARO
         Estaba frente a frente del gran republicano. Veía brillar sus ojos con el fuego extraño que anima la mirada de ciertos hombres, fuego de ardor incomprensible que da a conocer el temple de los grandes caracteres.

         Es de baja estatura Eloy Alfaro: rostro simpático, agradable conversación. Le hablé de la Patria; le hablé del Ecuador, esa tierra hermosa que tiene siempre encima la planta de los tiranos del partido retrógrado. Cuando me referí a eso, se encendió en ardoroso entusiasmo. Me refirió de tantos héroes que le acompañaban en sus campañas, todos jóvenes, principalmente en la toma del “Alajuela” , donde sin ser marino tuvo que convertirse en ello el valeroso guerrero.

         El derrocador de Veintimilla es seguido por toda la juventud ecuatoriana; la juventud que en todas partes sostiene a toda costa el credo de la República, las doctrinas que enseñan a defender la libertad y estaba allí con el aguerrido Alfaro; y mozos que nunca habían salido de la capital del Ecuador, garzones delicados empuñaban el machete con bravura. ¡Y cómo lo refiere esto Eloy Alfaro! Dice del denuedo de ellos; cuenta de sus propias aventuras y sufrimientos y segura con justicia que, en esa guerra, en que ve colocado su nombre a una enorme altura, lo que más gloria le ha traído son sus derrotas.

       Derrotas que son victorias en las cuales el valor heroico se pone a prueba y resplandece con llamas inmortales.

       Su partido es numeroso, por razón de lo bello de la causa y porque han contribuido a ello Alfaro con su espada y Montalvo con su pluma.

       La pluma de Montalvo ha hecho tanto, como la espada de este soldado de la democracia desinteresado y altivo. Federico Proaño, Miguel Valverde, Marcos Alfaro y tantos otros sostenedores de la buena causa, luchan por elevar al Ecuador a un puesto alto, por arrancarla del poderío de esos hipócritas inquisidores que se rodean de frailes y curas creyendo hallar fortaleza en esos martirizadores de la conciencia popular. Después de Ignacio Veintimilla que apalea a los hombres, Ignacio Ordóñez que prohíbe los libros. Y prohíbe los libros de Montalvo porque sabe perfectamente que ese vigoroso escritor puede desbaratar su beatitud y dar al traste con su grandeza episcopal a fuerza de luminosos rayos que lanza a puños este zapador de la idea que escribe catilinarias aterradoras.

       Pues como iba diciendo, se expresaba Alfaro de un modo que levantaba el entusiasmo. En medio de la conversación ocurrióseme dirigirle una pregunta:

       -Señor, le dije, por qué no ocupó U. La presidencia del Ecuador, después de la caída de Veintimilla, pudiendo hacerlo?

     -Porque dadas las circunstancias especiales en que me encontraba, dijo habría tenido que tornarme en un tirano; y sobre la altura de las personas está la altura de las ideas. Caamaño era de ideas liberales al principio; luego que ocupó la silla presidencial buscó apoyo en los retrógrados; y en tal caso estaba la República, que para sostener un buen régimen habría sido preciso la tiranía; y yo iba a desprestigiar la causa que tanto había defendido rompiendo con un látigo de hierro los principios que sustentaba? – Nunca.

       Así habla ese legendario luchador, a quien he conocido con intenso placer, y cuya mano he sentido entre la mía. Con una especie de veneración gozosa. [7]

Este escrito de Rubén Darío es fiel reflejo de su inclinación liberal, que se manifiesta frontal, contundente, con una dosis de gran admiración hacia la figura insigne de Eloy Alfaro, hacia su “ardor” y “entusiasmo”, exaltaciones emotivas que alimentan e inspiran el espíritu inquieto del joven redactor. Pone de relieve la participación de la juventud ecuatoriana como elemento fundamental de lucha contra la opresión, en defensa de la libertad. De igual manera, destaca la pluma de Juan Montalvo que tanto aprecia, aliada de Alfaro, que combate, mediante “catilinarias aterradoras”, las ignominias de sus adversarios. Es importante comentar la respuesta del entrevistado a la pregunta de Darío acerca del porqué no ocupó la Presidencia ulterior al derrocamiento de Veintimilla, la cual deja ver el respeto de Alfaro a los principios que sustentaban su causa, puesto que, al no tomar el poder en sus manos, evitaba someter al Pueblo a un régimen tiránico.

