A. Darío Lara
A cuatro distinguidos Ecuatorianos:
Alfonso BARRERA VALVERDE
Antonio José LUCIO PAREDES
Plutarco NARANJO VARGAS
Jorge SALVADOR LARA

París, a 17 de Enero de 1981

ʺ…Qué noble empeño el suyo. Creo que siento admiración por el amor con que se ha dedicado a los temas ecuatorianos en Francia. Su Juan Montalvo (1) es una verdadera ayuda para la mayor comprensión de los perfiles del sér humano que hubo en nuestro escritor. Si hubiera más compatriotas como usted, dedicados en el extranjero a ver nuestra región desde su experiencia universal…» (Embajador Alfonso Barrera Valverde), Buenos Aires 1975.

(1) Se trata de «Juan Montalvo en Parísʺ. Comunicación presentada en el primer Coloquio de Besanzón, en marzo de 1975.

UNA ESCENA PARISIENSE
El cuadro no puede ser más espléndido.  Entre las avenidas de los Campos Elíseos y de Gabriel (del nombre de Jacques-Ange GABRIEL, 1698-1782) el arquitecto que construyó  la Plaza de la Concordia y los dos majestuosos hoteles que la decoran, se extienden los amplios jardines en los que tiene lugar, al aire libre, el mercado de los sellos de correo.
Hacia el costado norte, dominando el conjunto de avenidas y hoteles, teatros y restaurantes de renombre universal, se alza el Palacio del Eliseo, residencia de los Presidentes de Francia, desde 1873. Por sus lujosos salones, cuando sirvieron de residencia oficial en todos los regímenes que se sucedieron, sacudidos por los vientos de la historia, pasaron, desde su construcción por Mollet, en 1718: soberanos y mariscales, príncipes y embajadores, mujeres y artistas ilustres.  Allí residieron, entre centenares de celebridades, la Pompadour y el marqués de Marigny, Josefina, en 1809, antes de Malmaison, Carolina Murat, hermana de Napoleón. El Emperador después de Waterloo, en ese Palacio firmó su segunda abdicación, el 22 de junio de 1815.
Desde las primeras horas de la mañana y hasta los comienzos de la tarde, dos veces por semana, en los bellos meses de primavera al otoño, asoman en esos jardines curiosos personajes de novelas o evocadores de viejas estampas parisienses. Pacienciosamente instalan sus caballetes y extienden pliegos  de timbres  los más extraordinarios, así por la variedad de sus colores, como por los países de origen. Sobre mesitas y armarios bien adecuados se elevan montañas de álbumes y cuadernos, en donde los curiosos, los aficionados, los filatélicos, pasan horas y horas, si no para comprar o vender, para distraerse emprendiendo maravillosos viajes imaginarios a fantásticos países los más exóticos. No es raro, entre aquella venerable concurrencia, ver a chiquillos que se inician en sus entusiasmos filatélicos; si bien, muchos abandonarían pronto tan paciente como costosa aficción. No se hallan contagiados aún por aquella horrible lepra que se llama la ganancia.
Los últimos días de un verano particularmente asoleado y risueño cubrían con un manto de oro el verdor de las avenidas, de los paseos; grupos de turistas subían y bajaban la célebre avenida; los cafés y restaurantes estaban saturados de clientes que disfrutaban de aquellos días de espléndidas vacaciones. En aquel sitio excepcional, en una de aquellas tardes, tuvo lugar una diálogo al parecer muy prosaico, se realizó una escena que bien merece recogerla para la historia montalvina.
– «Señor, ¿tiene algún timbre de esta serie de Juan Montalvo?ʺ preguntaba un adolescente que tenía en sus manos una estampilla ecuatoriana con la efigie del ilustre escritor ambateño y universal.
El interrogado, sea porque no le interesaba el cliente, sea que atendía a personas más importantes, con un gesto de paternal benevolencia, apenas se articuló:
– «¡No, mi pequeño; no sé de quien me hablas!ʺ .
Sin embargo, la interrogación del chiquillo no se perdió en el aire ni entre el follaje de los castaños, de los nogales, de los platanos que ofrecían una sombre benéfica a los cansados turistas, agrupados juntos a los estanques y surtidores de esos jardines parisienses.
– «¿Por qué te interesa Juan Montalvo?» dijo al adolescente un caballero de noble prestancia, finas maneras, admirado de oír en semejante sitio y de labios de un francesito el nombre del gran clásico de las letras españolas e hispanoamericanas. Este distinguido caballero, filatélico de ocasión y horas de ocio, se dedicaba a trabajos más serios: era nada menos que el responsable de Asuntos Culturales de la Embajada de Venezuela. De familia francesa-venezolana, hombre de inmensa cultura, historiador y miembro de Academias, cumplía en París una labor de alta calidad dentro de los medios intelectuales de la Capital francesa, en donde era muy conocido y se le apreciaba como ameno y erudito conferenciante. Su nombre: F.G. Pardo de Leygonier. Le he mencionado en algunos de mis libros; pues, tuve el privilegio, en mi estadía parisiense, de disfrutar largos años de su estrecha y provechosa amistad.
A la inesperada pregunta del amable caballero, el adolescente que estaba decepcionado por la respuesta de su primer interlocutor, con admirable encanto contestó:
– «Mi papá me ha contado que pertenece a la familia de Juan Montalvo y según parece, fué un gran escritor».
Intrigado por las palabras del chiquillo, Pardo de Leygonier, que conocía naturalmente la biografía del escritor ecuatoriano, fallecido en París en 1889, y cuyo busto se halla en la Plaza de Champerret, pero que ignoraba que el Ecuatoriano hubiese dejado familiares en Francia, tuvo una contestación que debía estar al comienzo no de una novela, pero de una historia auténtica. Y tal vez, a despecho de decepcionar a quienes, más de una vez, me han preguntado: ¿Cómo pudo llegar a descubrir al hijo de Juan Montalvo que nadie conocía?, encontrarán aquí la sencilla y verídica explicación de esta bella aventura que me fué dada vivir en París.
– «Si deseas algunas estampillas de Juan Montalvo y más detalles sobre su biografía de este pariente tuyo, dijo el intelectual Venezolano, dirígete a este señor. Y sacando una tarjeta suya escribió: 
Monsieur A. Darío Lara
Ambassade de l’Équateur
34, Avenue de Messine
Paris, 8ème
Tél: LABorde 10-21ʺ.
Se terminaban los encantadores días de aquel histórico verano. Un esplendoroso otoño se anunciaba y daba las primeras señales de su presencia: se acortaban los largos días y asoleados; se doraban los follajes de los árboles o adquirían ese color fauve que tanto embelesó a los impresionistas; la Capital adquiría aquel aire inconfundible en que se destacaban -como habitantes de otros planetas- los Parisienses de rostros tostados por el aire del mar o de las montañas.
Obligado de permanecer en mi diario trabajo de oficina (el asunto vacaciones no había entrado aún en el programa de un funcionario de mi modestísima categoría) tuve, en cambio, el agrado de recibir la visita de un destacado intelectual y político guayaquileño. Juntos realizamos un recorrido de arte y cultura por la Capital que se terminó naturalmente por la visita de la casa, número 26 de la calle Cardinet, en donde murió Juan Montalvo. El distinguido compatriota se despidió y en aquella misma tarde, viernes 20 de Septiembre de 1963, escribía yo una de mis colaboraciones para el diario quiteño EL COMERCIO (1), cuando por una  de esas coincidencias misteriosas, excepcionales que advienen de cuando en cuando o como que los manes de don Juan me visitaran, sonó el teléfono y una llamada inesperada vino a distraerme de mi trabajo; pero, al mismo tiempo, a coronar en un instante maravilloso muchos años de paciente espera, muchos días de investigaciones en archivos y bibliotecas.
Una voz agradable, tanto tiempo inútilmente esperada, me habló. Ante todo, para solicitarme una biografía en francés de Juan Montalvo. Le manifesté que podía ofrecerle tan sólo el folleto MONTALVO, de Max Daireaux y Gonzalo Zaldumbide (2), pues, ninguno de nuestros escritores y diplomáticos, nadie se había ocupado después de publicar un estudio, una biografía en ese idioma sobre el gran clásico ecuatoriano. Me presentó varios detalles de la vida, de la familia, de la obra del ilustre ambateño; todo en un tono muy cordial, casi familiar. Tan sólo al final de nuestra conversación, añadió tranquilamente, como quien me confiara un mensaje: ʺSoy un nieto de Juan Montalvo. Mi nombre es Robert Simard».
