Hace setenta y cinco años murió Juan Montalvo

Vigía de la Torre Eiffel

Hace setenta y cinco años murió Juan Montalvo

Por el Dr. A. Darío Lara

Hace setenta y cinco años, el 17 de enero de 1889, murió en París Juan Montalvo.

Sea, quizá, debido a la escasísima prensa que tan sólo de cuando en cuando nos llega del Ecuador, sea, sobre todo debido a la fragilidad de la memoria olvidadiza, nada he leído en la prensa nacional que en la segunda quincena de enero último recuerde dicho aniversario ni la figura de nuestro ilustre prosista.

Por lo menos me queda la satisfacción de que los ecuatorianos residentes en París hemos sido fieles a su memoria. En efecto, el viernes 17 de enero último, presidios por nuestro Embajador Don Carlos Tobar Zaldumbide, los funcionarios de la Embajada, un grupo selecto de ecuatorianos (entre los que se destacaban cinco sacerdotes) y en compañía de un nieto de Juan Montalvo, con su esposa y dos hijos nos reunimos en la plaza de Champerret. A las tres de la tarde en punto el Embajador del Ecuador depositó delante del busto de Montalvo una ofrenda compuesta de hermosísimas rosas encarnadas y se guardó un minuto de silencio.

El cielo despejado con un azul pulido de un día maravillosamente excepcional parecía unirse a nuestro homenaje. Mientras, – en ese austero paisaje invernal – sobre nuestras cabezas se sucedía incansablemente un monótono aleteo de centenares de palomas.

Valga esta oportunidad para referirme a algunos rasgos, tal vez, desconocidos de la vida de Juan Montalvo en París y, sobre todo, a su última enfermedad y a su muerte. Las notas que siguen las tengo de su propio hijo. Ya en mi artículo del 20 de octubre del año anterior, en las columnas de este mismo diario, di cuenta del excepcional encuentro de este hijo de Montalvo. Al terminar mi artículo señalé que mi contacto con Juan Montalvo hijo estaba establecido. Desde entonces, nuestra correspondencia, casi semanal, se ha vuelto cada vez más cordial y, para mí extremadamente interesante.

Ante todo, con el acta de nacimiento en mis manos, debo confirmar que Jean Contoux-Montalvo nació en París el 17 de octubre de 1886 y que, por consiguiente, ha entrado ya en sus 78 años. Su madre fue la señora Augustine Contoux, nacida en Garnat departamento del Allier, el 17 de octubre de 1858 y muerta en París el 5 de enero de 1949 en sus 91 años.

Las confidencias que ha recibido de su anciana madre, quien hasta sus últimos días: “…había conservado una excelente memoria y guardado el vivo recuerdo de los años pasados con mi padre, pero no le gustaba hablar de ello”, son las que dan a los párrafos que siguen un valor incalculable y su carácter de autenticidad total.

Ya en su carta del I° de Octubre pasado, Jean me escribía: “Poseo en efecto, recuerdos de mi padre (fotografías, ejemplares de algunas de sus obras, correspondencia…) que tienen para mí un valor sentimental. Tengo también, naturalmente, recuerdos personales sobre mi infancia, relaciones de mi madre, muerta en 1949 en sus 91 años, y míos hasta los 18 años, acerca de las personalidades ecuatorianas, oficiales o privadas, en misión o residentes en París… Como le he escrito ya, tengo aún después de tantos años estos recuerdos materiales, si puedo decir así, que tienen para mí un valor sentimental, ya que es todo lo que me ha quedado de mi padre. Si éstos son de naturaleza a interesarle, para hacer conocer mejor la vida en Francia de mi padre estoy dispuesto a separarme de ellos”.

Hojeando dichas notas, leamos, en primer lugar, éstas de la vida parisiense de Juan Montalvo.

“Mi padre tenía en París una vida sencilla y regular. Generalmente escribía en la tarde, a veces en la noche.

Le gustaba recibir particularmente al final del día, a algunos amigos de la colonia sudamericana; entre los ecuatorianos, especialmente al señor… Me acuerdo de este último, porque me tomaba en sus rodillas para jugar conmigo. Este recuerdo me hizo que yo interviniera en su favor ante mis colegas1 de los cuotidianos parisienses, cuando en 1934 estuvo comprometido en el “affaire” Stavisky, para que su nombre fuese citado lo menos posible. Me sentí feliz por haberlo obtenido de la amistad de ellos. Naturalmente, el señor… nada supo de todo aquello y no tuvo, por consiguiente, que agradecerme.

