Emigrantes ecuatorianos

en busca de una vida mejor en España

enfocados desde el punto de vista literario

 

    La emigración ecuatoriana a España es un fenómeno masivo en los años 1998-2004. Los motivos son principalmente económicos pero también culturales debido a la comunidad lingüística y a la historia que unió ambos países en el pasado. Esta realidad es tan significativa en Ecuador que la literatura se ha apoderado del tema y varias novelas presentan a migrantes que están enfrentando su nueva vida lejos de su patria de origen. Para este estudio, nos apoyaremos en tres obras: La memoria y los adioses de Juan Valdano (2006)1, primer relato ecuatoriano que aborda la temática, donde, a lo largo de un viaje en tren que lo lleva de Murcia a Lorca, el protagonista, por la facultad de la memoria, consigue encontrarse a sí mismo a pesar de la pérdida de todas sus ilusiones; Trashumantes en busca de otra vida de Stalin Alvear (2012)2, que propone una visión optimista de dicha experiencia que presentó sin embargo episodios traumáticos para el personaje principal quien logró superarlos, y La utopía de Madrid de Carlos Carrión (2013)3, libro-testimonio basado en entrevistas realizadas en la capital española en 2004, que obtuvo el premio internacional de la novela Latin Heritage Foundation en Nueva York en 2012. Para sentar las bases de nuestro estudio, evocaremos primero el contexto que empujó a hombres y mujeres a irse de Ecuador y a escoger España como país de acogida; luego esbozaremos el perfil de estos emigrados según aparecen en la ficción narrativa y evidenciaremos sus dificultades para adaptarse al nuevo contexto al confrontar sus sueños con la realidad. Por fin, veremos qué consecuencias tiene su ausencia para su familia que se ha quedado en Ecuador, en particular para los hijos, sobre todo cuando se ha ido su madre4, y las perturbaciones nuevas acarreadas por el retorno temporario o definitivo de estos migrantes al territorio nacional.

 

El contexto histórico ecuatoriano y español

La emigración internacional siempre ha existido en Ecuador. Estados Unidos fue el principal país de destino desde los años 1960-19705 pero, al final de la década de 1990 y a principios de los años 2000, el fenómeno migratorio toma gran amplitud6 y España es entonces el lugar de acogida privilegiado, sobre todo para las mujeres. Las provincias del Sur –Azuay, Loja y Cañar– tienen una larga tradición de expatriación pero, con el cambio de siglo, todo el país se encuentra impactado, incluso las ciudades de Quito y Guayaquil, y, fenómeno nuevo, ahora las mujeres se desplazan hacia el Viejo Continente en grandes proporciones7. Contrariamente a lo que se piensa comúnmente, es decir, los pobres son quienes se marchan para irse en busca de mejores condiciones de vida fuera del país, la mayoría de los ecuatorianos y ecuatorianas que emigran a Europa han cursado estudios secundarios y universitarios y pertenecen en general a la clase media8. Tal es el caso de José Hipólito, el protagonista de La memoria y los adioses, y de su amigo Vicente. Ambos se conocieron en la universidad cuando eran estudiantes en letras; incluso Vicente se graduó de maestro. Julio Malla en Trashumantes en busca de otra vida era médico en Ecuador. Lucy, el personaje principal de La utopía de Madrid, estudió derecho para ser abogada. Clara Aponte aparece como una excepción: viene de un pueblo de la provincia de Azuay, Zhizho, no hizo estudios pero, después de su encuentro con el escritor español Antoleano Galán, siente interés por la literatura. Esta emigración masiva se explica por el contexto político y económico que atraviesa Ecuador en esos años. Desde 1995, se asiste al derrumbe de la economía del país. La crisis se agrava en 1998 y sobre todo en 1999, cuando el endeudamiento creciente provoca la bancarrota del Estado9. Unos veinte bancos se declaran en quiebra entre agosto de 1998 y marzo de 1999, lo que obliga al presidente Jamil Mahuad, presionado por el FMI, a congelar las cuentas corrientes y a bloquear los capitales durante diez años para realizar la dolarización de la economía. De este modo, la mayor parte de los ecuatorianos pierden la casi totalidad de sus ahorros. José Hipólito presenta dicha situación a sus compatriotas emigrados preocupados por las noticias alarmantes que reciben de sus familiares en los siguientes términos:

los bancos –al menos muchos de ellos– habían quebrado y, en los que aún permanecían abiertos, el dinero de la gente se había congelado. Los banqueros habían optado por guardarse la plata de sus clientes y fugar a Miami. Con humor negro, allá seguían proclamando su honradez, su pulcritud. ¡Ironía de potentados! ¡Desfachatez de saqueadores! De un solo plumazo, el gobierno había convertido a prósperos ciudadanos en esquilmados indigentes. Ahora pretendía que todos aplaudieran tan eficaz prestidigitación (Valdano, 36).

El golpe de Estado del 21 de enero de 2000 dirigido por el coronel Lucio Gutiérrez, en el cual el ejército y los indios se alían para derrocar al presidente en ejercicio, acrecienta la inestabilidad política. En efecto, el 7 de febrero de 1997, el Congreso ya había destituido al presidente Abdalá Bucaram por incapacidad. Entre 1996 y 2005, diez personalidades se suceden a la cabeza del Estado10. Lucy, decidida a abandonar su país y a su familia bajo la incitación de su amiga Rudy, maldice «a Abdalá Bucaram y a Yamil Mahuad, por desgraciar al Ecuador como lo desgraciaron» (Carrión, 13). También echa la culpa «al jetón inepto de Lucio Gutiérrez, otro muérgano que tiene a Ecuador en la joda» (31). Todos estos factores que ensombrecen las perspectivas futuras provocan la huida masiva de las fuerzas vivas del país. Las novelas aluden ampliamente a ello.

En cada familia […] siempre hay alguien que no piensa en otra cosa que en emigrar del país. La desesperanza, el desconcierto, la rabia han pasado a ser el pan de cada día (Valdano, 36),

dice José Hipólito que abandona Ecuador a los veinticuatro años para irse en busca de Genoveva, la prima de quien estaba enamorado en su adolescencia. Lucy, que ha tenido que contentarse con vender a domicilio perfumes y ropa de bebé porque no encontraba ningún trabajo con su título de abogada, no gana lo suficiente para pagar un buen colegio a su hijo Carlitos, ésta es la causa de su decisión de emigrar (Carrión, 13). También Clara Aponte, madre soltera de tres hijas, ha abandonado Zhizho, su pueblo natal, para darse los medios de educarlas y mandarles el dinero necesario para atender sus necesidades.

Estos nuevos migrantes que se van principalmente a España aceptan, en su mayoría, una fuerte descalificación profesional –todos cumplen labores manuales que nunca hubieran aceptado en Ecuador (Valdano, 35)– con la esperanza de tener mejores salarios que en su país: ochocientos euros contra ciento veinte dólares, según lo que conversan Lucy y sus compatriotas (Carrión, 36). Vicente, decepcionado por la inconsistencia de su primer salario de maestro, el cual se va achicando cada mes hasta volverse simbólico e inexistente con la deuda que acumula en la abacería de la esquina, prefiere un trabajo duro de obrero agrícola en una finca de Lorca para ganar más y poder subsanar los menesteres de su casa (Valdano, 37-38). Sin embargo, las remuneraciones de estos inmigrantes son inferiores al salario legal español ya que todos son trabajadores clandestinos y, por consiguiente, no están declarados. José Hipólito constata que ni siquiera cobra la mitad de lo que un jornalero tendría que recibir por su labor (64).

