Mi primera conversación con el hijo de Juan Montalvo en París

Vigía de la Torre Eiffel

Mi primera conversación con el hijo de Juan Montalvo

en París

Por el Dr. A. Darío Lara

Tan pronto como se estableció mi contacto con Jean Contoux-Montalvo, gracias a su contestación a mi primera carta del 25 de septiembre de 1963, según referí en mi artículo de “El Comercio”, 20 de Octubre, mi ilusión era encontrarle lo antes posible. Muy generosamente, al doctor Luis Jaramillo, en ese entonces Encargado de Negocios del Ecuador en París, me manifestó que gustoso invitaba para que Jean Contoux-Montalvo viniese unos días a París.

Transmitida la invitación en mi carta del 4 de Octubre, fue inmediatamente aceptada y el viaje a París fijado del 22 al 30 de Diciembre, con motivo de las vacaciones de Navidad. El rigor del invierno primeramente, la precaria salud de su esposa luego, hicieron que tal fecha fuese postergada para la primavera.

De este modo, el sábado de 4 de abril de 1964, en la mañana, Jean Contoux Montalvo llegó a París al hotel que por sus indicaciones, se le había reservado en la calle Tronchet detrás de la iglesia de la Magdalena. Y, a la doce del día, en compañía del doctor Jaramillo, fui al hotel; tuvo lugar nuestra primera entrevista. Un extraño sentimiento indefinible revivía para mí, en aquellos momentos, tantos años de búsqueda, tantos días de espera. Me pareció que la persona que estaba sentada allí, que se hallaba en mi presencia, era una persona perfectamente conocida; una persona cuyo pasado, cuya historia me eran casi familiares. Así desde el primer instante, sin embarazo alguno, el diálogo se entabló con naturalidad, afectuosamente, aquel diálogo ya iniciado por una asidua correspondencia de varios meses.

El día era espléndido y un sol resplandeciente derramaba a maravilla, sobre la ciudad transfigurada, los primeros encantos de la nueva primavera, al fin de regreso. Como se acercaba la hora del almuerzo, el doctor Jaramillo nos invitó al restaurante para el aperitivo. Como buen habitante de la Costa Azul Jean pidió y le imitamos, el aromatizado “pastis” delicia de los días estivales.

La conversación se inicio cordialmente. Jean es un “conversador” maravilloso e interminable. Su memoria prodigiosa conserva el recuerdo de los hechos, de las fechas, del menor detalle, con tal vivacidad que admira en sus 78 años. Gran fumador, si su cigarrillo preferido es el “gitano” francés, no desdeña el “rubio”. Y desde el primer momento también, los recuerdos de su padre vienen naturalmente: recuerda que Juan Montalvo fue también gran amador de cigarrillo “doblado”, que él mismo preparaba y de café, según recordé en una crónica anterior.

Instalados ya en el último piso de la UNSECO y dominando la región noroeste de la ciudad, en que se destacan desde el Arco del Triunfo, hasta la Basílica de Montmartre, allí, a nuestros pies, junto a la Torre Eiffel, la Escuela Militar… Bastó esto para reavivar los recuerdos de los años de soldado, cuando la guerra de 1914-18, que para él duró hasta 1919. Enemigo de la guerra por temperamento y por convicción, estuvo obligado de llevar el uniforme militar. En su ensayo de “autobiografía”, anota: “Movilizado, afectado al servicio auxiliar, hice la guerra sin grandes riesgos y sin gloria. Fui desmovilizado en 1919 con el grado de subteniente y en calidad de jefe de sector de la Reconstitución Industrial, para el departamento del Paso de Calais”. Lo que no le impidió ir a terminar en un ejército del Cercano Oriente, en donde la malaria le puso al borde de la muerte, si unos cuantos “luises” no le hubiesen permitido pagar una barquilla que le trajera a Grecia, después a Malta, hasta el suelo natal.

No pretendo referir aquí todo lo que en esos cinco días en su compañía me refirió acerca de su persona, de su madre, la señora Augustine Contoux y, sobre todo, de su ilustre padre, Juan Montalvo, ya por lo que oyó a su madre, ya a los amigos y demás personas que le trataron, en París, al Cosmopolita.

El domingo 5 lo consagró a sus parientes parisenses. El lunes 6, la tarde íntegra pudimos conversar largamente, paseando desde la Magdalena hasta los Campos Elíseos. Entonces pude aclarar varios puntos que me interesaban especialmente, confirmar varios hechos obscuros de su biografía de la vida de su madre, de la vida de Juan Montalvo, en París. El martes 7 lo consagramos a la visita de los lugares “montalvinos” de esta capital: la casa en que murió, el busto de la Plaza de Champerret y rehicimos el paseo que diariamente don Juan seguía desde la calle Cardinet, al parque Monceau, a los grandes Bulevares, la Opera… Para Jean, el parque Monceau revive toda su infancia: allí venía, como tantos niños parisienses, en compañía de su madre, de su padre o de la doméstica y, en lontananza, evoca sus juegos infantiles de entonces. No puede olvidar, ya a la hora del almuerzo, al padre de regreso de su paseo, “siempre son alguna cosa, algún regalo en las manos; nunca regresaba con las manos vacías”, afirma Jean.

