Por Catherine Lara (Basado en la ponencia presentada en el Coloquio «Arqueología Regional en la alta Amazonía: temáticas, resultados, políticas», realizado en Quito del 8 al 10 de agosto del 2011 por el IRD y el Ministerio de Cultura del Ecuador)
Resumen
Dentro del conjunto de sitios arqueológicos situados en las estribaciones andinas orientales del Ecuador, la arquitectura defensiva precolombina constituye una particularidad característica de la zona sur del país. Ésta se plantea así como un marcador arqueológico que refleja tres problemáticas interrelacionadas y latentes en los debates actuales inherentes a la arqueología de la Amazonía occidental: la presencia inca en el sector, el origen étnico de los grupos pre-incas que lo ocuparon y, finalmente, la naturaleza de su organización social. En términos generales, la información arqueológica y etnohistórica no aboga por una presencia inca contundente y/u homogénea en la alta Amazonía. A su vez, los argumentos invocados en los diferentes escenarios propuestos por los estudiosos del tema están estrechamente vinculados a temáticas etnológicas precisas propias de cada área de investigación. Partiendo desde una perspectiva comparativa tanto arqueológica como etnohistórica, el siguiente trabajo se propone primeramente sintetizar a breves rasgos los diversos posicionamientos sobre la dominación inca de las estribaciones orientales, antes de ilustrar empíricamente las pautas e implicaciones del debate a través de dos casos de estudio precisos.
Abstract
Among the archaeological sites located in the eastern Andean slopes of Ecuador, pre-Columbian defensive architecture is a hint specific to the south of the country. This architecture poses itself as an archaeological marker that reflects three related problematics latent in the current debates inherent to the archaeology of western Amazonia: the Inca presence in the sector, the ethnic origin of the people who inhabited it, as well as the nature of their social organization. Generally speaking, archaeological and ethnohistorical data do not support a strong and/or homogeneous Inca presence in western Amazonia. Moreover, the arguments mentioned in the different hypothetic historical sequences suggested by scholars are strongly linked to ethnological topics specific to each geographical area. Based on a comparative perspective (archaeological and ethnohistorical), the following paper seeks to sum up the principal points of view currently evoked about the Inca domination of the eastern Andean slopes, before empirically illustrating the elements and material consequences of the debate through two specific cases of study.

INTRODUCCIÓN
El concepto de frontera evoca barrera, obstáculo, separación, guerra, pero también intercambio, contacto, mestizaje, enriquecimiento. Desde este punto de vista, la evidencia arqueológica y etnológica revela que el límite cultural entre Andes y Amazonía significó un vaivén constante entre estas dos dimensiones -al parecer paradójicas- para los pobladores precolombinos del sector. La llegada de los Incas a la zona evidenció esta realidad de manera palpable. En la región sur del país más particularmente, este fenómeno es especialmente latente a través de los vestigios de estructuras defensivas que de alguna u otra forma llegaron a relacionarse con la dominación incásica. No obstante, no existe consenso entre los investigadores en torno a  la naturaleza de esta última.
En términos generales, las investigaciones arqueológicas y etnohistóricas abogan por una escasa presencia inca en la alta Amazonía, aunque los motivos invocados al respecto varían de un autor o de una zona a otra: corta duración de la dominación inca en los Andes Septentrionales, adopción de estrategias de control indirecto, existencia de limitaciones físicas e ideológicas propias a todo proceso de contacto en zonas de frontera ecológica…
La ceja de selva o zona de estribación corresponde efectivamente a un medio muy particular, caracterizado por un fuerte contraste de temperaturas que define una diversidad de micro-ambientes (Lippi, 1998: 41). Desde el punto de vista geológico, los suelos son relativamente fértiles en este tipo de regiones, debido a la presencia de depósitos aluviales (Barragán et al., 1991: 28), aunque frágiles, por la escasez de fósforo y la fuerte erosión causada por el accidentado relieve. Éste está generalmente conformado por valles jóvenes encañonados, así como quebradas, ubicados entre los 3 000 y los 600 msnm (Idem: 32), que abren el paso a cuantiosos cursos de agua provenientes de las cordilleras andinas. En lo que se refiere a la flora y fauna, los medios de foresta tropical cuentan con una gran variedad de especies, pero pocos individuos que las representan (Ekstrom, 1981: 333). Adicionalmente, las estribaciones orientales del sur del Ecuador/norte del Perú son conocidas por sus minas y placeres auríferos y cúpricos. La presencia de estos recursos, como se verá más adelante, es sin duda alguna decisiva desde el punto de vista cultural, y tuvo un papel de primer orden en las diversas expresiones sociales de los grupos humanos que habitaron estos medios.
Si bien es innegable que el entorno natural incide en manera decisiva sobre la trayectoria sociocultural de un colectivo, esta influencia no es determinante ni unidireccional: de lo contrario, todos los núcleos poblacionales asociados a un mismo tipo de medio fueran idénticos entre sí, lo cual desde luego no es el caso en la zona que nos ocupa aquí. Las características ecológicas de las estribaciones orientales en general tampoco son exactamente idénticas de una región a otra, y muchas veces, el accionar humano tiene mucho que ver en esta diversidad… Desde esta perspectiva, si bien -en términos generales-, el carácter limitado de la presencia inca en los medios de estribación australes del país parece confirmarse, es preciso tener en cuenta que las particularidades históricas subyacentes a este hecho desembocaron en escenarios distintos según las zonas involucradas.