  1. ROSITA SOTOMAYOR

Uno de los poemas más cortos y, a la vez, más galantes con los que cuenta la portentosa producción de Rubén Darío es “Rosita Sotomayor”, obra dedicada, con la admiración que imprime al sentir emanado de las fuerzas del corazón, a una fina dama guayaquileña, de ese “Guayaquil de mis Amores” visitado por el bardo de paso hacia Chile (ida y regreso de Valparaíso, 1886 y 1889, respectivamente)[8] donde el ámbito porteño del Ecuador concede luces de encanto a sus mujeres que irradian genio y belleza. Pero fue en París que conoció Darío a Rosita Sotomayor, ciudad a la que acudían por tradición las familias ecuatorianas beneficiadas con el auge exportador del cacao en los inicios del siglo pasado. Según la historiadora Yenny Estrada, nativa de Guayaquil, en su artículo “Rosa Sotomayor y Luna La Musa en París” [9], aquella bonanza

“[…] traía (de Europa) una corriente cultural de enorme influencia en la sociedad guayaquileña. Grandes veleros atravesaban el Estrecho de Magallanes y subían costeando los puertos sudamericanos del Océano Pacífico hasta acoderar con el muelle fiscal de Guayaquil. De sus bodegas desembarcaban pesados baúles repletos de hermosos encajes de Alencon, randas de Chantilly, perfumes, sombrillas, finos zapatos de tacón.   Cajones con porcelana de Sevres y cristalería tallada a mano. Bríceros y lámparas, delicados muebles de Viena, espejos belgas, pianos, guitarras y bandurrías. Licores selectos, vinos y champaña. Todo ello destinado a las familias de los ricos hacendados, de los banqueros y comerciantes pertenecientes a la burguesía agroexportadora, especialmente de las provincias del Guayas y Los Rios, teniendo esta última en Vinces, tal atmófera francesa, que hablar del “París chiquito” era el lugar común para referirse a sus costumbres y al lujo que entre los residentes de sus comarcas imperaban”.[10]

Sobre tan esplendoroso ámbito, prosigue Yenny Estrada: “Y fue precisamente de este núcleo de donde surgió el interesante personaje femenino […]”.[11] Se refiere, por supuesto, a Rosita Sotomayor y Luna Orejuela (Ver Anexo), nacida en 1886, hija de Don Manuel Sotomayor y Luna y de la dama quiteña Rosa Orejuela Arteta. Criada con las más finas maneras, viajó a París a los 14 años, donde entabló amistad con los poetas modernistas de la época. Uno de los datos más importantes que menciona Estrada es la existencia de un álbum de autógrafos (Ver Anexo), heredado por la descendencia de Rosita, “[…] donde las firmas de Jacinto Benavente, José María Pemán, Menéndez y Pelayo, José Santos Chocano, Víctor Manuel Rendón figuran junto a un poema de puño y letra de Rubén Darío, para Rosita Sotomayor que tiene nombre de flor, escrito en París el año 1902.” [12] Cada cual, poeta y “musa” siguieron el sendero de su propia existencia, habiéndose casado Rosita con el caballero ecuatoriano Rodolfo Baquerizo Moreno, hermano de quien fuera Presidente de la República del Ecuador, Alfredo Baquerizo Moreno. Anota Yenny Estrada que Rosa Sotomayor y Luna Orejuela falleció en París, el 12 de agosto de 1930. El autor conoce, por fuentes familiares, que vive en Guayaquil un hijo del matrimonio Baquerizo Sotomayor.

                                                  ROSITA SOTOMAYOR
                                                       Rosita Sotomayor,
                                               que tienes nombre de flor
                                               y que flor de amores eres
                                                   entre todas las mujeres
                                                     del ardoroso Ecuador:
                                                   -“En esos floridos lares,
                                                (le pregunté a un trovador),
                                                     entre rosas y azahares,
                                                   dime, ¿cuál es la mejor?”
                                                    Y me contestó Pallares:
                                                       -“Rosita Sotomayor”
 
                                                 ¿Cómo será su fragancia,
                                                 que la siento a la distancia?
                                                   por tu encanto encantador
                                                 ya me quisiera ir de Francia
                                                       por el próximo vapor.
                                              si “De las cosas que has visto”,
                                                     me autorizara el señor,
                                                     “pide