Sin embargo, el mando regular de remesas enormes a la familia atenuó considerablemente el choque de la crisis económica y tuvo un impacto real en la reducción de la pobreza. En efecto, estas transferencias de fondos representan la segunda fuente de ingresos del país, después del petróleo, o sea el 10 % del PIB (Alvear, 27)11. El narrador de Trashumantes en busca de otra vida califica este aspecto financiero de «nueva esclavitud» (27). La maestra de Zhizho constata que, a pesar de su aparente abandono, a las hijas de Clara no les falta dinero (18). Incluso pueden comprarse un calefón para ducharse con agua caliente, un verdadero lujo en el pueblo (52). Lucy también manda plata para su hijo, lo ha matriculado en el mejor colegio de Loja y le hace regalos que lo propulsan a una sociedad que aboga por el consumo a ultranza: móvil con cámara de fotos y acceso a internet, ordenador (Carrión, 77-78, 92), cuando ella hace enormes sacrificios para satisfacer sus caprichos que, en Ecuador, no están al alcance de la gran mayoría de los ciudadanos. Vicente, casado, ha podido mandar, con lo que ha ganado en Madrid en diversos trabajos ocasionales y agotadores, unos trescientos dólares para empezar a reembolsar el billete de avión y proveer las necesidades familiares (Valdano, 37). Del mismo modo, Genoveva explica su caída a la prostitución por la obligación de mandar dinero a su hija que se ha quedado en Ecuador (132).

 

El atractivo prioritario de los ecuatorianos por España se explica por varios motivos. En efecto, desde el año 1962 y hasta el 2004, fecha en que el país debe aplicar las reglas del espacio Schengen, los ecuatorianos no necesitaban visa para entrar en el territorio. Esta ausencia de burocracia facilitó sin lugar a dudas su llegada masiva con un simple pasaporte de turismo pero el primer obstáculo que encuentran consiste en obtener un permiso de trabajo o de residencia, otorgado por lo general por un año o dos. En estas condiciones, muchos se transforman rápidamente en clandestinos. Todos los personajes de las novelas se encuentran al principio en tal situación, pero Lucy, gracias al reconocimiento de las hijas de la pareja de ancianos de quien se ocupó, Clara Aponte y Jesús Peñaloza, debido a los buenos oficios del escritor Antoleano Galán, terminan obteniendo papeles (Carrión, 80; Alvear, 124). Además, desde el año 1995, los ciudadanos ecuatorianos pueden solicitar la nacionalidad española a partir del momento en que tienen los permisos de residencia y de trabajo necesarios después de dos años de estancia en España12. Lucy proyecta iniciar esas gestiones: «con eso muy pronto seré española» (Carrión, 80), piensa, cuando se entera de que su situación ha sido regularizada, aunque nada ni nadie la espera en España. Sin embargo, para evitar el aflujo de inmigrantes, el gobierno conservador de José María Aznar restringe la legislación anterior y los extranjeros en situación irregular vienen a ser entonces seres indeseables13. José Hipólito evoca esta evolución en los siguientes términos:

Vicente, al igual que yo, engrosábamos ese ejército anónimo y subterráneo de forasteros ilegales; gente sin nombre, sin rostro y sin derechos a quienes la policía española pronto empezó a dar cacería (Valdano, 37).

Genoveva menciona también el momento en que empezaron a exigirles los papeles, lo que la hunde en el mayor desconcierto (132). Esta nueva norma se traduce por la persecución de los ilegales por la policía, confina a los clandestinos dentro de sus lugares de trabajo de donde salen bajo su propio riesgo y responsabilidad14 y les condena al mutismo. José Hipólito constata que él y sus compatriotas se han convertido en

un ejército de parias, de labradores subterráneos, de esos «sin papeles» a los que busca dar caza la policía, los expresamente inexistentes para el patrón, pues ni mis amigos ni yo ni muchos otros constamos en la nómina oficial de trabajadores de esa finca (67).

En el tren que lo lleva de Murcia a Lorca, José Hipólito reconoce que los demás viajeros son emigrantes como él: hablan poco, para no revelarse (126). Lucy también señala la persecución de los policías:

Te paran en la calle, en los buses, en el metro: te los piden [los papeles] y si no los tienes, a Carabanchel15 se ha dicho hasta por dieciocho meses, y un día de esos te meten en un avión y adiós, Lola. Eso hicieron con el Gordo González, con la Chocha y tantos otros. Como un reo, un tío de ETA, un tío. Porque el bendito parlamento europeo ha criminalizado la migración ilegal (Carrión, 97).