Desde luego, al ser la Amazonía una zona relativamente nueva en la investigación arqueológica nacional, temáticas como éstas recién están siendo abordadas de manera un poco más específica. Dos de los escenarios más recurrentes en lo que se refiere al proceso de contacto entre el incario y las culturas de estribaciones surorientales del actual territorio del Ecuador, parecen haber sido el rechazo total del invasor por parte de los guerreros locales por un lado, y la presencia inca indirecta mediante alianzas estratégicas y comerciales por otro… Partiendo de una perspectiva comparativa tanto etnohistórica como arqueológica, este trabajo se propone primeramente sintetizar a breves rasgos los diversos posicionamientos teóricos sobre estos dos escenarios, antes de ilustrar empíricamente las pautas e implicaciones del debate a partir de dos sectores concretos: los valles de los ríos Palanda y Cuyes.
El valle del río Palanda se encuentra en el cantón homónimo, en la actual provincia de Zamora Chinchipe. El sitio más famoso del sector es sin duda alguna Santa Ana La Florida, asociado a la cultura Mayo Chinchipe (2 500 a.C. [4 500 a.p. aproximadamente]), cuyo alto grado de desarrollo cultural ilustra de la manera más elocuente. Santa Ana-La Florida consiste efectivamente en un complejo arquitectónico de piedra organizado, caracterizado por una necrópolis, un sector reservado a espacios domésticos, una gran plaza circular y un posible espacio ceremonial. La complejidad estructural de este centro se suma a la riqueza de los ajuares hallados en la necrópolis, en donde se encontraron objetos de cerámica, cuencos de piedra y cuentas de turquesa de un asombroso refinamiento tecnológico y estético. Se descubrieron además evidencias de agricultura y de intercambio a larga distancia con culturas de la Costa ecuatoriana y del Norte del actual territorio del Perú, lo cual termina de confirmar el nivel de perfeccionamiento político, tecnológico, económico e ideológico alcanzado por los Mayo Chinchipe (ver Valdez 2008ª; 2008b; 2009; 2010 y Valdez et al., 2005).
Se cita menos el yacimiento de San Agustín, situado en el caserío homónimo, en la cordillera de Numbala, al frente del pueblo de Palanda. Éste fue descubierto casualmente en el 2004 a raíz de la construcción de un camino vecinal, por lo que el yacimiento fue notoriamente destruido. Sin embargo, los investigadores del convenio IRD/INPC lograron rescatar algunos contextos de cara al planteamiento de una identificación funcional y cronológica del sitio. Este yacimiento, -sobre cuyas características específicas volveremos más adelante-, consiste en un conjunto de terrazas separadas por zanjas, que habrían sido el escenario de un enfrentamiento entre un ejército de Huáscar y guerreros Bracamoros (ver Valdez, 2007 y Valdez, en prensa).
Por su parte, el valle del río Cuyes se encuentra en el cantón Gualaquiza, al sur de la provincia de Morona Santiago. Si bien el estudio arqueológico en la región ha sido relativamente escaso, los esfuerzos pioneros de los investigadores Ekstrom (1975, 1981), Taylor (1988), Salazar (2004, 2009), Ledergerber (2006, 2007) y sobre todo, Carrillo (2003, n/d), sacaron a relucir el valor patrimonial y arqueológico del sector. A raíz de los aportes de estos autores, surgió la pregunta del origen étnico de quienes construyeron las estructuras arquitectónicas del valle del río Cuyes (¿Incas, Cañaris, “amazónicos”?), y de la época de su construcción. En el año 2009, las excavaciones realizadas en el marco del “Proyecto Arqueológico Valle del Río Cuyes (INPC Regional 6/Ilustre Municipalidad del Cantón Gualaquiza)”, aportaron luces adicionales al respecto (ver Lara, 2010).
Así, los resultados del trabajo revelaron que hacia el primer milenio antes de Cristo (periodo Formativo tardío), un grupo humano se habría asentado en la parte alta del valle (sector de san Miguel de Cuyes). La cerámica encontrada ahí se asemeja a la tradición Tacalshapa (proto cañari). Al parecer, la zona fue luego abandonada. Entre los siglos XIV y XVII, surge una «ola» de monumentalidad en los sectores La Florida, El Cadi, Buenos Aires (parte baja del valle), y también, en la zona de Espíritu Playa (parte alta). Desde un punto de vista etnohistórico, se trata de un contexto agitado, pues corresponde a la época de las guerras incaicas y de la conquista española. Por otra parte, en las terrazas de San Miguel de Cuyes y Nueva Zaruma, se identificaron también actividades de cultivos relacionadas al maíz –entre otras especies (Idem).