Ya se podrá imaginar mi asombro, mi alegría también al oir semejante revelación… Luego de los primeros instantes de estupor, de vacilación, invité a mi interlocutor para una entrevista inmediata. Me manifestó que aquella misma tarde, como todos los fines de semana, salía de París, pues, tenía una propiedad en el departamento del Yonne, en donde además de ocuparse de sus asuntos personales, debía atender a las obligaciones de Alcalde de una población en aquel departamento. Eso sí, ofreció llamarme el día lunes siguientes.
Así fué. El lunes 23 en la mañana, me llamó al teléfono y nos citamos para la tarde del día siguiente, en las oficinas de la Embajada, 34 avenida de Messine. De este modo, el martes 24 de Septiembre de 1963, desde las tres de la tarde tuve mi primera y emocionante conversación con el señor Robert Simard. Un hombre de 51 años, robusto, pletórico de salud y de exquisitez, de estatura mediana, escaso cabello peinado hacia atrás, destacando así una amplia frente; usa anteojos. Dirige, al parecer, una próspera casa de negocios en una calle junto a los Campos Elíseos. Me refirió que conocía mi nombre y mi teléfono gracias a un Venezolano que los dió a su hijo Jean-Claude de trece años, aficionado filatélico. Su conversación fué sumamente agradable y versó casi exclusivamente alrededor de la vida, la familia, la obra de Juan Montalvo.
De las numerosas informaciones que aquella tarde recibí de Robert Simard, la más valiosa, la fundamental fué seguramente la relativa a la existencia en Francia de un hijo de Juan Montalvo. Robert Simard me dio su nombre: Jean Contoux-Montalvo; su dirección en la ciudad de Cannes y varios detalles de su vida mientras vivió en París. Me habló de Suzanne Contoux, madre de Robert Simard. En el primer artículo, de una serie de seis colaboraciones sobre este asunto, para EL COMERCIO, fechado el 24 de Septiembre (3), dí los detalles de esta primera entrevista. Desde luego, en dicho artículo se deslizaron involuntariamente algunos errores que voy a rectificar en las páginas que siguen, tocantes particularmente al parentesco de Robert Simard con Juan Montalvo; pues, contrariamente a lo que escribí entonces, Suzanne Contoux, hermana de madre de Jean Contoux-Montalvo, madre de Robert Simard, no fué hija de Juan Montalvo, según comprobaré con documentos incontrovertibles.
En marzo de 1975, en la ciudad de Besanzón, se llevó a cabo el Primer Coloquio acerca de Juan Montalvo en Francia, organizado por la Universidad de dicha ciudad, que tenía títulos especiales para ello. En carta de octubre de 1974, los organizadores del Coloquio invitaron al señor René Remond, Presidente de la Universidad de París X, y al señor Charles Minguet, Presidente del Centro de Estudios Ecuatorianos, de esa Universidad (4), solicitando su participación. El señor Minguet, en mi calidad de Encargado de Cursos en dicha Universidad y, naturalmente, de Ecuatoriano, me confió el honroso encargado de dar contestación, aceptando la presencia de algunos Colegas y mencionando las ponencias y comunicaciones de los participantes de París (5).
 En el Coloquio de Besanzón, en mi Comunicación: «Juan Montalvo en París» (anexo 1), presenté una síntesis del estudio que después de largo años de investigación ofrezco en las páginas que siguen.
Por inesperada coincidencia, este Coloquio de 1975 iba a celebrarse a pocos meses de cumplirse un siglo de un de las fechas más trágicas de la Historia ecuatoriana, en el siglo XIX: la del 6 de Agosto de 1875. No podía, en mi intervención, dejar de mencionar esta fecha, ya que muchas veces se la suele evocar junto al nombre de Juan Montalvo. Que se me permita transcribir aquí los primeros párrafos de mi Comunicación:
«Comenzaré expresando, ante todo, a esta Universidad, al Director del Instituto de Estudios Hispanoamericanos, Profesor Albert Dérozier, en particular, mi agradecimiento por la organización de este Coloquio sobre Juan Montalvo en Francia.
Como Ecuatoriano profundamente ligado a la historia y a la cultura de mi país;  como investigador que he dedicado algunas de mis mejores horas parisienses a seguir las huellas que nuestro don Juan dejó en sus tres estadías en la ilustre Capital, creo interpretar el auténtico sentir de mis compatriotas, de sus organismos culturales, en especial, al expresaraos a todos vosotros, universitarios de Besanzón y distinguidos participantes en esta asamblea cultural, que estáis marcando una fecha cimera en los anales montalvinos.
Si el nombre y la obra de Juan Montalvo seguirán disfrutando de excepcional prestigio, mientras la lengua de Cervantes y Rodó, de Teresa de Avila y Rubén Darío continúe interpretando el pensamiento y el sentir de toda una familia de pueblos, al acercarnos a un centenario histórico, el 6 de agosto próximo, bien está que recordemos aquí la figura señera del gran Cosmopolita.
¡Oh! no que yo piense ni aplaudir ni justificar el horrible asesinato, menos aún caucionar la confesión: «!Mi pluma lo mató!», que lanzara Montalvo cuando supo el crimen del 6 de Agosto de 1875. Ni García Moreno merecía el destino al que le condenaron sus asesinos ni la pluma de Montalvo debe presentársenos manchada con la sangre de uno de los gobernantes, sin duda, más discutido del siglo XIX sudamericano, no por ello menos apasionante y extraordinario, dentro del contexto de la historia ecuatoriana. A la distancia de un siglo de aquellos hechos, cuando los odios políticos y las pasiones se han acallado -si no  desaparecido completamente- estos dos grandes hombres, cuyas vidas se cruzaron constantemente para combatirse, aparecen hoy excepcionales, cada cual con el peso de su obra que ha dado al Ecuador diferente gloria: Montalvo en la república de las letras; García Moreno -aquel «gran tirano» que dijera el mismo Montalvo- construyendo con esfuerzos titánicos un país que se hallaba reducido a fracciones y próximo a desaparecer.
Mas, no distraeré aquí vuestra atención con la evocación de este apasionante capítulo, aunque muy espinoso, de la historia de mi país y que ha sido analizado por hombres tan valiosos y diferentes como: el P. Berthe, Juan León Mera, Antonio Borrero, en el siglo XIX; Ricardo Pattee, Manuel Gálvez, Luis Robalino Dávila, Benjamín Carrión, Remigio Crespo Toral, Wilfrido Loor, Plutarco Naranjo, entre cien más en el siglo XX» (6).
Por aficiones personales y circunstancia excepcionales, desde mi primer año de estudios en el Instituto de Literaturas Comparadas de la Sorbona, fui encaminado a realizar varias investigaciones acerca de la vida y la obra del célebre Ambateño. Inicialmente, a título particular; más tarde, ya funcionario del Servicio Exterior de mi país, gracias a una Comisión de Servicio otorgada, en 1966, por el señor Ministro de Relaciones Exteriores, doctor Jorge Salvador Lara, y en 1968, por el Subsecretario General del mismo Ministerio, doctor Alfonso Barrera Valverde. En ambas ocasiones, por la valiosa iniciativa del doctor Plutarco Naranjo, hombre de inmensa cultura y preocupado por todo cuanto se relaciona con su ilustre paisano. Embajador en París, gran admirador de Juan Montalvo, el doctor Antonio José Lucio Paredes me facilitó admirablemente -cosa que no fué corriente en años anteriores- para llevar a cabo mis investigaciones, añadiendo así un nuevo motivo a mi imperecedora gratitud para tan noble amigo y valioso servidor del país.
Quedan justificadas aquí las palabras de mi dedicatoria.
Entre la escena parisiense del adolescente que buscaba una estampilla de Juan Montalvo, en el verano de 1963, y el Coloquio de Besanzón, Marzo de 1975, habían pasado doce años en los que pude reunir valiosos documentos acerca de los descendientes de Juan Montalvo en París  y,  sobre todo, algunas páginas desconocidas u olvidadas del gran Cosmopolita. Serán las dos partes de  esta contribución a la bibliografía montalvina.
París, Enero de 1981.