                                                             ¡Rosita Sotomayor!” [13]

Cabe recalcar que Darío, al referirse a “Pallares”, hace alusión al diplomático y poeta quiteño Leonidas Pallares Arteta, uno de sus amigos cercanos, nombrado Delegado del Ecuador a los actos de celebración en España del IV Centenario del descubrimiento de América (1892). En esa época, ambos se hospedaron en el mismo hotel de la calle del Arenal de Madrid, puesto que conocían que allí se alojaba el erudito Don Marcelino Menéndez y Pelayo, con el que mantuvieron una relación estrecha de amistad. [14]

  1. ECUADOR

Escrito por Rubén Darío en París, en 1914, se erige como fiel muestra de un hondo sentir por la nación que le había concedido inspiración y amigos entrañables. Hace una relación de la vida republicana del país; pone de relieve las figuras de Eloy Alfaro y Leonidas Plaza, al tiempo de afirmar que la intelectualidad del Ecuador ha tenido “príncipes en el Continente”, como Olmedo y Montalvo; asimismo, coloca en sitial prominente a los Mera, Federico Proaño, Numa Pompilio Llona, Marieta de Veintimilla y Eudófilo Alvarez. Con esas líneas, Darío expresa su preocupación por los infaustos acontecimientos que vivía el Ecuador en ese entonces. Es menester recordar que en 1914 estalló una guerra civil ulterior al alzamiento del Coronel Carlos Concha, líder liberal esmeraldeño, quien acusaba al Presidente Leonidas Plaza Gutiérrez del asesinato de Alfaro. [15]

                                                                            ECUADOR

       QUIEN estas líneas escribe ha conocido personalmente a dos de los hombres ecuatorianos que han tenido recientemente gran resonancia: el general Eloy Alfaro, que ha sucumbido tan trágicamente, y el general Leonidas Plaza. Tiene la idea de que ambos, conforme con sus pensares y decires, han tenido espíritu de patriotas. Han hablado del bien de su patria; han expuesto plataformas de libertad y de progreso. Han llegado al poder, y la revolución ha aparecido, latente o estallante. ¿Es la enfermedad endémica continental, apenas curada en los países grandes del Sur a fuerza de inmigración y de trabajo? El caso es que, ahora mismo, el cable comunica las noticias lamentables de ese país merecedor de situación más brillante.

       Sabido es que el Ecuador, en su primitiva época independiente, formó parte del inmenso imperio que el conquistador Huaynacápac legó a sus hijos Huáscar y Atahualpa.   Dejó el primero el Perú con las tierras meridionales hasta Chile, y a Atahualpa el Reino de Quito, como lo habían poseído sus abuelos, los Shyris. Pero la rivalidad entre los dos príncipes abrió una guerra desatrosa, en la cual estaban envueltos aquellos reinos cuando llegaron los conquistadores Francisco Pizarro; Diego de Almagro y Sebastián de Benalcázar. Con la fundación de Quito, el 6 de diciembre de 1534, el antiguo Reino de Quito pasó a poder de la Colonia española. Hasta 1717 fue regido por un solo virrey que residía en Lima; su virreinado comprendía las Audiencias de Panamá, Caracas, Santa Fe, Quito, Lima, Cuzco, Charcas, Santiago y Buenos Aires. Lo que hoy forma la República del Ecuador fue constituido en 1564 con el nombre de Presidencia de Quito, siendo su primer presidente don Fernando de Santillán. El virreinato de Nueva Granada fue fundado en 1717; y a éste perteneció desde entonces aquella presidencia, hasta el 24 de mayo de 1822 en que Sucre, vencedor en Pichincha, desposeyó al último presidente, don Melchor Aymerich. El Ecuador fue país de la América española que dio el primer grito de independencia, y el 10 de agosto de 1809 organizó la primera Junta Revolucionaria, bajo la presidencia del marqués de Selva Alegre.