LOS INCAS Y LA AMAZONIA
Si bien la dominación inca ha sido etnohistóricamente documentada en la mayoría del territorio ocupado por este Imperio, se conoce poco acerca de su impacto en las fronteras del Tawantinsuyo, incluyendo a la actual Amazonía ecuatoriana. En su investigación entre los Quijos, Oberem (n/d: 202) señala (de acuerdo al testimonio de Ortiguera), que los Incas estaban interesados en las minas de oro de la región, oro que obtenían de las poblaciones locales a cambio de sal y hachas. Oberem acota que se conoce además de actividades de intercambio entre Incas y los llamados “Jíbaros” (Idem: 206). De hecho, el oro es común en los medios andinos de estribación, lo cual muy probablemente no pasó desapercibido para los Incas, tanto en el Ecuador como en el vecino país del sur. Luego, como veremos a continuación, según los estudiosos del tema, las estrategias de abastecimiento del valioso metal por parte de los invasores, parecen haber oscilado entre intentos directos de conquista, tentativas de intercambio e inclusive, de alianzas.
Las investigaciones de Pärssinen y Siiriäinen (2003) y las de Berthelot (1986), llevadas a cabo en zonas de las estribaciones orientales peruanas, representan un aporte considerable a la temática de las estrategias de ocupación incas de este tipo de medio. Pärssinen y Siiriäinen señalan así que los Incas dependían tradicionalmente de los recursos provenientes de las regiones de montaña y de selva, razón por la cual penetraron en los bosques, buscando asentar sus intereses al imponer su poder sobre las tribus bajas que ahí habitaban. Respecto a las estrategias desplegadas por el imperio inca en sus fronteras, D’Altroy señala:
Las plazas fortificadas no son abundantes en la mayor parte del Tawantinsuyu. Las fortalezas eran construidas cerca de las fronteras hostiles, pero el territorio inca no contaba con una frontera fija tal como se la conoce entre las naciones actuales. En vez de esto, los Incas mantenían relaciones flexibles con las sociedades que rebasaban su control, al permeabilizar las fronteras o reforzarlas si el caso lo ameritaba. Los límites de los territorios totalmente regidos por el control inca se definían a menudo por puntos de atrincheramiento, hacia las cuales las tropas se retiraban luego de expediciones de exploración. De hecho, Morris (1988) ha señalado ya que la mayoría del Imperio se ubicaba en o cerca de una frontera (en algún punto) y que la integración de territorios nuevos era un  proceso irregular, por lo cual algunas de las fortalezas fronterizas se ubicaban a 1000 km (o más) de los límites del imperio. El uso restringido de fortalezas cobró sentido en términos del carácter considerablemente ofensivo de la guerra Inca. (…)

Las fortalezas eran usadas como bases delanteras de operaciones de campañas, campamentos en territorio hostil, puntos limítrofes utilizados como bases de los avances bélicos, fortalezas defensivas, puntos de control, y cuarteles ocasionales (D’Altroy, 2008: 209, mi traducción).
No existe consenso entre los estudiosos del tema sobre la amplitud general de esta expansión. Para Rowe, no fue mayormente significativa, mientras que para Pärssinen y Siiriäinen, fue un fenómeno de importancia que se extendió desde las estribaciones andinas ecuatorianas hasta la Argentina (Pärssinen y Siiriäinen, 2003: 72). En el Perú al menos, las evidencias existentes al respecto son especialmente marcadas en las regiones del valle del Urubamba, de los ríos Madre de Dios y Beni, y del Chaco (D’Altroy, 2008: 261; Pärssinen y Siiriäinen, 2003: 73). D’Altroy (2008: 260) agrega la evidencia de diversas entradas incas a los territorios Chachapoyas y Huánuco (en este último caso, se conoce  inclusive de la existencia de pequeños fuertes construidos por los Incas).
A manera de estudio de caso, se citará el trabajo de Berthelot (1986: 69) en la zona de Carabaya, situada en la ceja de selva oriental de Perú, al noreste del lago Titicaca. En lo que se refiere al oro más particularmente, Berthelot (Idem: 74) observa aquí que las cantidades de metal recaudadas por los Españoles, dan cuenta de un sistema de extracción impresionante y altamente organizado, fenómeno que de entrada demostraría la intervención inca en los puntos de abastecimiento del metal. De acuerdo a las fuentes etnohistóricas consultadas, Berthelot acota que en tiempos precolombinos, los pobladores del sector obedecían a dos autoridades: el Inca y los curacas. Éstos tenían derecho a una parte del oro extraído, el cual era entregado al Inca bajo la forma de tributos u ofrendas, y también usado en los flujos locales de circulación de bienes suntuosos. Berthelot (idem: 71) encontró efectivamente dos tipos de minas en la región de Carabaya: las del Inca, y las de los señores regionales.
Las minas del Inca funcionaban en centros bien establecidos y eran trabajadas por sujetos locales -sus tributarios-, así como por poblaciones forasteras. Por su parte, las minas de los caciques eran mucho más dispersas, y su explotación se asociaba claramente a las dinámicas de reciprocidad local. No obstante, en ambos casos, el trabajo era organizado desde lo regional, a partir de las exigencias establecidas por el Inca mediante sus agentes imperiales (Berthelot, 1986: 73-75).
Los estudios de Berthelot revelan además otra variable de interés, esta vez acerca de las técnicas de extracción del metal: al parecer, antes de la conquista inca, las poblaciones locales obtenían su oro a través de lavaderos principalmente, así como de canales y acequias que les permitían controlar con mayor facilidad el flujo del agua cargada de pepitas. Esta actividad era llevada a cabo en la estación seca, época de menor intensidad en las faenas agrícolas (Idem: 78), al igual que en la actualidad (Salazar-Soler, 2002: 77). Con la llegada de los Incas, se comienzan a explotar las minas de oro, gracias a técnicas aparentemente desconocidas para los pobladores locales antes de la dominación incaica (Berthelot, 1986: 78).