NOTAS:

(A) Juan Montalvo en París, tomo I, Subsecretaría de Cultura-I. Municipio de Ambato, Quito-Ecuador, 1983.
(1) EL COMERCIO, lunes 4 de noviembre de 1963; artículo firmado en París, el 20 de septiembre de 1963.
(2) MONTALVO (1832-1889); por Gonzalo Zaldumbide y Max Daireaux.- CAHIERS DE POLITIQUE ETRANGERE.- Les Editions France-Amérique, París 1963.
(3) EL COMERCIO. Un hijo de Juan Montalvo vive en Francia.  Domingo 20 de octubre de 1963; articulo firmado en París, el 24 de septiembre de 1963.
(4) Carta del Profesor Albert Dérozier, de la faculta de Letras y Ciencias Humanas, Universidad  de Besanzón, 4 de octubre de 1974, al Profesor René Rémond, Presidente de la Universidad de París X-NANTERRE.
(5) Carta del Profesor Albert Dérozier, de la facultad de Letras y Ciencias Humanas, Universidad de Besanzón, 4 de octubre de 1974, al Profesor Albert Dérozier, en nombre del Profesor Charles Minguet, Presidente de la Universidad de París X-NANTERRE.
(6) JUAN MONTALVO EN FRANCIA Actas del Coloquio de Besançon (15-17 de marzo de 1975). Les Belles Lettres; París, 1976. Páginas 190-206.

ANEXO 1: ACTAS DEL COLOQUIO DE BESANÇON- «Juan Montalvo en París (1)

«Finalmente el epílogo (del Coloquio de Besanzón), que consiste en un resumen de las discusiones alrededor de cada ponencia, cierra magistralmente este libro admirable, tanto por la calidad de los trabajos presentados, como por el programa y el ejemplo que significan los investigadores que busquen adentrarse debidamente auxiliados en la obra de Don Juan». Susana Cordero de Espinosa (2). 