       Hasta 1830, el Ecuador formó con la Nueva Granada y Venezuela, bajo el gobierno de Bolívar, la República de la Gran Colombia. Poco antes de la muerte del libertador y de la disolución de esta nacionalidad, tropas peruanas invadieron el territorio ecuatoriano, pero fueron vencidas por las colombianas, comandadas por Sucre, en la llanura de Tarqui. Sin embargo, la gran República no pudo consolidarse; apenas duró ocho años. Venezuela se separó en 1829 y el Ecuador en 1830, el mismo año de la muerte de Bolívar. Entonces se constituyó el Ecuador en República independiente; siendo proclamado primer presidente constitucional, por la Convención de Riobamba, agosto de 1830, el general Juan José Flores.

       Del régimen conservador militarista de Flores -dice un historiador- pasó la república al liberal moderado de Rocafuerte, que protegió la instrucción pública y mejoró la hacienda nacional.   Volvió Flores al poder y permaneció en él hasta que en 1845 le derrocó la revolución del 6 de marzo que hizo surgir a la presidencia a un civil, Roca, cuyo gobierno fue respetuoso de la ley y de las libertades públicas; económico, honrado y magnánimo. Empatadas las votaciones para presidente de la República en el Congreso de 1849, entre los candidatos general Antonio Elizalde y Diego Novoa, se elevó éste político a la presidencia en 1851, y fue depuesto por Urbina, que subió al poder apoyado por el liberalismo. Urbina expulsó a los jesuitas. Libertó a los esclavos. A pesar de sus buenos hechos, su gobierno ha sido acusado de desorganizador y militarista. Se levanta después la figura de García Moreno, notable por sus grandes virtudes como por su crueldad. El fanatismo religioso fue ley en su gobierno y le han hecho célebre en Europa.

       Su busto está en el Vaticano. Construyó la gran carretera de Quito, inició el ferrocarril de Guayaquil a esa capital, y le dio gran impulso a las obras públicas. Le sucedieron Carrión y Espinosa, hombres buenos, pero no políticos de grandes energías. Vuelto a la presidencia García Moreno en 1869 gobernó por el terror del patíbulo, que no escatimó, pero administró con pureza e inteligencia los caudales públicos. Asesinado García Moreno en 1875, ocupó Borrero la presidencia, elegido por gran popularidad; pero antes de que pudiera desarrollar su programa de gobierno, un teniente suyo, Veintimilla, se levanta y después de sangrientas batallas se hace nombrar presidente.   Al expirar su período quiso reelegirse, dio un golpe de estado; pero una coalición conservadora liberal dio con él en tierra el 9 de julio de 1883. La Convención de 1884 nombró a Caamaño presidente. En su administración se estableció el telégrafo en toda la República, y se constituyó el ferrocarril de Durán a Yaguachi. Pero alcanzó a cumplir su período y a hacer elegir a Antonio Flores (hijo del primer presidente) cuyo gobierno, liberal moderado, se distinguió por su paz, su cultura, su respeto a la ley y a las libertades. Flores eligió a Cordero, que gobernó el país hasta 1895. Dimitió Cordero y sucedióle Alfaro. Bajo este gobierno la nación reformó sus instituciones desde el punto de vista ampliamente liberal, y se llevó a cabo la construcción del ferrocarril de Chimbo a Quito. Sucedió a Alfaro el General Plaza, cuyo acentuado liberalismo continuó la gran reforma iniciada por aquél. Para el período siguiente fue designado Lizardo García, hombre de negocios, de honorables antecedentes. Su gobierno fue como los anteriores de filiación liberal, pero no tuvo tiempo para implantar sus ideales de administración, porque el descontento de algunos elementos del partido liberal derrocó su gobierno y llevó de nuevo a Alfaro a la presidencia de la República, desde 1906. Luego ascendió al poder don Emilio Estrada. Y a su gobierno han sucedido los acontecimientos que hasta estos momentos mantienen el país en agitación. La intelectualidad de ese bello país ha tenido príncipes en el Continente. Baste con nombrar a Olmedo y a Montalvo. Otros han ilustrado también la mentalidad de la República, entre ellos los Mera, el ingenioso Federico Proaño, el ilustre Numa Pompilio Llona, Marieta de Veintimilla y Eudófilo Alvarez.