En la región oriental del Cuzco en cambio, hasta ahora no se ha logrado definir con certeza el alcance del control inca, aunque se ha destacado la existencia de tramos del Qhapaq Ñan en el sector, en referencia de los cuales la evidencia etnohistórica señala expediciones llevadas a cabo por los Incas, y más particularmente, actividades de intercambio entre poblaciones amazónicas y serranas. Este sector ilustraría luego el escenario propuesto por D’Altroy (Idem: 261), al indicar éste que luego de sus fallidos intentos de conquista en la Amazonía, los Incas se «resignaron» a mantener contactos pacíficos con las poblaciones orientales del Imperio.
Desde este punto de vista, no se descarta que los Incas hayan llegado hasta el actual territorio del Ecuador por el Marañón, pero de ser el caso, ésta no sería una región que habrían logrado conquistar “permanentemente” (Pärssinen y Siiriäinen, 2003: 74). Estos últimos autores señalan que en el Ecuador más particularmente, los Incas no se habrían aventurado mucho en las regiones de ceja de selva. D’Altroy (2008: 260) precisa de hecho que los Incas encontraron una fuerte resistencia hacia el este de la cordillera de los Andes, en lo que corresponde al actual territorio del Ecuador.
Después de todo, como Lathrap ha demostrado, los comerciantes amazónicos cubrieron largas distancias con sus expediciones comerciales, y no es de descartar que los incas hayan seguido a estas expediciones con el fin de asegurar sus propios intereses en el área. Algunos jefes incas individuales pueden haber permanecido en ciertos puntos claves, y es también concebible que los jefes locales fueran persuadidos de actuar como intermediarios entre los incas y la población local. Al cumplir tal función, dichos jefes habrían empezado a ser considerados como “Incas” por sus propios súbditos y serían descritos como tales en las tradiciones subsiguientes. De igual manera, conviene recordar que el control político indirecto fue también muy típico en la costa del Tawantinsuyu, donde los incas dejaron sólo unos pocos vestigios arqueológicos de su presencia (Pärssinen y Siiriäinen, 2003: 75).
Existen evidencias de la alianza entre los Incas y la tribu más poderosa del sector de Ucayali, la cual aseguraba un vínculo indirecto entre los Incas y las demás tribus locales, a cambio de la protección Inca (Idem). Así, la práctica inca de mantener las unidades políticas locales a través de matrimonios y alianzas ha sido documentada (Murra, 1986: 51).
Según Pärssinen y Siiriäinen (2003: 83), la garantía de protección ofrecida por los Incas a las tribus de ceja de selva frente a las amenazas de invasiones de tribus amazónicas, facilitó su apoderamiento del sector. Esta protección se materializó efectivamente en la construcción de fortalezas levantadas y mantenidas a través de la mano de obra local, la cual se integró además al sistema de mitimaes y a la economía imperial. La presencia inca en esta frontera difusa se habría luego plasmado en una red militar caracterizada por la presencia de fortalezas, algunas de ellas anteriores a la presencia de los Incas y readecuadas por ellos, o construidas por mano de obra local o mitimaes (Idem).
Desde esta perspectiva, la zona de ceja de selva habría así asegurado a los Incas una base sólida para eventuales expediciones pacíficas o bélicas hacia la selva baja.
A la luz de esta dualidad de funciones, la zona fronteriza se convirtió en una especie de zona difusa, donde no había límites definidos. Tal como Pärssinen ha anotado, aquí no hubo una demarcación lo suficientemente exacta como para poder trazarla en un mapa. Esto explicaría algunas de las particularidades que caracterizan a la zona y a la distribución espacial de los sitios incaicos en la periferia oriental del Estado (Pärssinen y Siiriäinen, 2003: 83).
Pärssinen y Siiriäinen (Idem) subrayan que estas fortalezas han sido poco exploradas en el Perú, pero mencionan su existencia en el Ecuador (afirman que son de forma circular, sin precisar una ubicación exacta). Proponen que estas construcciones habrían sido utilizadas como medida de protección de los dominios incas frente a posibles amenazas venidas de las tierras bajas. En términos generales, los autores mencionados indican que las zonas de ceja de selva se caracterizaron por la presencia de sociedades organizadas, prácticas de cultivo intensivo y una fuerte influencia de las serranías. En el Perú, el registro material da cuenta de cerámicas amazónicas poco conocidas, así como de material serrano, y de hachas incas o locales (Idem).
Se nos presenta luego un panorama bibliográfico en que, dependiendo de las zonas y de los intereses en juego, la presencia inca en las estribaciones orientales se da de forma difusa, mediante dominación directa o prácticas de intercambio con las agrupaciones locales. Desde un enfoque arqueológico, se colige que cada uno de estos escenarios se plasmó de manera distinta en el registro material de las zonas en juego. ¿Qué nos dice al respecto la evidencia precolombina de las dos zonas de estudio de referencia escogidas aquí, a saber, los valles de los ríos Palanda y Cuyes?