Es admirable como cada calle, casi cada casa, guardan para él, periodista incansable, el recuerdo de un hecho histórico, de una personalidad notable del siglo pasado, de la “belle époque”, del tiempo de “entre dos guerras”. Vuelve a vivir sus hazañas políticas en que estuvo mezclado continuamente, ya apoyando a conocidas personalidades de la época, varias veces también, aunque sin éxito, como candidato a la Asamblea Nacional, casi siempre contra tal o cual destacadísimo dirigente comunista… Un paseo por las calles de París, en su compañía, resulta algo extraordinariamente interesante, inolvidable.

En ese mismo día, 7 de abril, tuve la suerte de tenerle entre los míos. “Tenía la impresión, me escribirá después recordando aquellas horas, de estar con amigos de largo tiempo”.

Finalmente el miércoles 8, luego de su vida al Embajador del Ecuador, tuvimos nuestra larga y última conversación, hasta que le acompañé a la estación de Lyon, al tren que debía llevarle a su residencia de Costa Azul.

Si debiera ofrecer un resumen de nuestras conversaciones, revisando mis notas, tomadas día tras día, las agruparía en los párrafos siguientes: los recuerdos que Jean conserva de sus padres; los recuerdos autobiográficos; las relaciones de su madre y Jean con los ecuatorianos; los documentos auténticos que confirman tales afirmaciones.

Lo que ante todo se destaca en su autobiografía – por ventura me ha entregado ya buena parte por escrito – es que su vida se halla, hasta cierto punto, fuertemente determinada por la personalidad de su padre. Periodista, hombre de lucha, de combate en el campo de las ideas y, se puede decir, desde los bancos de la escuela. Desde niño manifestó un temperamento excepcional, se destacó como un estudiante llamado a un destino singular, si circunstancias muy tristes no se hubiesen interpuesto. Recordaré estos hechos de su infancia “En la escuela se despertó: sin duda, mi vocación por la profesión de periodista escribe Jean. A los diez años en efecto redactaba cada semana a la pluma un periódico de la Escuela, ilustrado por un camarada dotado para el dibujo caricatura. La lectura de este periódico (una hoja recto verso y de ejemplar único) costaba cinco plumas nuevas o un centavo. Casi no salta del marco de la clase, porque era confiscado tan pronto como llegaba a otra. En esta misma clase fundé con aprobación del Director y del Inspector de Academia la primera liga antialcohólica…”.

No debe olvidarse el período terrible y duró después de la muerte de su padre. La situación fue muy difícil para la madre; para Jean significó la angustia de no poder terminar sus estudios, como habría deseado. Obtenido su bachillerato, siguió en la Facultad de Derecho, pero no pudo terminar la carrera, por la urgencia de trabajar para ganar el pan de los suyos. Aquí se abre el importantísimo capítulo de las relaciones de su madre y de Jean con los ecuatorianos residentes en París. En nuestra correspondencia, más de una vez ya, Jean me ha referido ya datos valiosísimos. Los nombres que entonces se repiten son: Los hermanos Seminario, Agustín Yerovi, Víctor Manuel Rendón, Carlos Winter (este último, Jean me dirá aún al pasar delante de la casa en que vivió: “me vistió de pies a cabeza para mi Primera Comunión en 1900”). Miguel Ángel Carbo, E. Dorn u de Alsúa, Olmeda Alfaro… quienes manifestaron un interés digno de todo encomio a la viuda y al huérfano del escritor ecuatoriano.

Para quienes se han planteado el interrogante: ¿por qué Juan no lleva el apellido de su ilustre padre?, con el respeto que el asunto requiere, reproduzco a continuación, para terminar este artículo, un párrafo de la carta que Jean me escribió el 27 de enero pasado: “Es natural que algunos ecuatorianos se hallan sorprendidos al conocer que Juan Montalvo ha dejado en Francia un hijo que vive aún y del que no han oído hablar nunca… Pero usted no duda de ello, por lo que le agradezco, mi filiación es incontestable. Los documentos que yo comuniqué al Dr. X y que llevaré, bastan para comprobarlo. Además si los señores: Agustín Yerovi, Victor Manuel Rendón, Carlos Winter, Cónsul General en París Miguel Ángel Carbo, su sucesor en ese puesto, los hermanos Seminario después, más tarde, Olmedo Alfaro, se interesaron por mí, fue evidentemente porque estaban seguros de ello. Si no llevo, en el estado civil, el nombre de mi padre es únicamente, y no me avergüenzo de ello, porque él no había podido regularizar su situación con mi madre”

Paris, a 28 de abril de 1964

 

(Tomado de “El Comercio” Año LIX Número 21 776

Quito – Ecuador, Domingo 17 de 1964).

 

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