París, 1914. [16]

 

A JUAN MONTALVO

Noble ingenio: la luz de la palabra
toca el ánimo y dale vida nueva,
mostrándole ignoradas maravillas
en el mundo infinito de los seres.
La eternidad preséntase asombrosa
atrayendo al espíritu anhelante,
y el ansia crece en el humano pecho
al resplandor lejano de la gloria.
Tú, inspirado y descoso alzas la frente,
y con el diapasón de la armonía
sabio sigues sendero provechoso,
extendiendo la pauta del idioma,
y formando, al fulgor del pensamiento,
si subes, melodías uniformes
como el ritmo inmortal de las esferas;
si bajas, ecos hondos y terribles
que entre la lobreguez de los abismos
fingen himnos grandiosos y profundos.
El genio surge a tu pomposa frase
mostrando sus recónditos misterios;
luz eterna le envuelve y purifica,
mientras crea su fuerza incontrastable
obras que, gigantescas y sublimes,
guías son y deleite del humano.
Mojado tu pincel en los colores
de lo inmenso, al mirar lo que tú pintas,
estremecida el alma se contempla,
y sin velo que oculte la figura,
el ingenio aparece deslumbrante,
siendo ante el mundo, de loores lleno,
admiración de la cansada Europa
y orgullo de la América, tu madre.

Lo bello y noble brotan evocados
por tu conjuro; en majestad completa,
lo noble en las verdades comprendido
es perfecto a la vista poderosa,
si lleva la razón de la justicia,
si abarca la honradez en los principios,
si tiene la corona que desciende
de la eterna virtud, de Dios aliento,
si brilla con reflejos portentosos
que rasgan la tiniebla honda y tremenda
con el soplo que ofrece lo infinito.
Lo bello, adquiere perfecciones sumas
al beso de la gran Naturaleza,
y envuelto de la luz entre las ondas,
al choque misterioso de las artes
brota en divino delicado grupo;
y al sentir de la ardiente fantasía
toque indeleble absorbe alta potencia
forma en dominio excelso inmoble trono
donde el fuego celeste mana ardores;
y ante la admiración de las edades
se exalta la figura enaltecida
y la plástica forma surge leve
en el torso de Adonis delicado,
o en los nevados pechos palpitantes
y el perfil de la Venus Afrodita,
o en Apolo de suelta caballera
que, pulsando la lira sonorosa,
muestra vivo ademán, regio talante,
enseñando los labios entreabiertos,
las manos en fogosa crispatura.
Sutil encaje vaporoso vuela
alrededor de la belleza innata,
tejido con los rayos de esta aurora
que nunca expira y que alimenta el germen
con la sagrada inspiración sublime.
Esta, vida es de poderoso anhelo,
y sirve de astro lúcido que guía
a los seres nacidos para el arte,
en el camino largo y espinoso
por donde van a recibir el premio
de la luz productiva que formaron;
galardón sin igual, alta presea
que hace brotar estímulo gigante.

Religión santa enseñas cuando,
herido por mano oculta y por palabra indocta,
abres tu corazón y tus potencias;
crees en Dios; en ese Dios eterno
que anima la creación y vidas forma;
ese Dios que consuela a los cuitados,
alienta a congojosos desvalidos
y hiere a los inicuos y soberbios.
Jesús, que ejemplo fue de mansedumbre
y de humildad el que en la cruz expira,
es ante ti la majestad del cielo;
con la frente de espinas coronada,
herido el rostro púdico y hermoso
y la sangre surcando las mejillas;
rudo pesar en su divino pecho:
y el perdón como lluvia de rocío
que cae sobre campo árido y triste,
brotando de sus labios a raudales
para sus mismos ásperos verdugos.
¿Y la Madre de Dios? El fresco lirio
que perfumó las faldas del Carmelo,
predilecta del Todo-Poderoso,
pura como el aroma de las flores,
limpia como la nieve de las cumbres,
ésa es: le das tus alabanzas.
Y alabanzas a Dios, son buenas obras;
amar al hombre, engreírse en el trabajo,
dar pan a los que han hambre, y los deberes
de cristiano cumplir, como Dios manda.
Que al cielo no se va por el escueto
camino de la sórdida avaricia
que más desea cuanto más consigue;
ni guiado por la voz de la pereza
que en vez de caminar se echa y se duerme;
ni por la vil lujuria que ambiciona
en cieno ruin abogar ánima y cuerpo;
ni por el vicio, en fin, que así corrompe
como halaga, sino por la amorosa
palabra que dirige el bien que es vida,
y el Eterno Creador ha derramado
para que el corazón de los que siguen
el sendero de luz que al cielo lleva,
se purifique en el sagrado fuego
que en la conciencia mana amor divino:
ese amor como fuerza que conduce,
ese amor como llama que aprisiona,
ese amor inmortal como Dios mismo.
Para el cruel, hipócrita, perverso,
no guarda el cielo glorias inefables
ni sempiternos goces; tiene sólo
maldición y castigo que consumen
pena que agota y hasta el fondo llega
como agudo puñal envenenado,
que penetra candente y martiriza.
Habló la fe. La Humanidad camina,
y Dios siempre está fijo en todas partes,
con sonrisa de amor para los buenos
y con ceño terrible para el malo.
Que en el cielo el Señor grabado tiene
lo que tenía de Epidauro el templo:
“No entran aquí sino las almas puras”.