SAN AGUSTÍN: ¿UN SITIO DEFENSIVO INCA EN LAS ESTRIBACIONES ORIENTALES?
El yacimiento de San Agustín consiste en tres aterrazamientos de aproximadamente 57 metros de ancho por 47 de largo, con dos zanjas de dimensiones variables (tomado de Valdez, en prensa). Entre los rasgos antrópicos característicos del sitio, valga mencionar una serie de manchas ovaladas de 60 cm por 1 m, conformadas por una arcilla anaranjada (Valdez, 2007: 582) y diseminadas en el yacimiento, así como una acumulación de piedras posiblemente perteneciente a una estructura destruida por la maquinaria que intervino accidentalmente en el sitio (Idem: 584). La cerámica encontrada en esta zona corresponde a una cultura no-local (en menor medida), así como a material corrugado (Idem: 583-584).
La cerámica no-local fue encontrada en el entierro de un señor posiblemente originario del pueblo de Tallán -al norte del Perú-, tal como parece indicarlo el ajuar de la tumba (Idem: 600), la cual presentó además piezas de metal (Idem: 584). Se plantea que la presencia de este individuo en la zona podría deberse a motivos comerciales (Idem: 601). De hecho, desde el Periodo Formativo, la región del valle de Palanda da cuenta de una intensa actividad de intercambio, respaldada por la presencia de recursos naturales sumamente apreciados a nivel social, y un paisaje cultural característico de una zona de paso de montaña.
Por su parte, el “horizonte corrugado” se asocia al periodo de Integración amazónico, iniciándose más concretamente a partir del siglo VII de nuestra era (Saulieu de y Rampón Z., 2006: 19). Guffroy (2006: 349) atribuye este horizonte a la familia lingüística Jíbaro-Candoa; en el sector de Palanda, se lo asimila más concretamente al grupo cultural etnohistóricamente conocido como Bracamoro. En la Amazonía del sur del Ecuador, la cerámica corrugada se caracteriza por su aspecto tosco, lo cual a menudo la vincula con una elaboración de tipo doméstico (Saulieu de y Rampón Z., 2006: 82; Valdez, 2009a: 104, 2006b: 86). Su rasgo decorativo más representativo consiste en acordelados de arcilla intencionalmente evidenciados cerca de los bordes de los recipientes (Saulieu de y Rampón Z., 2006: 82), y/o en el cuello u hombro de las vasijas (Idem; Valdez, 2009a: 104, 2009b: 88).
La evidencia etnohistórica es un punto de referencia clave aquí de cara al entendimiento de la posible naturaleza funcional e histórica del yacimiento de San Agustín. Según la narración de Cabello Balboa, Huáscar intentó conquistar el llamado “país bracamoro”, tarea que encargó al general Pingu Shimi. Éste construyó una «fortaleza hecha de repente, de cespedes y ramas», llamada Moronomá, en el valle de Palanda (Valdez, 2007: 594-597). Esta zona marcaba el “límite” territorial entre la agrupación de los “Palandas” y aquella de sus enemigos, los Bracamoros (Hocquenghem, 2009: 115). Las huestes de Pingu Shimi fueron engañadas y finalmente derrotadas por los Bracamoros (Valdez, 2007: 594-597).
    Cuatro aspectos del registro material identificado en San Agustín apoyan la hipótesis según la cual este sitio y el de Moronomá mencionado por Cabello Balboa son uno solo. El primero es la indicación del cronista acerca de la ubicación de Moronomá en el valle de Palanda. El segundo radica en la presencia de un camino antiguo en San Agustín, el cual sigue el mismo trayecto descrito por Cabello Balboa respecto a la ruta tomada por Pingu Shimi en su campaña de conquista del país bracamoro (Valdez, 2006: 597). El tercero se refiere a la presencia de armas encontradas en San Agustín, la cual confirma que el sitio fue la sede de una batalla, tal como lo especifica la fuente etnohistórica. El cuarto elemento se reporta a la presencia de las manchas arcillosas descritas más arriba, las cuales podrían corresponder a los entierros de las víctimas de la contienda. Lastimosamente, el nivel de descomposición del material posiblemente contenido en estas manchas arcillosas no permite identificarlo con precisión: la acidez de los suelos en esta zona es efectivamente un factor altamente destructivo del registro arqueológico en general (Idem: 598).
En términos generales, el paisaje cultural de la zona del valle de Palanda se presenta a manera de numerosas terrazas ocupacionales diseminadas a lo largo de las pendientes del accidentado relieve de la región.  La presencia de material bracamoro (doméstico – Idem: 599) indica que San Agustín fue un sitio multi-funcional que ha sido reocupado sucesivamente. Cabe asimismo resaltar que este sitio está atravesado por un camino antiguo que baja desde la serranía. Valdez (comunicación personal) agrega que su peculiaridad arquitectónica, así como la presencia de la tumba alóctona en este sector concreto, sugieren su estatuto de punto de contacto cultural entre pueblos diversos, contacto que, como se lo mencionó ya, existía al menos desde épocas Formativas en esta zona. En definitiva, estamos frente a un yacimiento situado en una zona de paso estratégica tanto por su ubicación como por sus recursos naturales, sede de contactos comerciales pero también de pugnas, de las cuales el rechazo de los Incas por parte de los pobladores locales es un ejemplo elocuente; sin duda no fue el único. Veamos qué sucedió más al norte, en otro valle similar: el del río Cuyes.