Sin embargo, gracias al convenio bilateral España – Ecuador, firmado el 31 de enero de 2001, 20 789 clandestinos ven su situación regularizada16. El gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero concede papeles a los trabajadores llegados a España antes de junio de 2004. Así, en 2005, 130 000 ecuatorianos se benefician de esta medida. Clara Aponte se refiere a estas disposiciones en su discurso:

frente a la política persecutoria de Aznar, propia del conservadurismo europeo, las medidas regularizadoras adoptadas por Rodríguez Zapatero, al menos, implican una preocupación por acercarse a este moderno genocidio que masacra a miles de inmigrantes (Alvear, 198)16.

El término «genocidio», que remite en seguida en la mente del lector a la exterminación masiva de los judíos por los nazis, así como el verbo «masacra» confieren a la denuncia de esta situación intolerable desde un punto de vista humano una fuerza extrema en la boca de la protagonista que fue víctima de los hechos. No obstante, este sistema favorable se endureció en 2006 y, más aún, a partir del 2008, cuando la subida del paro y la crisis que afectó a los inmigrantes con más fuerza que a los españoles obligaron a optar por una política de incitación al retorno.

En 2008, los lugares que concentraban a la población inmigrante ecuatoriana eran Madrid (32,2 %), Cataluña (19,1 %), la región de Valencia (12,2 %) y la de Murcia (11,2 %). En Madrid y en Cataluña, las mujeres son mayoritarias, asumen servicios domésticos y cuidan a ancianos y a personas minusválidas, mientras que, en Valencia y Murcia, los hombres son más numerosos que ellas y trabajan en la agricultura17. Las novelas respetan estos sitios de implantación. José Hipólito, Vicente, Clara Aponte trabajan en la plantaciones de brócolis de la provincia de Murcia; Lucy, Vicente, Clara Aponte y Jesús Peñaloza desarrollan también sus actividades en Madrid.

Otro aspecto de la política migratoria: la reagrupación familiar. Es posible cuando el jefe de familia trae la prueba de que ha tenido un permiso de trabajo de un año, cuando éste ha sido renovado por otra temporada de un año y cuando dispone de un alojamiento adecuado para acoger a los hijos y tiene los medios necesarios para su mantenimiento, lo que ocurre en la realidad después de un período muy largo18. El primer viaje de Lucy se acompaña de los chillidos y los lloros de los niños que dejan a los familiares que se han hecho cargo de ellos en Ecuador: tías, abuelas, vecinas y que van a reunirse con su madre en España, de quien sólo conservan un recuerdo muy impreciso como lo atestigua el reencuentro en el aeropuerto de Barajas (Carrión, 9-11, 15).

 

Los migrantes en las novelas

¿Cómo se traduce la situación de estos migrantes en las novelas que estamos estudiando? Las tres ficciones seleccionadas denuncian cada una a su manera su suerte. El primer trauma que espera a los ciudadanos ecuatorianos a su llegada a España es el clima. En el mes de enero y febrero, hace un frío polar en Madrid. Lucy está helada hasta los huesos durante sus deambulaciones por la capital y tiene muchas dificultades para adaptarse (Carrión, 15, 17, 19) pero la cosecha de brócolis bajo el sol de plomo de Murcia en verano y las lluvias otoñales también ponen a prueba a estos trabajadores acostumbrados a vivir en un ambiente de primavera perpetua (Alvear, 23; Valdano, 67).

Las condiciones de alojamiento son completamente inhumanas. Lucy se queda de una pieza al descubrir el departamento que va a compartir con Rudy, la paisana que la animó a venir:

De noche los quince inquilinos se amontonan en la sala y en todas partes, y no sé cómo caben en los tres dormitorios y en el suelo. Unos huelen a cerveza, otros a tabaco raro, otros a vómito (Carrión, 16).

El padre Vega, el cura de Zhizho, sabe por su experiencia de la migración que los expatriados se hacinan «entre quince o veinte personas como coarrendatarias de un cuchitril» y califica estas agrupaciones de míseros de «alquilados campos de concentración» (Alvear, 199, 201). La desilusión de Lucy, a su llegada a Madrid, es máxima cuando descubre que le toca compartir la cama de Rudy que no es cama para dos (Carrión, 16). José Hipólito compara las barracas de madera y chapas de cinc en que se alojan los trabajadores ilegales con «los palenques de los esclavos negros, cuando aún subsistían épocas de explotación colonial» (Valdano, 65). Clara Aponte y sus compatriotas viven también en «una barraca cubierta con planchas de zinc que, con el calor, se [vuelven] insoportables» (Alvear, 15). Sin embargo, estas barracas son el lugar donde, durante la noche, la memoria de los migrantes alimenta la nostalgia del país y el deseo de regresar tan pronto como hayan pagado sus deudas (23). José Hipólito evoca aquel momento como el de una maldición ya que pone de manifiesto la desgarradura que se ha instalado en el corazón de todos: «Cada uno rumia, en soledad y silencio, sus recuerdos, sus miserias, sus temores. […] Sólo anhelamos lo que no tenemos y apreciamos aquello que hemos perdido» (Valdano, 69).