JUAN MONTALVO EN PARÍS

Páginas olvidadas
Sus descendientes
Prof. A. Darío Lara

Comenzaré expresando, ante todo, a esta Universidad, al señor Director del Instituto de Estudios Hispánicos e Hispanoamericanos, en particular, mi agradecimiento por la organización de este Coloquio sobre Juan Montalvo en Francia.
Como ecuatoriano profundamente ligado a la historia y a la cultura de mi país; como investigador que he dedicado algunas de mis mejoras horas parisienses a seguir las huellas que nuestro don Juan dejó en sus tres días en la ilustre Capital, creo interpretar el auténtico sentir de mis compatriotas,de sus organismos culturales, en especial, al expresaros a todos vosotros, universitarios de Besanzón y distinguidos participantes en esta asamblea cultural, que estaís marcando una fecha cimera en los anales montalvinos.
Si el nombre y la obra de Juan Montalvo seguirán disfrutando de excepcional prestigio mientras la lengua de Cervantes y Rodó, de Teresa de Ávila y Rubén Darío siga interpretando el pensamiento y el sentir de toda una familia de pueblos, al acercarnos a un centenario histórico, el 6 de agosto próximo, bien está que recordemos aquí la figura señera del gran Cosmopolita.
¡Oh! no que yo piense ni aplaudir ni justificar el horrible asesinato, menos aún caucionar la confesión: «Mi pluma lo mató», que lanzara Montalvo cuando supo el crimen del 6 de agosto de 1875. Ni García Moreno merecía el destino al que le condenaron sus asesinos ni la pluma de Montalvo debe presentársenos manchada con la sangre de uno de los gobernantes, sin duda, más discutido del siglo XIX sudamericano, no por ello menos apasionante y extraordinario, dentro del contexto de la historia ecuatoriama. A la distancia de un siglo de aquellos hechos, cuando los odios políticos y las pasiones se han acallado -si no desaparecido completamente- estos dos grandes hombres, cuyas vidas se cruzaron constantemente para combatirse, aparecen hoy excepcionales, cada cual con el peso de su obra que ha dado al Ecuador diferente gloria: Montalvo en la república de las letras; García Moreno –aquel «gran tirano» que dijera el mismo Montalvo- construyendo un país que se hallaba reducido a fracciones y próximo a desaparecer.
Mas, nos distraré aquí vuestra atención con la evocación de este apasionante capítulo, aunque muy espinoso, de la historia de mi país y que ha sido analizado por hombres tan valiosos y diferentes como: Ricardo Pattee, Manuel Gálvez, Luis Robalino Dávila, Benjamín Carrión, Remigio Crespo Torral, entre cien más…
Mi intención es evocar brevemente algunos aspectos de la vida de Juan Montalvo en París; aspectos que me ha sido dado aclarar o, algunos, descubrir.
Desde luego, imposible evocar la personalidad de Juan Montalvo sin referirse a sus relaciones con Francia. No únicamente, y esto es esencial, a su constante adhesión a lo más auténtico y profundo del pensamiento francés que fue el alimento obligado de los representantes de nuestras letras, en el siglo XIX. De los clásicos a los enciclopedistas del siglo XVIII; de Montaigne y La Bruyère a Montesquieu y Víctor Hugo, Juan Montalvo hizo de ellos los maestros de su pensamiento y en ellos se inspiró constantemente para sus comentarios y para sus luchas por la libertad y la dignidad del hombre. Al mismo tiempo daba al idioma español resonancias dignas de los mejores momentos de la época clásica.
Juan Montalvo residió en Francia en tres épocas perfectamente determinadas. En 1856, el expresidente José María Urbina fué designado Ministro del Ecuador en París, por su sucesor el general Francisco Robles. Urbina escogió a Juan Montalvo como Agregado Civil. Urbina escogió a Juan Montalvo como agregado civil. Por motivos de política interna, Urbina canceló su viaje y Montalvo vino a París, en 1857 y fué designado Secretario de la Legación ecuatoriana, cuyo jefe era Pedro Moncayo, eminente ciudadano, escritor y polemista, hombre de gran carácter.
Montalvo tenía 25 años; se hallaba en plena fuerza de la juventud, de sus ilusiones y de su ambiciones de gloria, del prestigio literario. Vivió en París, estudió, meditó y aprendió. A su regreso de un viaje por Italia, en los comienzos de 1858, entrevistó a Lamartine. Pero, por motivos de salud, debió abandonar Francia, luego de un viaje en que recorrió Suiza, España. Regresó al Ecuador en 1860.
En su segundo viaje vino en carácter de desterrado, luego del golpe de Estado de García Moreno, en 1869. Montalvo salió para Colombia. Gracias a la ayuda de otro Ecuatoriano, Eloy Alfaro, que residía en Panamá, pudo realizar su segundo viaje a Europa. Tal estadía en París fué más corta; pues debió abandonar Francia a causa de su pobreza, por una parte, y los presagios de la guerra franco-prusiana, por otra. Era el año de 1870. De Panamá Montalvo pasó a Lima y nuevamente vino a residir en Ipiales, la pequeña ciudad colombiana, donde vivió hasta 1876. En Ipiales recibió la noticia del asesinato de García Moreno, el 6 de agosto de 1875.
Su tercer viaje a Europa coincide también con otra dictadura, la del general Ignacio Veintemilla, contra quien el terrible polemista lanzó sus tremendas Catilinarias. A comienzos de 1882, Juan Montalvo residía ya en París y en esta ciudad permanecerá  hasta su muerte, en 1889. Siete años de grandes sufrimientos; de amargo destierro. Pero, también, años valiosos entre los más y en los que produjo obras fundamentales, como los tres tomos de El Espectador.
Francia no fue únicamente un lugar de asilo para este ilustre prosista de América. Además de haber saciado sus aspiraciones más íntimas de cultura, de haberse empapado en lo más valioso de las letras francesas, logró ver su pensamiento plasmado en obra y publicadas varias de sus producciones literarias. A parte de algunas de sus obras fundamentales, como vamos a ver, Juan Montalvo firmó en París algunos de sus artículos o breves ensayos.
Así:
– 1858: Correspondencia para el periódico La Democracia de Quito. Artículo firmado en París, el 15 de mayo de 1858.
– 1869: El bellísimo artículo: «El Padre Lachaise», dedicado a Rafael Barba Gijón, Imprenta de Charles de Mourgues Hermanos, París, 20 de septiembre.
– 1883: «Azotes por virtudes», en la Revue Sud-Américaine, París 7 de enero de 1883. Dedicado al señor Pedro S. Lamas, fundador y redactor.
– 1886: Carta al Moniteur des Consulats, París, 5 de enero.
– 1888: Carta de Francia, publicada con un comentario de Francisco Montalvo, en Ambato, el 3 de julio.
Cuando en 1936, Roberto Agramonte, director del Departamento de Intercambio Universitario, publicó en La Habana Páginas desconocidas de Juan Montalvo, y en 1969 Páginas Inéditas de Juan Montalvo, Editorial José M. Cajica Jr., S.A., Puebla, se conocieron varios artículos que guardan relación con la vida de Juan Montalvo en Francia. Entre otros:
– 1858: «Lamartine», firmado en el mes de abril. En Quito, el 28 de junio de 1856, ha firmado un primer artículo dedicado al poeta francés.
–  1858: Al término de su viaje por Italia (ha enviado crónicas de Florencia, Nápoles, Venecia, Milán) termina su recorrido con dos crónicas de París. 30 de abril: Génova, Lombardia, Venecia, el Adriático; 15 de mayo: Milán, Piamonte, Turín.
– 1858: «Desde el Bourget hasta Ginebra», publicado en La Democracia de Quito, en agosto.
– 1870: Diario del Destierro, que inicia el 1o de junio: «Día por día», hasta el 19 de julio: «Guerra franco-prusiana».
– 1888: Con posteridad al 15 de marzo de 1888, doce «Artículos» para El Espectador (tomo IV).
Después de estos artículos y escritos cortos, vengamos a las obras fundamentales de Juan Montalvo publicadas en Francia.
Honra eterna corresponde a Besanzón por haberse publicado en esta ciudad, en la Imprenta Joseph Jacquin, la primera edición de los Siete Tratados, en dos tomos. Si bien la edición señala la fecha de 1882, la impresión y encuadernación se terminaron en 1883 y circuló en el segundo trimestre de este año. Esta fue, pues, la primera obra importante que Juan Montalvo tuvo la alegría de ver imprensa en Francia y, sin duda, sirvió a reconfortarle en su destierro. Después se publicaron:
– 1884: Mercurial eclesiástica, en la colección «Biblioteca de Europa y América», revista quincenal, cuyo primer número apareció el 1° de noviembre de 1880 y en la que colaboró Montalvo, según veremos adelante. El administrador proprietario era J.Y. Ferrer, fundador, en 1864, de la casa «Comisiones y Compras», en el número 71 de la rue de Rennes, París. 
– 1886: En la Librería Franco-Hispano-Americana, que dirige el mismo J.Y. Ferrer, se publica El Espectador, t. I. Lleva la fecha de 1o de junio.
– 1887: El Espectador, t. II, en la misma editorial de París, el 15 de junio.
– 1887: Mercurial eclesiástica, segunda edición, en la editorial J.Y. Ferrer.
– 1888: El Espectador, t. III, misma editorial. Conocemos que Montalvo corrigió personalmente las pruebas de imprenta. Al salir de la imprenta, 15 de marzo de 1888, contrajo los primeros síntomas de la enfermedad fatal.
– 1889: el 17 de enero de 1889, Juan Montalvo murió en París, en el número 26 de la calle Cardinet. Tenías 59 años, 9 meses y 5 días.
– 1895: Nuevamente en Besanzón, obra póstuma, en la Imprenta Paul Jacquin se publica: Capítulos que se le olvidaron a Cervantes, ensayo de imitación de un libro inimitable. La segunda edición de esta obra se hizo en Barcelona, por Montaner y Simón, en 1898.
– 1912: Siete Tratados, en dos tomos, en la «Biblioteca de grandes autores americanos», por la Editorial Garnier Hermanos, París. Esta segunda edición tiene una intoruducción de Rufino Blanco Fombona.
– 1913: La Revista de América reproduce, en las páginas 335-336, la «Carta al Ministro Pacheco del Perú», mes de marzo.
La presencia en París de uno de nuestros mejores prosistas de este siglo, discípulo de Juan Montalvo, diplomático y ensayista admirable, Gonzalo Zaldumbide, marcó aquel período de ‘entre dos guerras’ por una inmensa obra cultural y montalvina, no superada después. Gracias a Gonzalo Zaldumbide se colocó una placa en el 26 calle Cardinet, en la casa en que murió Montalvo. Zaldumbide se preocupó para que el busto de Juan Montalvo, junto al de Martí, Rodó y Rubén Darío, estuviera alrededor de la estatua del Libertador, en la plaza de Champerret. Hombre de letras, después del ensayo en español que consagró a Montalvo, con un estudio de Max Daireaux sobre Rodó (París, les Éditions France-Amérique, 1936), publicó su Montalvo, en «Cahiers de politique étrangère» que dirigía Gabriel-Louis Jaray. Y, lo que fue más valioso, se preocupó de una reimpresión de las obras completas de Juan Montalvo, en la Editorial Garnier Hermanos, en el orden siguiente:
– 1921: Capítulos que se le olvidaron a Cervantes, en 1 tomo. Con una presentación: «Dos palabras» de Gonzalo Zaldumbide.
– 1921: Siete Tratados. Con un prólogo de Gonzalo Zaldumbide.
– 1923: El Cosmopolita, en dos tomos. Con un prólogo de Gonzalo Zaldumbide.
– 1925: Las Catilinarias. Con un prólogo de Miguel de Unamuno. Con ligeras variantes reproduce el discurso que pronunció al colocarse la placa de la calle Cardinet (2 tomos).
– 1927: El Cosmopolita, en dos tomos. Con un prólogo de Gonzalo Zaldumbide.
– 1929: El Regenerador, en dos tomos. Con un prólogo de Francisco García Calderón.
– 1929: Las Catilinarias, en dos tomos. Con un prólogo de Miguel de Unamuno.
– 1930: Siete Tratados, en dos tomos. Prólogo de Rufino Blanco Fombona.
– 1930: Capítulos que se le olvidaron a Cervantes, en 2 tomos. Con una presentación: «Dos palabras» de Gonzalo Zaldumbide.
Y siguió un largo silencio…
Largo años pasaron y la obra, el nombre de Juan Montalvo quedaron casi en el olvido para las generaciones que vinieron con la segunda guerra. Quedó cerrado aquel brillante período, iniciado al fin del siglo por Rubén Darío y que conoció su apogeo en el primer tercio de este siglo. Las letras hispanoamericanas conocieron entonces, en París, es decir en la capital de la Cultura, un prestigio no igualado aún, gracias a Rubén Darío, Gómez Carillo, Alfonso Reyes, Gonzalo Zaldumbide, Gabriela Mistral, los hermanos García Calderón, Amado Nervo, Rufino Blanco Fombona, César Vallejo, Benjamín Carrión.. y tantos más. Sin olvidar a un joven centroamericano que, estudiante de etnología, hacia 1924, iniciaba ya con Leyendas de Guatemala una obra que coronaría, en París también, con el Premio Nobel, el 19 de octubre de 1967. Su nombre, Miguel Angel Asturias.
Entre las rarísimas publicaciones sobre mi lustre compatriota, en los últimos años, señalaré el folleto: La gloria de Montalvo de un Cónsul ecuatoriano de admirable cultura, Marcos B. Espinel. Dicho folleto se publicó en París en 1955.
Por aficiones personales y circunstancias excepcionales fuí encaminado a realizar varias investigaciones acerca de la vida y la obra del distinguido ambateño. Inicialmente, a título particular; más tarde, en 1966 y en 1968, gracias a una «Comisión de Servicio» otorgada por los señores ministros de Relaciones Exteriores del Ecuador. Fruto de aquellas investigaciones fueron publicados varios artículos en el diario quiteño El Tiempo y trazan ya las grandes líneas de un próximo libro, Juan Montalvo en París:
1) Los descendientes.
2) Páginas olvidadas.