LAS FORTALEZAS DEL VALLE DEL RIO CUYES
Tal como lo revelan la etnohistoria y la arqueología, la historia precolombina del valle del río Cuyes es inseparable de aquella del llamado “país cañarí”, grupo  lingüístico caracterizado por una diversidad de agrupaciones políticas (Hirschkind, 1995: 18) que poblaron la zona sur del Ecuador, desde la Costa hasta la Amazonía, pasando por la Serranía. Si bien los llamados Cañaris florecieron durante el periodo de Integración (esto es, inmediatamente anterior a la conquista inca), la ocupación humana de su territorio se hace presente al menos desde la época pre-cerámica, dando cuenta de una diversidad de contactos entre espacios geográficos.
 Los episodios de la conquista inca del actual territorio del Ecuador son materia de controversia, y más aún en el caso del territorio Cañari. Según Oberem (1974-76: 264), no se sabe con certeza si hubo una sublevación de los Cañaris luego de que su territorio haya sido anexado por los Incas. Lo que sí se conoce con seguridad, es que poblaciones cañaris fueron llevadas a distintas regiones del Tahuantinsuyu (especialmente al Cuzco), y que mitmakunas de otras localidades llegaron a tierras cañaris (Idem). Si bien se ha establecido que los Incas reubicaban generalmente a los mitmakunas en medios similares a los de su asentamiento de origen (Ogburn, 2001: 62), existe poca evidencia arqueológica del “fenómeno mitmakuna” (Idem: 41). Luego de la victoria de Atahualpa, Oberem (1974-76: 265) plantea también la hipótesis de la huida de grupos cañaris hacia “regiones remotas” del imperio (¿el Cuyes por ejemplo?)
Según las crónicas, un grupo de cañaris viajó además hasta Túmbez y luego, Piura, para pedir ayuda a los Españoles contra los Incas, incorporándose luego al ejército de los conquistadores en sus campañas en las provincias del norte (Oberem 1974-76: 266), lo cual les valió algunos privilegios frente a la administración española, que no tardaron en perder, razón por la cual se aliaron a los Quijos en el levantamiento de 1578 (Idem.). De hecho, para Hirschkind (1995: 23), la dispersión de los asentamientos cañaris dificultó la anexión inca, la cual debió enfrentarse a un fenómeno de tipo “guerrilla”. Siendo así, Hirschkind observa que los Incas lograron finalmente implementar un control eficiente sobre los centros más densamente poblados de la familia cañari (a través del sistema de mitimaes por ejemplo), contrariamente al caso de aquellos asentamientos dispersos y alejados de los núcleos poblacionales más densos.
Existen varias referencias etnohistóricas acerca del pasado bélico del valle del río Cuyes, siendo los protagonistas de los enfrentamientos registrados los Cañaris, los Incas (Taylor, 1988: 56), los “Zamoranos” y sobre todo, los Jíbaros (De los Ángeles, 1991: 379; Chacón, 1989: 50; Carrillo, comunicación personal). Estas referencias no son tan explícitas como en el caso de Palanda, pero apuntalan la presencia de pucaráes en el valle del río Cuyes, la cual es motivo de debate. Según los rasgos definidos por Topic en la caracterización de los pucaraes (ver Brown-Vega, 2010: 175), proponemos que Trincheras y Buenos Aires corresponderían claramente a esta categoría, mientras que La Cruz, Nueva Zaruma II y Río Bravo se asociarían más bien a miradores, retomando las características propuestas por Almeida (1999: 10). Cabe recordar aquí que el manejo de tipologías exige cautela, pues un solo sitio puede haber cumplido varias funciones, ya sea desde un punto de vista sincrónico o diacrónico. En el mundo andino en general, se plantea así que los pucaraes cumplían también funciones ceremoniales (Brown Vega, 2010: 174), o que eran inicialmente sitios ceremoniales que fueron adaptados a usos guerreros con la llegada de los Incas, en el caso cañari por ejemplo (Idrovo, 2004: 107).