Genio: montaña; y en su seno abrupto
se despiertan las rudas tempestades;
en su cima, que enhiesta hurga el abismo,
el relámpago teje una corona
que le ofrece, y los hálitos inmensos
que dan luz, la cobijan y consagran.
Genio: sobre esa cima luminosa
forman los aquilones aéreo-nido;
y al contacto del beso de los cielos
que en raudales de interna simpatía,
llega fecundo, y su calor imprime
con gran poder y misteriosa influencia
brota y se agita un águila de fuego:
hendiendo el aire al cielo se remonta,
con las nubes tonantes se confunde,
se acerca hasta el grandioso firmamento
y en ímpetu sublime que conmueve
le hiere con la punta de sus alas;
el ángel guardador de maravillas
se asoma sobre el mundo y le contempla;
ve al águila encendida y presto la unge
con el óleo divino que se guarda
en ánforas eternas e invisibles;
torna el ave a la cima do naciera;
por donde para, chispas brilladoras
riega; la Humanidad está de hinojos;
tú recoges las joyas sacrosantas,
y cual de puras, divinales perlas,
las engarzas en lúcidos collares
que ofreces, coronado de esplendores,
al mundo que se asombra y que te aclama.
Genio: y ahora tú, husmeador sublime,
del gran Libertador; henchido el pueblo
de gozo, lo pronuncia reverente,
y las madres lo enseñan a sus hijos
infundiéndoles fe y amor intenso
a lo grande, respeto a los valientes
que luchan por las caras libertades,
y profundo rencor a los tiranos.
Y todos los heroicos defensores
de la patria común americana
que con vínculos fuertes une el Ande,
son vestidos de luz y presentados
llenos de majestad y de hermosura
por el raro poder de la palabra.
Sobre todos los grandes vencedores
que al mundo llenan de terrible asombro,
aparece Simón, alta la frente,
azote de relámpagos su espada;
su brazo es huracán que todo asuela,
su mirada poder incontrastable,
su cerebro es hornalla misteriosa
donde se forman altos pensamientos,
y su gran corazón, nido de llamas
donde alientan ardores y virtudes;
foco de sin igual magnificencia
que derrama torrentes noble fuego,
encendido en sublime patriotismo,
fecundo en bienes mil a las naciones.
Ese es el gran Libertador de un mundo;
se remonta hasta el sol, cóndor zahareño;
a ése das tú loores inspirados
en el amor que guía a la grandeza;
a ése describes con lucido numen,
presentándolo en forma y en esencia,
modelo de gigantes concepciones,
héroe digno de un plectro resonante
que, al calor de este trópico encendido
que hace brotar del suelo maravillas,
ensaye y lance al mundo, entre entusiasmo,
canto inmortal, magnifica epopeya.

Tú lo quieres, y ya están ellos juntos
a la mesa. Palabra de filósofo,
preciso es escuchar atentamente;
ellos han de comer lo que tú ordenes
y tú has de traducir lo que ellos digan.
Sabiduría abarca con sus brazos
mucha extensión; la boca de los sabios
es caudal de verdades que se infunden
en el que escucha, así como una vaga
relación invisible que traspasa
el límite de antiguo señalado
para el conocimiento y comprensiones.
Cual sobrenatural poder se allega
y deleita la mente y vigoriza
la idea; el corazón tiene su parte;
y no es mucho que valga el sentimiento
donde imperan pasiones y bellezas.
¡Bellezas!, ya oiremos que los dioses
difunden esa luz, toda divina;
por eso brota Venus en su concha
y luego logra la manzana de oro;
y allí, cabe los pórticos de Atenas
y aquí mismo en la mesa de esos sabios,
no apura ya Cristóbulo la copa,
¿radiante de rubor es rostro bello?
La frase del filósofo profundo
penetra de la mente hasta en el fondo;
se anima el corazón y las potencias
al impulso y ardor de las verdades.