En lo que se refiere a Páginas olvidadas, he examinado minuciosamente cosa de veinticinco revistas (Anexo 1), veinte del siglo pasado. Lo que ante todo sorprende es la cantidad, la variedad de publicaciones, revistas en español, en francés, que en el siglo XIX y más exactamente en los últimos treinta años se publicaron en París y estaban dedicadas a problemas latinoamericanas de toda índole. Por el número, por la calidad de algunas publicaciones y la importancia de varios de sus colaboradores de Francia, España y América, puedo afirmar que no ha habido después nada igual, si se exceptúan los años de la aparición del «Mundial», con Rubén Darío y el grupo de escritores que le acompañaba.
He reunido, pues, aquellas, páginas olvidadas de Juan Montalvo y que no han sido recogidas en ninguna de sus obras. Ni en Páginas desconocidas de Roberto D. Agramonte (La Habana. Imp. Cultural, 1936), ni en Páginas inéditas, dos tomos, del mismo Agramonte (Puebla, México, Editorial José M. Cajica, primera edición, 1969) he encontrado los artículos que he coleccionado en París y los tengo ya en microfilm. Aunque, publicados en revistas, folletos del siglo pasado, continúan siendo desconocidos no solamente del gran público, sino también de especialistas.
La mayor parte de tales «páginas olvidadas» fueron publicadas en la revista Europa y América, cuyo primer número salió el 1° de noviembre de 1880 y el último, el n° 344, el 25 de marzo de 1895. Juan Montalvo colaboró, entre otras revistas y diarios, especialmente en  Europa y América, desde 1883, y llegó a formar parte de la dirección de esa revista. Entre otros testimonios vaya el de uno de sus amigos, colaborador también de la revista, el marqués Manuel de Peralta, escritor y diplomático costarricense, nacido en 1844, miembro correspondiente de la Real Academia Española. En 1925, Peralta era aún el decano del Cuerpo Diplomático de América Latina. Participó en la ceremonia de la calle Cardinet y ese mismo año, en la Revue de l’Amérique Latine (tomo X, números 43-46, julio a diciembre de 1925) en las páginas 97 a 98, Peralta publicó Don Juan Montalvo. Souvenirs (Anexo II). A continuación (páginas 99 a 102), la misma revista publica en francés un artículo escrito por Juan Montalvo, en español, en homenaje al marqués de Peralta y tomado de la revista Europa y América, el 15 de febrero de 1887 con motivo de su regreso en calidad de ministro de Costa Rica en París (Anexo III). Debo mencionar que el artículo de Juan Montalvo, en la revista de 1887, no tiene firma. La traducción francesa de 1925 va con el nombre de Montalvo. Esto es muy importante porque, como veremos después, viene a comprobar que Juan Montalvo escribió varias colaboraciones en dicha revista, y tal vez en otras, sin que vaya su nombre.
Efectivamente, muy pocos artículos de Juan Montalvo en la revista Europa y América tienen su firma. Aquellos, mucho más numerosos, que no la tienen los he clasificado en dos grupos:

a) artículos que se refieren a problemas políticos, literarios, diplomáticos, históricos del Ecuador. Entre otros: Eloy Alfaro (Año IV, n° 74, París, 15 de enero de 1884; páginas 2 y3. En la portada hay un dibujo del general Alfaro por W. de la Guardia). La République anti-cléricale y La Estrella de Panamá (Año IV, n° 87, 1° de agosto de 1884; pág. 2). El Clero de las Repúblicas hispano-americanas  (Año IV, n° 89, 1o de septiembre de 1884; pág. 2). Hecho de armas (Año V, n° 98, 15 de enero de 1885. Se refiere al histórico combate del “Alajuela”). Mala Diplomacia (Año V, n° 111, 1o de agosto de 1885; pág. 2, tres columnas. Ataque furibundo contra el ministro del Ecuador en París, señor Antonio Flores). Y podría multiplicar los ejemplos;

b) artículos, también sin firma, en que el escritor ecuatoriano (por lo menos así opino) comentó varios problemas de América Latina, en general, y particularmente los de América Central. Hay para ello una razón fácil de comprender. Juan Montalvo se hallaba profundamente ligado al general Eloy Alfaro, quien durante esos años de destierro y combates (durante el período garciano y en la dictadura de Veintemilla) vivió en las repúblicas centroamericanas, hasta el triunfo liberal de 1895. Mencionaré, entre tales artículos: Las Repúblicas de Centro América (Año VII, n° 149, 1° de marzo de 1887; página 2); Los países hispanoamericanos en Europa (n° 158, 15 de julio de 1887; páginas 3 y 4); Hombres notables de América (n° 159, 1° de agosto de 1887; páginas 2 y 3); El único cargo fundado de los que se le han hecho al Libertador Simón Bolívar (Año IV, n° 77, 1° de marzo de 1884; páginas 1 y 2); Don Benjamín Vicuña Mackenna (Año IV, n° 121, 1° de enero de 1886; páginas 1 y 2).
Mi opinión personal acerca de la paternidad de estos artículos ha sido confirmada por tres distinguidos escritores de mi país, a quienes he presentado tales documentos, en París. Conocedores de la obra de Juan Montalvo, su opinión tiene enorme valor. Ellos son: Carlos de la Torre Reyes, de la Academia de la Historia y actualmente director del diario El Tiempo; el doctor Plutarco Naranjo, autor de una biografía de Juan Montalvo y una bibliografía montalvina, la más completa hasta hoy; finalmente, el licenciado Pablo Balarezo Moncayo, ex-director de la «Casa de Montalvo», de Ambato, ex-director de la «Biblioteca nacional de Quito», cuya obra montalvina de más de treinta años es una de las más notables de mi país. Ha publicado también, en «Biblioteca de grandes autores ambateños», las obras completas de Juan Montalvo. Llegan ya a quince volúmenes (1968-1971).
En lo que a los descendientes de Juan Montalvo se refiere, sin tener la importancia que ofrece el conocimiento de todo cuanto escribió el ilustre ambateño, creo que no debe quedar en la sombra nada de cuanto tiene que ver con un hombre de la categoría de Montalvo. Y ¡qué más noble y delicado que penetrar en la vida íntima de nuestro escritor y revelar algunos rasgos de sus sentimientos afectivos y familiares! La investigación en este campo revisita un carácter casi sagrado.
La vida errante de Juan Montalvo y los numerosos años de destierro, de una parte, los escasos recursos de que disponía habitualmente, por otra parte, no le permitieron atender debidamente al hogar que formó en Quito con María Adelaida de Guzmán ni de la hija que con ella tuvo, María del Carmen. Mucho se ha escrito sobre este punto y no me detendré en él. Como tampoco  de sus relaciones sentimentales an América, particularmente en la pequeña ciudad colombiana de Ipiales, en la frontera con el Ecuador. Pertenece ya a la historia su coqueteo con la condesa de Pardo Bazán, a quien conoció en Madrid, en su viaje de 1883. La correspondencia entre la noble española (que habría deseado ver a don Juan en la Real Academia Española) y el «zambo» ambateño (como frecuentemente lo llamaron sus adversarios) publicada por Antonio Jaén Morente (Juan Montalvo y Emilia Pardo Bazán. Quito, Editorial Colón, 1944) es un valioso testimonio).
En cambio nada se ha escrito acerca de la familia que Juan Montalvo formó en París. Se conocía, o mejor, se dejaba vislumbrar que a su muerte había dejado un hijo en París. Gonzalo Zaldumbide, Rufino Blanco Fombona en poquísimas palabras –no más de cinco líneas- apenas si hacen mención de ese hijo, en textos que pasaron inadvertidos, a los que nadie prestó mayor atención.
En circunstancias que expondré detalladamente en mi libro Juan Montalvo en París, abordaré este capítulo con todos sus curiosos detalles. Gracias a un sobrino de Juan Montalvo, señor Robert Simard, me fue posible entrar en contacto con ese hijo misterioso, en el último trimestre de 1963. Las pruebas que tenía de su filiación eran irrefutables y los documentos que él puso en mis manos en los años siguientes de amistad y correspondencia que siguieron a nuestra primera entrevista, en París, el 4 de abril de 1964, me hicieron descubrir preciosas informaciones sobre los últimos años de Juan Montalvo.
Jean Contoux-Montalvo nació en París, en el mes de octubre de 1886 y tuvo una hermana menor Susana. Juan Montalvo tuvo, pues, dos hijos en una mujer francesa cuyo nombre seguramente os es desconocido y que quiero descubriros rindiendo a su memoria un homenaje conmovido (3). Mujer admirable, ella supo suavizar el destierro y los sufrimiento del gran Cosmopolita, quien a pesar de su estoicismo, de su inmensa fuerza de carácter dejó traslucir sin embargo, en los últimos meses de su existencia particularmente, su hondo pesar del exilio. «Si yo pudiera dar los ocho años de Europa de mis tres viajes, aunque no han sido del todo inútiles; si los pudiera dar por cuatro días de felicidad doméstica acentrada, no vacilaría un punto», escribía añorando a su familia y los rincones paradisiacos de Ambato. A este propósito, la última carta que escribió a su hermano Francisco, o mejor que «dictó» a su «ángel» de la guarda es muy valiosa: «Mi salud no ha sido mala durante siete años en París; sino al contrario buena y cabal. Pero el último invierno fue tan excepcional y terrible que he pagado todo junto. Después de seis meses de grandes padecimientos, todavía estoy en manos de médico… Vivos son mis deseos de volver a la patria y sueño con el clima de Ambato, en donde me parece se acabarán mis males físicos… Tan débil estoy que apenas puedo dictar estas cuatro líneas. Durante este largo período de dolor, ni Dios, ni los hombres me han faltado. Tres meses de calenturas y anonadamiento habrían sobrado para acabar conmigo sin la asistencia de este ángel de mi guarda. Después de seis años que vivo en familia, me ha salvado tres veces la vida por su amor por mí y me ha dado a Juanito, de dos años…» (Carta de 22 de agosto de 1888).
¿Quién era aquel ángel de la guarda que así suavizó el dolor y acompañó en sus últimas horas al más célebre de los prosistas ecuatorianos del siglo XIX? Nueva Francisca Sánchez del Pozo, la hija del jardinero real de la Casa de Campo, que en la primavera de 1899 cautivó el corazón de Rubén Darío y fue hasta su muerte, o por lo menos hasta su último viaje a América, en 1914, la compañera fiel y amante a quien la inmortalizó en aquellos versos:
«Francisca, tú has venido
En la hora segura…
En mi pensar de duelo y de martirio,
Casi inconsciente me pusiste miel,
Multiplicaste pétalos de liro
Y refrescaste la hoja de laurel.
Seguramente Dios te ha conducido
Para regar el árbol de mi fe.
¡Hacia la fuente de noche y de olvido,
Francisca Sánchez, acompáñame !…»