La característica de todos estos migrantes es la inestabilidad en el trabajo porque no soportan las condiciones de vida que se les reserva. Todos los personajes ejercen múltiples empleos que permiten hacer una radiografía de la sociedad española vista desde una mirada extranjera en la que van a parar en la parte inferior de la escala social sin ninguna esperanza de ascensión posible. Cuando soñaban con tener una vida mejor, se encuentran en las peores situaciones, víctimas del ostracismo por el color de su piel, su acento que los traiciona y su manera de vestir. Estos «buscadores de paraísos» (Alvear, 27) entran en el mundo del «miedo y la humiliación: miedo a la cárcel, a ser deportados; miedo al racismo y a otros desprecios» (25). Cuando Lucy anda buscando por primera vez un trabajo, sólo recibe negativas cuando se presenta en respuesta a los anuncios o llama a las puertas para ofrecerse como empleada; tiene la impresión de haberse convertido en una mendiga. Cuando se encuentra sin ocupación durante tres meses, va a la sopa popular distribuida por el centro de acogida de los inmigrantes de las Hijas de la Caridad, que se encuentra en el número 18 del Paseo del General Martínez Campos. Este lugar es, según sus propias palabras, expresión del «amor de Dios en el mundo sin alma de Madrid» (Carrión, 96). Por fin, ella que en su casa «jamás tocaba una escoba» (26) se encuentra «cachifa» en distintas casas burguesas donde se pasa el tiempo limpiando, fregando «como una esclava» (25). Además, sufre los insultos y el desprecio de sus empleadores: «Inmigrante de mierda», «cabrona», «puta» (75). Aunque comprueba que venir a España no le ha servido para nada (101), que «esta vida no es vida» (109), que «la migración [la] deja sin patria, sin hijos, sin nada» (83), sigue perseverando en la búsqueda ilusoria de mejores condiciones de existencia, que parece encontrar al final de la novela, después de sufrir siete experiencias dolorosas, en Javier, en casa de la duquesa de Villahermosa, cuyo hijo piensa haber seducido.

Los horarios de trabajo se amplían a voluntad puesto que, cuando se trata de ocuparse de ancianos solos en casa, hace falta estar de pie a las dos, las tres o las cuatro de la mañana para atenderlos (55-56) sin tener ni siquiera un día de descanso (52) y, cuando no la alojan, sale todas las noches a las doce y media, a tiempo para coger el último metro (34). A veces, tiene que quedarse hasta las tres de la mañana para ser testiga de la vuelta del marido y presenciar las riñas conyugales (120-121). Cuando trabaja fuera de la capital, en Villarubia de Sojos (deformación de Villarubia de los Ojos), en la provincia de Ciudad Real, viene a Madrid únicamente cada quince días para el fin de semana (97) y, cuando reside en Javier en Navarra, situado a cuatro horas de tren de la capital, tiene tres días libres cada dos semanas (142), pero, después de los atentados del 11 de marzo de 2004 (11M)19, la tensión en la ciudad es máxima, sobre todo en el metro (145). De tantos maltratos, Lucy cae en depresión y, dos veces, como ya no aguanta para más, abandona su puesto de trabajo sin avisar a sus dueños (38, 100). María Luisa la despide a las tres de la mañana, aunque ha dado las primeras atenciones a su madre que se ha caído de la cama (57), soporta el silencio de la jueza y su marido (82), de Maricarmen y don Javier (124), porque, para ellos, ella no es nada. Don José le pega varias veces una bofetada cuando le lleva el desayuno a la cama (75), Javierín la muerde en distintas ocasiones por el mero gusto de hacerle daño (114, 116). Todos estos malos tratamientos, porque sólo ven en ella a «una esclava» (96), todos los desprecios, todos los insultos tienen en Lucy repercusiones graves porque ya no se considera a sí misma como una persona. Rebajada al rango de una cosa, dirige sobre todo lo que la rodea una mirada muy negativa, a pesar de la ternura que experimenta para ciertos niños que cuida, en particular Ramoncín, hidrocéfalico. Su humanidad, su espíritu de servicio ilustran el apego real que les tiene, así como a los ancianos de quienes se ocupa cuando consigue crear con ellos una verdadera relación. Su lenguaje grosero traduce la amplitud de sus desilusiones y demuestra que ha perdido las referencias propias del ser humano. Tratada permanentemente como basura, sólo puede leer la realidad a través de ese prismo.