La justicia se eleva analizada;
Y las pasiones todas, en conjunto,
sufren en el crisol de los criterios
la purificación que las presenta
con toda faz y visos que ellas tiene.

Pues la sabiduría profundiza
todo lo que a su vista se retrata,
y llega siempre a ver la íntima esencia:
la luz que se aprisiona en la pupila;
en las arterias que palpitan, sangre;
tuétano entre los huesos; en la entraña
el gran laboratorio de lo vivo;
en el fondo del pecho, las pasiones;
del cerebro en el fondo, las ideas.

Por boca de Platón habla Dios mismo,
porque Platón es sabio; y el Eterno
es foco de la gran sabiduría.

Paso al ingenio; con osada mano
una péñola tocas, que colgada
estuvo allí desde pasados siglos.

Vuelve a sonar y conmover el mundo
la ruda carcajada del Cervantes.

Esta empresa, buen rey, ahora se sigue,
pues hay quien la acometa con denuedo.

Valga el ahínco, ayude la esperanza,
y el ingenio entre risa y entre llanto
el alma punce con espina de oro;
que ya lo hemos de ver al caballero
a la faz de este siglo diecinueve,
filósofo valiente, trastornado;
y el escudero fiel ha de enseñarse
como gran complemente al gran poema;
y el uno saque del obscuro seno
de la verdad, en la sonora burla
lágrimas convertidas en diamantes,
sollozos de la loca algarabía,
de la temeridad amarga pena;
y el otro en su estultez muestra la cara
llenas de las arrugas de la risa,
y eche por esa boca áspera y ruda
sentencias cual montañas; su concepto
hiere con filos múltiples y duros;
porque tú sabes bien que ese bellaco
se ahoga en una brutal sabiduría;
sube por una alegra coyuntura
en torpeza sublime, y de repente
desplómase de lo alto, y alma y todo
caen al suelo, por el fuerte golpe
dominados, dolientes, confundidos.

Que es de ver el mutismo incomparable
de las ideas en variante augusta,
donde al par de los choques interiores
que conmueven de pronto las potencias,
el corazón se sale mal librado.

Batalla de sentidos, do en completa
transformación, ante el ideal grandioso
que hubo de conmover en vez alguna
la fuerza de una ánima inspirada
en la verdad, que firme se interroga
adónde lleva el mágico sendero
de la ilusión; la vaga fantasía
no soporta lo real con fuerza tanta;
y, tras lucha interior, se viene abajo
la idealidad con que la mente sueña
recrearse en delicias y portentos,
quedando de sus formas y perfiles
ruda frialdad que en lo real se filtra
gota a gota; y la musa de los suaves
contornos y las alas luminosas
el reflejo de incógnito idealismo,
desaparece de súbito y nos deja
frente a frente a la faz de Sancho Panza.
Con el ayuda de la amarga risa
también se baja a la ciudad doliente
del eterno dolor; también se miran
esas profundidades misteriosas
que, en su seno, moradas son internas
de espantosos pesares infinitos.

La llama que consume inacabable
arde allí y el tormento allí se cierne;
águila negra de encendidas garras
que en todo corazón siempre las hinca.

El Genio Manco, admiración del mundo,
risueño Atlante con el pecho herido,
carga sobre sus hombros mole inmensa
que por mucho que es grande no le agobia.
Al paso del coloso se estremece
toda una sucesión de muchedumbre;
de pasmo un siglo entero conmovido,
deja como una herencia sacrosanta
a todas las edades venideras
admiración para el crecido genio.

Este se para; el peso que conduce
pone sobre cimiento indestructible;
no para descansar, que la fatiga
no toca impertinente esa figura,
cuya face se pierde entre fulgores,
afrenta del sol mismo, por su lumbre
sino porque es preciso que ya ocupe
el lugar que le toca y Dios le brinda,
junto a los escogidos inmortales.