Augustine-Catherine Contoux fue la joven francesa que cautivó el corazón de Juan Montalvo y que le acompañó solícita hasta sus últimos momentos. Y él que tanto amaba a los niños (no olvidemos aquellas palabras escritas por el terrible polemista: «Los niños son en la tierra lo que las estrellas en el cielo: inocentes, puros, brillantes. La casa donde no hay niños es triste, solitaria, casi lúgubre…») tuvo la dicha de verse rodeado de dos hijos: Juanito y Susana.
Augustine nació en 17 de octubre de 1858, en la población de Garnat-sur-Engièvre (Allier); sus padres fueron Francisco Contoux y Maria Reverdy. Tenía, pues 24 años cuando Juan Montalvo llegó a París, en su tercer viaje; y como en la carta arriba citada, se refiere a «seis años que vivo en familia», se puede concluir que debieron conocerse a fines de 1882 o comienzos de 1883. Esto viene a destruir completamente tantas leyendas que escritores mal informados, que poco o nada se ocuparon de investigar, escribieron acerca de la vida privada y de los últimos días del Cervantes americano.
Leopoldo García Ramón, colaborador también en Europa y América, gran amigo y admirador del escritor ecuatoriano, en su bella crónica escrita para La España Moderna (febrero de 1889), poco días después del 17 de enero, con exquisita delicadeza se refiere a este capítulo sentimental, en estas palabras: «El alma de Montalvo es en estos momentos a que me refiero -1887- más amante que lo fue nunca, y no sé, ni aunque lo supiese lo revelaría, si hubo alguna señora mezclada a su existencia por aquel entonces;  pero me parece que sí. Vivía solo, en modesta y limpia habitación…haciendo vida de fraile, según murmuraba a media voz, con el pertinaz y lento dejo americano que tanto contrastaba con la viveza de su estilo; pero ciertas reflexiones y entonaciones al hablar de la mujer y de aventuras galantes, ciertas nimiedades que no prueban nada y que un observador tan poco sagaz como yo tomaba a menudo por indicaciones, cuando nada indican, me hicieron suponer que acaso la celda se convertía en altar de amores, y el severo escritor leía con gusto el respeto y el cariño  en dos ojos que le miraban embelesados, sumios, obedientes…» (Escritores americanos. Don Juan Montalvo; páginas 99 a 121).
Gracias a las confidencias de Juanito y a la correspondencia que con él mantuve, desde 1963 hasta su muerte, el 9 de diciembre de 1969, en Cannes, me fue posible penetrar en los secretos de esa mujer admirable que hasta su muerte, el 6 de enero de 1949, sesenta años después de Juan Montalvo, guardó intacto el recuerdo del ilustre sudamericano  a quien tanto amó. «Lo que yo hago por él es natural, porque… es el padre de mi hijo Jean y le amo», había escrito Augustine al final de la última carta que Juan Montalvo escribió a su hermano Francisco; carta en la que el agonizante ponderaba «la asistencia de este ángel de mi guarda».
Igualmente, gracias a Jean Contoux-Montalvo y a su sobrino, Robert Simard, he podido esclarecer numerosos detalles de la vida privada, las actividades, no bien conocidas de Juan Montalvo en París. No ha dejado de impresionarme el poco interés que desmostraron destacados escritores que residieron largo tiempo en París para completar la biografía y la bibliografía montalvinas. No está aún bien aclarada, por ejemplo, la colaboración de Juan Montalvo en El Figaro, al que se refieren varios biógrafos suyos, enrique Anderson Imbert entre otros.
Por lo mismo, juzgué útil publicar ya, en seis artículos periodisticos (El Comercio, Quito, 20 de octubre de 1963 – 14 de julio de 1964) algunas páginas de la abundante documentación que he logrado reunir hasta hoy. Creo que la publicación de dichas páginas servirá, así mismo, para una mejor visión de tantos hechos históricos, políticos de fines del siglo XIX. Las páginas que se refieren a su vida privada -las mismas que merecen todo nuestro respeto, toda nuestra comprensión- completarán la biografía de tan esclarecida personalidad que se destacó por la superioridad de su espíritu y de su corazón.
Tengo así la convicción, distinguidos amigos aquí presentes, de que vosotros vendréis a confirmar la veracidad de estas palabras de Juan Montalvo: «Los hombres de inteligencia han hallado una inteligencia, los hombres de corazón hallamos un corazón» (Páginas inéditas, t. I, página 39). 

NOTAS:

(1) Para una mejor comprensión de los estudios del montalvista A. Darío Lara acerca de la descendencia francesa del Cosmopolita, hemos incluido a «Una escena parisiense», en anexo, esta conferencia de: «Montalvo en Parísʺ, in: Juan Montalvo en Francia, actas del Coloquio de Besançon del Departamento de Estudios Hispánicos e Hispanoamericanos de la Universidad de Besançon, A. Darío Lara. Imprimerie Jacques et Demontrond, 25000 Besançon-France; pp. 190-206, y añadido también estas tres notas.
(2) Susana Cordero de Espinosa, in: «Panorama de los estudios críticos sobre la obra de Don Juan Montalvo»; p. 41, en: Diario, Cuentos, Artículos, páginas inéditas I Juan Montalvo, biblioteca letras de Tungurahua, editorial «Pio XII», Ambato-Ecuador.
(3)  En esta parte conviene recordar esta afirmación: «Desde luego, en dicho artículo se deslizaron involuntariamente algunos errores que voy a rectificar en las páginas que siguen, tocantes particularmente al parentesco de Robert Simard con Juan Montalvo; pues, contrariamente a lo que escribí entonces, Suzanne Contoux, hermana de madre de Jean Contoux-Montalvo, madre de Robert Simard, no fué hija de Juan Montalvo, según comprobaré con documentos incontrovertibles».