El sitio de Trincheras se localiza al sureste del poblado actual de Ganazhuma, a un kilómetro al sur del río Cuyes. Se trata de una inmensa estructura ovalada de piedra laja, de 178 metros de largo por 184 de ancho (incluyendo una profunda zanja) asentada en la loma Ganazhuma. En su extremo noreste presenta una construcción de piedra circular de 17 metros de ancho por 20 de largo que marca hoy la entrada al sitio, mientras que en su lado suroeste aparece un conjunto de muros de forma vagamente rectangular, de 26 metros de ancho por 35 de largo, con dos entradas. Lastimosamente, no fue posible recuperar muestras de carbón o de material cultural significativo como para poder contar con una posible datación de esta estructura. El antropólogo Peter Ekstrom (1975: 31) señala el hallazgo de un aríbalo burdo hallado en este sector… El sitio Buenos Aires (1440 a 1640 DC –fecha calibrada en dos sigmas-) es a su vez una estructura de tierra y piedra (basalto y cangahua), delimitada por quebradas y conformada por cuatro niveles de piedra y dos zanjas, extendiéndose el yacimiento sobre una distancia de 139 metros de largo por 69 de ancho. Valga acotar aquí que Ledergerber (2006: 140) encontró una fecha similar (1450 a 1640 DC) en el sitio de El Remanso (valle del Cuchipamba), situado al norte del curso inferior del valle del río Cuyes. Entre los miradores, La Cruz está conformado por una estructura de piedra ovalada de 18 metros de largo por 13,5 de ancho orientada en dirección noreste / suroeste, así como por tres niveles de aterrazamiento. Si bien no se pudo datar esta estructura, el tipo de arquitectura y el material que arrojó es idéntico al de sitio Espíritu Playa, situado justo al frente, y que dio fechas calibradas en dos sigmas de 1430 a 1530 d.C y 1560 a 1630 d.C. Por su parte, Nueva Zaruma II consiste en un montículo natural de tierra bien conservado y una zanja, de 227 metros de largo por 0,95 de alto. Por último, Río Bravo es una estructura de piedra prácticamente semicircular de 34 metros de ancho por 56,7 de largo, rodeada en su lado noreste por una zanja de 70 metros de largo, la cual se cruza a través de un “puente” de tierra. Esta zanja está separada de la estructura por una distancia de 15 metros aproximadamente. Nuevamente, si bien no se logró obtener una fecha radiocarbónica aquí, las similitudes arquitectónicas, cerámicas y estratigráficas permiten vincular este yacimiento al de El Cadi y La Florida, entre los cuales este último dio una datación calibrada en dos sigmas de 1410 a 1470 DC (ver Lara, 2010: 140).
El material cultural de estos sitios y su arquitectura difieren notoriamente. No son de tipo inca, aunque este indicador no sea necesariamente sinónimo de una ausencia inca. Las fechas de la Florida (y quizás de El Cadi) no parecen estar asociadas la época de la llegada de los incas. Buenos Aires y Espíritu Playa sí podrían estarlo; inclusive se los podría vincular a la época de la guerra entre Huáscar y Atahualpa o por qué no, a la ruptura de alianzas entre Cañaris y Españoles, y hasta a la incursión jívara etnohistóricamente documentada en el valle según referencias del siglo XVI (Chacón, 1989: 50). El material cerámico de estos sitios no corresponde a ninguna de las diferentes tradiciones cerámicas cañaris identificadas para el Periodo de Integración, ni al llamado “inca local” de la zona. La arquitectura tampoco sugiere parecido alguno con las pocas construcciones cañaris conocidas en la Sierra ni mucho menos con cánones incaicos. ¿Se podría hablar de estilos cañaris amazónicos? De momento, ésta constituye la hipótesis de trabajo más viable.
En términos generales, las referencias ligadas al hallazgo de objetos asociados a la cultura inca en las fuentes bibliográficas existentes sobre el valle del río Cuyes son sumamente limitadas, lo cual a priori no abogaría por una fuerte presencia inca en la zona (dichas piezas podrían inclusive haber sido el fruto de intercambios), o por una presencia directa. Valga asimismo recalcar el hallazgo de un tumi de bronce, en el sitio El Cadi (ver Ledergerber, 2007: n/p), que recuerda rasgos característicos de la costa norte del actual territorio del Perú.

DISCUSIÓN Y CONCLUSIONES
    Como se vio, tanto el valle del río Palanda como aquel del río Cuyes pertenecen a un entorno ecológico muy particular, a saber, la ceja de montaña, zona de paso natural estratégica entre Amazonía y Sierra, caracterizada por la presencia de recursos ecológicos de alto valor cultural. De hecho, las dos zonas dan indicios de procesos de contacto comercial: la zona de Palanda, más directamente, a través del hallazgo de objetos de concha provenientes de la Costa por ejemplo, o del entierro del señor Tallán (Valdez, 2007: 600). En el caso del Cuyes, no se han encontrado de momento evidencias directas de productos que demuestren un intercambio comercial directo, -salvo quizás el tumi hallado en El Cadi-, aunque la bibliografía etnohistórica así como la evidencia arqueológica dan cuenta de la co-existencia de al menos dos etnias: la cañari y un grupo posiblemente asociado a la familia shuar.
    A pesar de estas similitudes, las trayectorias socio-culturales parecen haberse manifestado en formas diferentes en cada caso:
Así, el valle de Palanda fue la sede de la brillante cultura Mayo-Chinchipe (periodo Formativo), la cual al parecer desaparece, y luego de un hiato cultural, es reemplazada por los Bracamoros, grupo proto-shuar representante del llamado horizonte corrugado. Valga precisar que este horizonte está también presente en el valle del río Cuyes, aunque en menores proporciones que en Palanda, y junto a materiales de distintas características, posiblemente algún tipo de cañarí amazónico local, como se vio. Los datos etnohistóricos estipulan claramente que la ofensiva Inca en el valle de Palanda fue frontal; sin embargo, la organización de los Bracamoros fue superior, tal como lo confirma la evidencia arqueológica. Es preciso acotar que el relato de Cabello-Balboa menciona brevemente a la agrupación de los “Palandas”, cuyo territorio se habría extendido entre los valles de Valladolid y Palanda (Hocquenghem, 2009: 115). Hocquenghem (Idem) apuntala que los Palandas eran aliados de los Incas, aunque Valdez (en prensa), expresa dudas al respecto.