Mi padre recibía también a amigos franceses escritores, con los que estaba muy ligado. Sentía sumo placer parece, en estos intercambios de ideas de la que sacaba siempre provecho, provecho, porque tenía el espíritu curioso de todas las cosas y su memoria era prodigiosa.

Hacia el final de la tarde iba, con bastante frecuencia, al diario “El Figaro”, entonces el gran cuotidiano literario y mundano de la calle Drouot, al que daba, de tiempo en tiempo, artículos con el fin de aumentar sus recursos. Allí encontraba en los salones y la sala de redacción, a escritores célebres y periodistas conocidos con los que se complacía en entretenerse.

Sus costumbres eran muy regulares. Casi cada mañana era su paseo- descendía la “Plaine Monceau”, primero de la calle de la Néva, luego de la Cardinet, hasta el Boulevard de los Italianos, para hacerse lustrar los zapatos en el pasaje de la Opera (que hoy ha desaparecido). No quería que esta tarea se hiciera en casa, ni siquiera por la sirvienta. Gran amador de café, como muchos hombres de letras iba el mismo a abastecerse en la Casa Patin, calle Tronchet, y la “mezcla que escogía era tostada por mi madre, en persona, en la casa”. (Carta del 13 de diciembre de 1963).

En la carta del 27 de enero último escribe: “Le envío una nota susceptible de completar su documentación. Revolviendo viejos papeles he encontrado algunas líneas de mi madre, relativas a la enfermedad y fallecimiento de mi padre. Las he sacado en limpio a su intención.

Fue como consecuencia de un resfrío contraído al regresar de su paseo matinal, bajo una lluvia torrencial, cuando mi padre sintió los primeros síntomas de la afección que debía llevarle fiebre y dolores intercostales.

Después de un mes, el doctor León Labbé que le atendía, inquieto por no comprobar mejoramiento, provocó una consulta con sus colegas que estimaron que la fiebre era de origen nerviosa y los dolores simples neuralgias.

El doctor Labbé pensando, por el contrario, que debía tratarse de un desgarramiento de la pleura, procedió al día siguiente a una punción y extracción de un líquido que, luego de examen, se reveló de naturaleza serosa. Algunos días más tarde volviéndose los dolores más y más intensos, una nueva consulta de médicos concluyó en la necesidad urgente de una intervención quirúrgica.

Mi padre fue, pues, transportado a la Casa Dubois, una clínica privada calle del Faubourg Saint-Martin; donde la operación fue practicada, con la asistencia del doctor Labbé por el profesor Constantin Paul, una eminencia de la época.

Mi padre habiendo rechazado formalmente ser anestesiado esta operación, que consistía en sacar algunas costillas de la región dorsal para poder aspirar el líquido purulento, fue horriblemente cruel. Duró una hora durante la cual mi padre no exhaló una queja.

Pero, esta dolorosa prueba fue inútil el germen purulento se había extendido ya en todo el organismo. Cuando se dio cuenta, mi padre exigió ser llevado a casa, 26 calle Cardinet, para morir allí junto a nosotros. Dos días después, el 17 de enero de 1889, pidió ser vestido de su frac y así esperó el fin.

Había manifestado el deseo de ser inhumado en el cementerio de Montmartre para que tenía particular afección, sin duda porque escritores célebres descansan allí. Pero, sus amigos sudamericanos estimaron que los restos de los grandes hombres pertenecen a sus patrias… Mi madre y yo no tuvimos pues el consuelo de poder ir a recogernos en su tumba…”.

He recordado antes que Jean Contoux-Montalvo está en sus 78 años. Su única ambición, ya al final de sus días, es como escribió en carta del 13 de noviembre de 1963. “Me sentiría feliz de poder ir a recogerme sobre lo tumba de mi padre…”.

Por desgracia, su situación económica no le permitirá esta filial peregrinación. Ante esta realidad: ¡la Ciudad de Ambato, los administradores de Juan Montalvo tienen la última palabra!

París, febrero de 1964.

 

(Tomado de “El Comercio – Año LIX Número 21 699. Quito (Ecuador)

Domingo 1ro de marzo de 1964).

 

 

 

                1 En mi artículo de 20 de octubre, escribí ya que Jean Contoux-Montalvo ejerció el periodismo, en París, durante treinta años.

 

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