Anexo I: I. REVISTAS


a) Siglo XIX
El Correo de Ultramar. Fol. Z. 9.
El Eco hispano-americano. Gd. Fol. Lc. 22201
Ilustración hispano-americana. Z. I. 002-Z. 2259.
La Ilustración española y americana. Fol. Z. 718.
Revista de España. Z. 456.
El Americano. Pc. 79.
Revista contemporánea. Z. 11508.
Revista latino-americana. PC. 80.
El Mundo americano. P. 611.
Revue du monde latin. Z. 2670.
La España moderna. Z. 11598.
Revue franco-sud-américaine. Fol. V. 3062.
Les matinées espagnoles. Z. 345.
El mundo diplomático y consular. Fol. G. 172.
La Caprichosa. Z. 23052.
L´Echo de Paris. El Eco de París. Fol. Lc. 2. 3081.
Correo de París. F. Lc. 2. 4408.
Les deux Amériques. P. 948.
Messager franco-américain. Fol. Lc. 2. 5329.
Europa y América. Fol. Z. 130.
(Año I, París 1° de noviembre de 1880. Revista general ilustrada de Literatura, Artes y Ciencias).
Redacción y administración: 71, rue de Rennes.
Redactores: Federico de la Vega,
Augusto G. de Linares.
Administrador: J.-Y. Ferrer.
Colaboran: Nicolás Salmerón, Francisco Giner, Alfredo Calderón, Ignacio Altamirano, Jorge Isaacs, Manuel Cosio, Salvador Calderón, Quijano Otero, García Ramón, Nuñez de Arce.
Pintura: George Profit.
Año III, n° 68: 15 de octubre de 1883 (foto de Juan Montalvo); páginas 1 y 2 (artículo sobre Montalvo).
Año IX, n° 195: 1° de febrero de 1889 (necrología de Juan Montalvo).
Año XV, n° 344: 25 de marzo de 1895 (termina la serie de la revista).

b) Siglo XX

France-Amérique. P. 1255.
Revue de l´Amérique Latine. Z. 21417.
Par-Sud-Am (Paris-Sud-Amérique). Jo. 63191 (Versalles).
La Vie latine. Jo. 61733.

Anexo II: REVUE DE L´AMÉRIQUE LATINE: DON JUAN MONTALVO. SOUVENIRS (Paris, août 1925).

Dans les années 1882-1889 se trouvait à Paris l´illustre écrivain équatorien don Juan Montalvo, tenu pour un polémiste redoutable, en particulier à cause de ses Catilinaires, que nous pourrions à juste titre appeler Gabriéliques, car elles s´adressaient à l´œil droit et au cœur de don Gabriel García Moreno, président de la République de l´Equateur, comme les Philippiques de Démosthène s´adressaient à l´œil droit de Philippe de Macédoine.
Vers cette époque arriva à Paris et descendit dans un hôtel des environs de l´Opéra, la célèbre femme de lettres doña Emilia Pardo Bazán, dont j´avais eu l´honneur de faire la connaissance à Madrid, lors de la publication dans la Epoca de ses fameux articles sur “La question palpitante”; elle y prenait la défense de Zola et du naturalisme littéraire au sein d´une capitale presque entièrement attachée aux traditions classiques et livrée à un romantisme tempéré par l´austère gravité castillane.
Doña Emilia, peu de temps auparavant, avait fait apparaître son excellente Vie de saint François d´assise, œuvre qui lui acquit la réputation d´insigne écrivain, en même temps que de bonne catholique. Les indulgences que lui avaient valu son livre sur le Docteur Séraphique contribuèrent efficacement à calmer les âmes timorées prêtes à se scandaliser de la voir défendre avec une telle chaleur et une telle éloquence les théories de Zola, déjà florissantes. Je me souviens toutefois que, sauf quelques esprits forts et ceux qui la connaissaient intimement, les milieu mondains ne lui furent pas au début favorables. On admirait son immense talent, mais on le craignait, et l´on s´effrayait de ses audaces littéraires. Peu à peu elle s´imposa, et si fortement, qu´elle devint une des gloires littéraires d´Espagne; on la considérait comme telle et tous l´accueillaient avec empressement; sa maison et son salon furent bientôt des plus brilliants de Madrid. C´est alors que la Reine Marie-Christine lui concéda en propre et personnellement le titre castillan de Comtesse de Pardo Bazán, titre porté par son Père à la suite d´une concession pontificale.
Doña Emilia admirait Montalvo et le tenait en particulière estime. Ayant appris que je ne le connaissais pas, elle m´invita avec lui à sa table, dans un hôtel de la rue Daunou, où s´élève aujourd´hui le théâtre de ce nom, et que fréquentaient pas mal d´Espagnols, parmi lesqueles je me souviens d´avoir rencontré don Luis de Silva, compte de Pié de Concha, premier Introducteur des ambassadeurs et gentillhomme des plus accomplis, fils de du marquis de Santa Cruz, à cette époque grand mître du Palais.
La conversation de doña Emilia et de Juan Montalvo devait être et fut en effet fort intéressante. Doña Emilia s´en reserva la partie la plus brillante, mais ni l´un ni l´autre ne firent preuve du moindre pédantisme.
Montalvo fut simple et archaïque comme son style. A la fois recherché et modeste, on avait à peine, auprès de lui, à croire qu´il put tonner avec une si véhémente éloquence, ainsi qu´en ses Catalinaires, contre la tyrannie.
Il habitait Paris une maison de la rue Logelbach, et était chargé de la rédaction de Europa y América, revue bimensuelle qui ne put lui survivre.
Appelé par ses amis de Madrid, il demeura quelques semaines à la Cour d´Espagne. Don Emilio Castelar, don Juan Valera, don Gaspar Nuñez de Arce le proposèrent comme membre correspondant à l´Académie Royale Espagnole, alors présidée par le noble comte de Cheste, traducteur en langue espagnole du Dante, de l´Aristote et de Camoens; le secrétaire de l´académie était don Manuel Tamayo y Baus et le bibliothécaire don Aureliano Fernandez Guerra y Orbe, poète à ses heures et surtout érudit.
Montalvo, polémiste libéral et libre penseur, ne fut point jugé selon ses mérites littéraires mais bien d´après ses opinions politiques et religieuses et, malgré l´autorité de ses illustres parrains: Castelar, le premier orateur de son temps, don Juan Valera, le premier conteur et l´insigne poète Nuñez de Arce, l´Académie à la majorité, refusa son admission.
Ce refus transpira et causa scandale dans les Cercles littéraires; on déplora de voir l´Académie s´abstenir d´ajouter à la liste de ses correspondants un des plus illustres écrivains hispano-américains.
Montalvo se consola rapidement de cet échec et reprit son labeur de journaliste et d´essayiste. Son Espectador, ses Siete Tratados et ses Capítulos que se le olvidaron a Cervantes sont un témoigange de sa maîtrise  de la langue et lui valent d´être considéré comme un penseur profond, digne collègue posthume de Montaigne, Addisson et Emerson.
Manuel M. de PERALTA

Anexo III MANUEL DE PERALTA

Nos lecteurs viennent de lire les intéressants souvenirs du Marquis Manuel M. de Paralta, ministre du Costa Rica, doyen vénéré du Corps diplomatique de l´Amérique latine à Paris, sur Juan Montalvo. Voici maintenant des pages oubliées du grand écrivain équatorien sur le Marquis de Peralta. Inédites en français, ces pages ont paru, en espagnol, dans la revue “Europe y América”, que dirigeait Juan Montalvo, le 15 février 1887 à l´occasion du retour de Monsieur de Peralta comme Ministre du Costa Rica à Paris, poste qu´il n´a cessé d´occuper depuis lors. Cette Revue est heureuse de rendre un double hommage au grand écrivain disparu dont on vient de célébrer la mémoire a Paris, et à une des plus éminentes personnalités du monde diplomatique hispano-américain en France.
C´est un des principes du droit des gens que les nations sont égales, considérées comme les membres du grand corps social  qui se meut dans le domaine de la civilisation. Le droit de préséance est un fait; mais le représentant d´un peuple peu nombreux et peu riche en n´est pas moins l´ambassadeur d´une puissance de première classe. L´entité morale incarnée dans la personne d´un envoyé public est la même, qu´il s´agisse de l´ambassadeur d´Allemagne ou du plénipotentiaire de la plus modeste république d´Amérique. Cependant l´échelle diplomatique est une vérité évidente et les us et coutumes désignent leur place aux envoyés des nations selon l´importance de ces dernières et le rang qu´elles occupent. C´est là une habitude sensée contre laquelle il serait ridicule d´élever la voix, puisque la Table-Ronde, sans haut bout, n´est pas celle à laquelle nous nous asseyons. Le Cid Campeador, de tout temps, enverra rouler d´un coup de pied les chaises des audacieux qui oseraient se placer devant le procureur de son Roi et Seigneur. Si le pape prend cela mal, il n´y gagnera rien, car l´épée du Cid sert aussi à lever les excommunications. 
El papa cuando lo supo
Al Cid le ha descomulgado:
Sabiéndolo el de Vivar

Ante el papa se ha postrado:
Absolveme, dijo, papa,
Si no seraos mal contado.