Y la divina carga, ¡quién la toca!
Tiempos pasan y tiempos; mano osada
nunca llegó al tesoro venerando
si no fue atrevimiento para mengua
ahora tú: con brío; así, ¡adelante!,
ya tienes a la espalda el promontorio,
camina: bien sin vacilar; seguro
está que no caerás; el fuego sobra;
es pecho americano ese que alienta;
la Gloria está esperando tu llegada
y Miguel de Cervantes es tu guía.

Ingenio: esculpe, labra, pinta, eleva.

En la región del arte, luz es todo;
gran artista, te sientes dormido
por esa claridad como encendida
por la mano de Dios. Oye, ya suena
ese vago, incesante clamoreo,
de una generación que se entusiasma
al ver la obra que brota de tu mente.
La emulación, llenando el pecho núbil,
da esperanza y deseo. Tú obra grande
es una voz que suena poderosa
dando aliento y vigor. Loor eterno
al hispano gigante celebrado
que creó la epopeya de burla
mezclada con las lágrimas dolientes;
y gloria al de la América garrida
hijo osado, que el vuelo tiende ahora
hasta donde los astros resplandecen.

Mira, ya sobre ti flota la hambre
y tú penetrarás su excelso arcano…
¿Cómo no has de acercarte hasta la cumbre
si Cervantes te lleva de la mano?

[1] ALEGRIA, Julio César. “Rubén Darío y Ecuador”. Editorial Decenio. Managua – Nicaragua. pp. 105, 106. “Rubén Darío y el Ecuador” de Jorge Carrera Andrade se encuentra en la recopilación de obras “Rubén Darío y Ecuador” realizada por el recordado Embajador de Nicaragua en Quito, Julio César Alegría.
[2] ALEGRIA, Julio César. “Rubén Darío y Ecuador”. Editorial Decenio. Managua – Nicaragua.
[3] Ibid. p. 54. “Rubén y Montalvo” de Alejandro Carrión se encuentra en la recopilación de obras de “Rubén Darío y Ecuador” efectuada por el Embajador Julio César Alegría.
[4] Ibid.
[5] Ibid. pp. 56,57,58,59,60.
[6] Ibid.
[7] SEQUEIRA. Op. cit. pp. 193, 194. Artículo publicado por Rubén Darío en “El Porvenir de Nicaragua”, No. 4. Managua, 11 de junio de 1885. El texto de “Una Visita a Eloy Alfaro” fue reproducido por Diego Manuel Sequeira en su obra “Rubén Darío Criollo”, referida en esta nota. A pedido del autor, copia de dicho texto le fue remitida gentilmente por el Profesor nicaragüense Héctor Darío Pastora, Dariano notable y amigo dilecto de la Misión Diplomática ecuatoriana acreditada en Managua.
[8] ALEGRIA. Op. cit. p. 89. Cita de resumen tomada de “Los amigos ecuatorianos de Rubén Darío: Montalvo, Proaño, Alfaro y otros”, de Abel Romeo Castillo, obra recopilada por el Embajador nicaragüense Julio César Alegría en su libro “Rubén Darío y Ecuador”.
[9] ESTRADA, Jenny. “Rosa Sotomayor y Luna La Musa en París”. Artículo publicado por el Diario “El Universo” de la ciudad de Guayaquil, en su edición del día martes 18 de octubre de 1994. Guayaquil – Ecuador. 1994.
[10] Ibid.
[11] Ibid.
[12] Ibid.
[13] ALEGRIA. Op. cit. p. 88. El poema “Rosita Sotomayor” de Rubén Darío lo reproduce Abel Romeo Castillo en “Los amigos ecuatorianos de Rubén Darío: Montalvo, Proaño, Alfaro y otros”, obra, a su vez, recopilada por el Embajador nicaragüense Julio César Alegría en su libro “Rubén Darío y Ecuador” aquí citado.
[14] Ibid. p. 87.
[15] ESPINOSA, Simón. “Presidentes del Ecuador”. Editores Nacionales S.A.; Banco del Progreso; Mastercard. Biblioteca Vistazo. Publicado por Revista Vistazo. Ecuador. 1998. p. 106.
[16] ALEGRIA. Op. cit. pp. 115, 116, 117. “Ecuador” de Rubén Darío es reproducido por el Embajador Julio César Alegría en “Rubén Darío y Ecuador”.

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