A partir de las hipótesis de Anne-Christine Taylor, este último investigador aboga más bien por un origen étnico común entre los dos grupos, siendo los Palandas el resultado de un flujo de expansión occidental de un grupo bracamoro, que se habría luego culturalmente acercado a la Sierra. De hecho, los valles de Valladolid y Palanda resguardan huellas de monumentalidad de origen desconocido (Valdez, en prensa), aunque quizás menos imponentes que la del Cuyes. ¿Corresponderían éstas a la “manifestación serrana” de los enigmáticos Palandas? Por cierto, a nivel general, el material cerámico visible en superficie en la zona –en mayoría corrugado- (Hurtado y Valdez, comunicación personal), iría en el sentido del parentesco étnico entre Palandas y Bracamoros… 
    El Cuyes por su parte corresponde a una zona ligada a los Cañaris, un grupo cultural complejo de orígenes diversos (aunque tradicionalmente considerado como serrano), que abarcó un territorio comprendido entre la costa y la amazonía. Por el momento, el valle del río Cuyes ha arrojado una limitada presencia formativa (en las inmediaciones del actual poblado de San Miguel de Cuyes). La evidencia monumental más ostentosa aparece a partir del siglo XIII de nuestra era. De acuerdo a las últimas investigaciones efectuadas en la zona, estas estructuras se asociarían a un “estilo” cañarí amazónico propio de la zona, cuyas características ameritarían ser definidas con mayor precisión a través de más amplios estudios.
Según las dataciones obtenidas, los sectores que podrían estar directamente relacionados con los sucesos ligados a la conquista inca son Espíritu Playa (alto Cuyes) y Buenos Aires (cuenca baja del río). El tipo de material cerámico y la arquitectura de estos yacimientos difieren, en tanto que no se asocian ni a lo inca, ni al cañari de la sierra, ni –a diferencia del valle de Palanda- a un estilo propiamente amazónico (el corrugado se encuentra en los sitios de El Cadi y San Juan, en el bajo Cuyes). Adicionalmente, la información etnohistórica existente sobre el valle del río Cuyes es muy limitada en comparación con el caso de Palanda: fray Domingo de los Ángeles (1991: 379) hace referencia a imprecisas guerras con los «Ingas”. Sin embargo, la analogía etnohistórica y arqueológica iría más bien en el sentido aquí de una posible presencia inca indirecta en el sector, sellada mediante alianzas, tal como sucedió al parecer también con los llamados Palandas (Hocquenghem, 2009: 115) .
Por ende, no es de descartar que, a la hora de la conquista inca, la diversidad de los procesos históricos, étnicos y sociales subyacentes a estas dos zonas explique las diferencias de «respuestas» tanto por parte de los Incas como de los pueblos invadidos. Cutright (2010: 27) señala que la flexibilidad de las estrategias de control desplegadas por los estados sobre poblaciones locales depende en gran medida de los intereses de dicho estado en las zonas en cuestión (presencia de recursos estratégicos por ejemplo), o del nivel de complejidad social de las agrupaciones locales. Los denominados Palandas o Bracamoros sugieren los rasgos de una sociedad tribal amazónica, lo cual a priori no correspondía con los intereses políticos incas. La zona sin embargo resguardaba importantes recursos auríferos, por lo que los Incas optaron por intentar conquistarla, con el resultado que conocemos.
El sector del Cuyes es también reconocido por sus placeres auríferos. Desde una perspectiva arqueológica, los Cuyes reúnen además las características de un señorío (por ende, pontencialmente “conquistable” dentro de la lógica imperial inca), ligado a la vez a lo amazónico y a lo cañari. Se recordará que los cañaris conformaban una unidad lingüística más que política, lo cual implica que cada núcleo gozaba de cierto grado de independencia. Si el valle del río Cuyes correspondió a unos de estos señoríos cañaris locales (amazónico en este caso), se entiende luego que haya logrado resistir a la hegemonía inca (contrariamente a sus vecinos de la Sierra), la cual quizás habrá preferido optar por una presencia indirecta en la zona, sellada mediante relaciones de intercambio o alianzas. En resumen, pese a “configuraciones sociales” distintas, ninguno de los dos casos de estudio parece haber sido totalmente dominado por los Incas. De momento, éstas son desde luego hipótesis que sin duda ameritarían un mayor estudio de terreno, pero que al menos afinan las afirmaciones generales acerca de una “escasa presencia inca en la alta amazonía”.
    Frente a la complejidad de los procesos culturales e históricos que caracterizaron el desarrollo socio-político de los grupos amazónicos, y más concretamente, de la alta amazonía, estas reflexiones son nada más un ejemplo para ilustrar el imperativo epistemológico de matizar los escenarios teóricos homogeneizadores –por cierto necesarios, en su justa medida-. Los fenómenos de migración, mestizaje, contacto comercial, así como los acontecimientos históricos propios de cada zona incidieron en forma distinta en las adaptaciones y creaciones culturales de cada espacio. Por otra parte, los “requisitos” contemplados por la noción de “complejidad social” exigen sin duda alguna ser revisados y enriquecidos; el desarrollo -esperemos- fulminante de la arqueología amazónica aportará sin duda alguno con sólidos elementos de análisis dentro de esta redefinición conceptual.
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