Le siège d’ivoire de l’ambassadeur de France au Vatican est brisé, Rodríguez Díaz s’y octroie de gré ou de force la première place en tête des représentants des puissances européennes.
Qui serait assez fou, aujord’hui, pour disputer la préséance au Baron de Morenheim, envoyé du Czar de Russie, ou a Lord Lyons, de la Grande-Bretagne, sous prétexte que toutes les nations sont égales dans le monde diplomatique? Les millionaires, comme les Ministres du Mexique et de la Bolivie, se font une place en vivant dans des palais et en donnant des bals où l’or coule à flots; mais dès qu’il est question d’orgueil national, ni le Comte de Hoyos, ni Essad Baja ne leur rendraient le moindre point, et c’est aux nues qu’ils porteraient celui de l’Autriche ou de l’Empire ottoman.
Les représentants des républiques hispano-américaines sont hommes de jugement; ils n’entreprennent point de couper la tête à quelque géant, ni de rétablir sur son trône quelque prince dépossédé: ils restent tout bonnement à la place qui leur revient dans l’échelle qu’occupent de par leurs envoyés les nations du monde, contents de ce que le sort ou la nature leur a donné, biens de fortune pour les uns, talent et sagesse pour les autres.
Nous ne savons pas qu’il y en ait beaucoup de ces derniers actuellement à Paris, mais ce que nous savons, c’est qu’on y trouve quelques riches fort capables de se mesurer avec les plus opulents Européens. Et comme les richesses sont un autre talent, une autre sagesse, ceux qui les détiennent et en usant en grands seigneurs, s’acquittent admirablement de la tâche à eux confiée par leurs gouvernements. Autre talent, ai-je dit, autre sagesse, c’est faux: dans la vie pratique personne ne dédaigne l’argent, car tout le monde sait que ce prince est puissant comme un roi, redoutable à l’égard d’un tyran, aimable ainsi qu’une belle femme. On sait également que le prix du mérite est relégué au second plan. La richesse occupe le premier, et l’emporte sur la raison et la justice.
Don Manuel de Peralta vient d’être nommé ministre plénipotentiaire du Costa Rica en France et en Espagne: voilà qui nous réjouit fort, car rien ne manque plus au corps diplomatique américain. Déjà nous possédions des hôtels aux Champs-Elysées, nos bals défrayaient la chronique parisienne, de grands et pompeux banquets disaient l’élégance des républiques américaines. Nous aurons maintenant un représentant des belles-lettres, un diplomate libérateur, qui, bien qu’appartenant à l’une des plus petites nations, saura prendre place parmi les premiers, et fera justement honneur au nouveau monde, si toutefois il rencontre en chemin ces vastes quetions où brille l’intelligence et où le savoir trouve l’espace nécessaire à ses longs développements.
Don Manuel de Peralta est peut-être le plus jeune d’entre les ministres américains résidant en Europe, mais il possède à son actif nombre de légations de première classe, ainsi que diverses décorations et titres littéraires faits pour éveiller les désirs des ambitieux et l’envie des jaloux. Officier de la Légion d’Honneur en France, il est membre de l’Académie Royale d’Espagne; écrivain rempli de connaissances historiques et littéraires, travailleur infatigable, auteur d’œuvres de longue haleine fort bien écrites, il joint à tout cela une modestie et une sympathie tellement  propres à son caractère, qu’il ne lui est nul besoin de les cultiver, ces qualités s’épanouissent constamment en lui sans même qu’il s’en doute.
On dit que Pierre Corneille avait, en la personne de son frère Thomas, un auxilliaire inestimable. Thomas travaillait dans la chambre voisine, et lorsque le poète se heurtait à quelque obstacle, lorsqu’il luttait et luttait encore contre les difficultés de la versification, frappant à la cloison, il criait: «Thomas, une rime à monde?». Et le voisin de répondre: «profonde». Pierre Corneille, triomphant, donnait alors la dernière touche à l’une de ses tragédies. Ce frère fécond était un vrai marché d’idées et de souvenirs; il savait tout, tenait liste de tout. Qu’ignore don Manuel de Peralta? A quoi ne pourrait-il répondre sur-le-champ ainsi que Thomas Corneille? C’est une histoire, un dictionnaire vivants. Mémoire prodigieuse, il se meut parmi les obscurs sentiers des temps passés, de la littérature, des chroniques de n’importe quel siècle, et nous apporte palpitante l’information que nous désirions, la date qui nous faisait défaut, le nom qu’il ne nous était point possible de repêcher dans l’eau trouble d’événements mal connus. Avec don Manuel de Peralta je n’hésiterai pas à m’atteler à l’histoire universelle, afin d’augmenter et corriger celle de César Cantú, pas plus que je ne craindrais d’entreprendre les Trois Horaces, certain que la rime ne viendrait pas à manquer.
Don Manuel de Peralta a, pour ainsi dire, habité les bibliothèques de Séville et de Simancas, tous ces vénérables dépôts où l’Espagne enferme ses trésors. Les livres de ce jeune travailleur regorgent de dates nouvelles et importantes, et font preuve d’un tel ordre et d’une telle réflexion, qu’il est un des auteurs les plus sensés que l’on puisse rencontrer; auteur également utile, car on n’éparpille point son talent en bagatelles, encore qu’il ait coutume de se plaire à ces jeux pyrotechniques qu’on  nomme poésie lyrique. Un talent sans imagination est un talent de savant, de savant et rien de plus, aussi n’est-il guère prisé en notre siècle de romans, de drames et de romances. Menéndez Pelayo, sans ce qu’il a de païen, serait un insupportable quaker. Vénus et Cupidon servent de contre-poids à saint Joseph et à Notre-Dame des Délaissés. Les bons chrétiens voyagent d’ordinaire et fréquemment de Rome à Cythère, car ils savent bien que seul le sacristain est tenu de dormir chaque nuit dans l’église. Mendendez y Pelayo ne manque pas à l’heure dite de sonner la messe, c’est un maître carillonneur, et l’on se demande même s’il ne dort pas dans le clocher. Vous êtes plus païen que catholique, lui dit un jour Peralta à Madrid. Marcelino sourit sans nullement le contredire. C’est un adorateur des saints, mais s’il pouvait surprendre Diane sur les bords d’une source au fond d’un bois touffu, il se cacherait derrière un arbre et la dévorerait des yeux, même s’il savait que la déesse offensée dût le changer en cerf pour le livrer en pâture à ses propres chiens.
Quelle ressemblance y a-t-il entre ces deux écrivains, l’américain et l’européen? Je ne sais: mais à parler de don Manuel de Peralta, don Marcelino Menéndez y Pelayo peu à peu est venu sous ma plume et a trouvé place en ces lignes, bien qu’il n’y ait point de plus grande disparité que celle qui existe entre eux. Peralta n’est pas un sectaire, encore bien moins un fanatique; Peralta n’est l´adepte militant d’aucun parti, d’aucune doctrine: il étudie tant qu’il peut, écrit sans arrêt dans le but d’être utile à sa patrie, et possède sur Menéndez y Pelayo l’avantage de ses relations politiques et diplomatiques, puisque la diplomatie est sa principales occupation. Mais il est entre eux de nombreux points de ressemblance dans leur passion pour les travaux intellectuels, l’immense étendue de leurs connaissances et cette sorte de mysticisme théorique qui les mène dans la vie.
Menéndez a plus de renommée parce qu’il a plus écrit et qu’il a fait scandale comme, par exemple, lorsqu’il a bu au rétablissement de l’Inquisition sûr qu’il était de ne jamais être brûlé, malgré cet espionnage du bois…, Peralta n’a pas bu à la santé de cette grande dame, il n’a pas écrit au pape et n’a point donné matière aux journalistes, mais a prouvé qu’il était un homme de grande valeur par sa prudence et sa modération. Si ses compatriotes veulent donner à don Bernardo Solo un successeur digne de lui et de Costa Rica, un grand président pour un petit pays, ils ont là Peralta.
JUAN MONTALVO
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