La utopía de Madrid evidencia de manera exacerbada la precariedad de los empleos reservados a los inmigrantes, haciendo así de Lucy la heroína moderna de lo que podría emparentarse, desde el punto de vista temático, con un nuevo género de novela picaresca del siglo XXI en femenino, sin el recurso a la trampa y al engaño, pero las otras dos novelas insisten también en este aspecto. Genoveva en La memoria y los adioses sintetiza en pocas palabras la situación de las ecuatorianas en España:

¿Qué puede hacer aquí una pobre emigrante como yo? ¿Cuidar niños? ¿Atender a ancianos? ¿Ser empleada doméstica? Todo eso lo hice por algún tiempo (Valdano, 132).

En Madrid, Vicente fue «portero nocturno de un edificio, encargado de la limpieza en un hotel de segunda y otros oficios semejantes» (37) que no le dejaron ahorrar casi nada. En Lorca, desbroza un terreno para prepararlo para la siembra de calabacines y pimientos en invernaderos (64). José Hipólito, con sus manos de intelectual, no resiste más de un mes en esa labor penosa y prefiere irse a recoger brócolis en otra plantación. La jornada empieza a las siete de la mañana y cada uno consume sus fuerzas en esa tarea agotadora que sólo deja un tiempo libre al mediodía para un magro refrigerio y un momento de ligero descanso. Por la noche, «el cansancio nos quita el habla, el sudor pegajoso del día nos mantiene fríos e inactivos y, aunque es la hora en que se agolpan al corazón las nostalgias, nadie dice nada» (69), confiesa. La única obsesión de estos «trabajadores subterráneos» es sobrevivir (67). La explotación de estos cosechadores de brócolis es tal que la música y el alcohol son los únicos derivativos que les permiten olvidarse de su condición de desarraigados. En efecto, para José Hipólito,

muchos de nosotros estamos en camino de volvernos sombras; sombras de lo que fuimos, sombras opacas y ambulantes ya que nuestra alma, nuestra vida se quedaron allá, con los hijos, con las esposas, con los padres, con la patria más soñada ahora cuanto más irrecuperable… (100).

Clara Aponte compara la cosecha en los campos de brócolis a «un gimnasio atroz» (Alvear, 23). Empero, el socio del dueño de la plantación, Francisco Aleaga, repara en su belleza y, poco a poco, va sustituyendo esta tarea penosa por un trabajo en la oficina: la encarga de «elaborar los roles de pago y entregar a los trabajadores el sobre con su salario, cada sábado» y de «supervisar el rendimiento de sus compatriotas» (27). Claro, dichas mejoras van parejas con relaciones más seguidas con su protector, relaciones que se transforman pronto en amor y en discusiones en torno a producciones literarias de un amigo suyo, Antoleano Galán, que le presenta cuando éste viene a Murcia. Poco tiempo después, Francisco Aleaga propone a Clara llevarla a Madrid donde podrá ser «guía de turistas cultos» (69). En realidad, posee un prostíbulo elegante en la capital, pero no le dice nada y Clara sólo descubre la situación cuando está atrapada y no puede dar marcha atrás. Esta experiencia de la prostitución forzosa es la humillación suprema: «sentía que estaría mejor como presa o deportada» (103-104), refiere la misma Clara. Teme que sus hijas se enteren de la sordidez del ambiente por el que se mueve, de su manera de vestir (109). Si Antoleano Galán y Jesús Peñaloza, su amigo de infancia encontrado por casualidad en el Parque del Retiro, consiguen extraerla de ese universo glauco y Antoleano le encuentra un trabajo decente en una casa editorial madrileña (101), Genoveva20, la prima de José Hipólito, en cambio, ha escogido este modo de vida, aunque lo considera «muy triste» (Valdano, 131), por necesidad, para poder mantener a su hija que se ha quedado en Ecuador porque, según dice:

Sufría hambre y yo tenía que vivir. En este maldito oficio, una sabe cómo empieza, pero nunca sabe cuándo acaba… porque lo más seguro es que él acabe con una (132).

A pesar de todo, analiza su situación con la conciencia clara del proceso en que se ha metido: «Sentí sobre mí el desprecio de los otros, lo que hizo que empezara a despreciarme a mí misma» (133). El descenso al abismo es total y ya no puede entrever otra salida.

Las injurias racistas que sus dueños o los niños dirigen a Lucy traducen la discriminación de la que son víctimas los ecuatorianos: «india de la leche y de los cojones» (Carrión, 27), cuando no es india, «sudaca de mierda» (58). La xenofobia se exhíbe hasta en las paredes de Madrid, cerca de la Puerta de Alcalá: «¡Sudacas fuera!» (Valdano, 11). Clara subraya también la marginación que sufren sus compatriotas, dado que, a pesar de las aptitudes que tienen para ejercer algunos oficios, les deniegan los puestos porque son ecuatorianos (Alvear, 48). Este sentimiento de rechazo empuja a algunos a intentar asimilarse artificialmente a los españoles, hasta el punto de adoptar sus códigos vestimentarios, su acento, sus preparaciones culinarias; incluso se valen de la cirurgía estética para borrar los rasgos más prominentes de su cara (242). Así Lucy, cuando llega al aeropuerto de Barajas, admira el maquillaje y el abrigo de Rudy (Carrión, 15) y ella misma, cuando regresa por primera vez a Loja, calza botas. Por eso, su hijo Carlitos le dice sin miramientos que, con su arreglo y así vestida a la española, se parece a una prostituta (77).

A pesar de todo, en este mundo inhumano, una verdadera solidaridad une a todos los inmigrantes latinoamericanos. En La utopía de Madrid, es aún más fuerte con los peruanos o los colombianos que entre ecuatorianos. Lucy se siente engañada por su amiga Rudy que no la ayuda para buscar trabajo. En cambio, sí, la ayuda Yajhaira, la colombiana, que acaba de dejar su empleo y le da la dirección (Carrión, 42); Zoila, la peruana, le indica un centro dirigido por monjas que ayudan a los emigrantes en su búsqueda de trabajo (59); Loli le paga el alquiler (95); en Javier, simpatiza con Betty, otra peruana (143). El lugar de reunión de los ecuatorianos en Madrid, los sábados y los domingos, se halla en el Parque del Retiro (66; Alvear, 75-76). Se topan con conocidos en Ecuador:  Lucy encuentra de nuevo a Cristy López (Carrión, 66), Clara reconoce a amigos de Zhizho y al fotógrafo que venía en las fiestas. Todos fortalecen allí el sentimiento que tienen de pertenecer a la comunidad nacional, cantan juntos la canción de los expatriados, Collar de lágrimas de Julio Jaramillo, que aviva su nostalgia, como si ésta fuera ahora su carnet de identidad, comen mote pillo (Alvear, 77-78). Los partidos de fútbol del equipo nacional son también ineludibles. Son para estos emigrados la ocasión de expulsar «frustraciones y carencias» (82). Es entonces cuando Clara vuelve a encontrarse con su amigo de infancia, Jesús Peñaloza, y conoce al Nine Kaviedes, el jugador estrella de la selección ecuatoriana (80, 82).

La memoria y los adioses insiste más en la soledad de cada uno (Valdano, 66). José Hipólito compara a sus compatriotas que corren tras «un mismo sueño» (11) con «una hoja desprendida de su árbol y, ahora, llevada por el viento» (68). Del mismo modo, Clara Aponte asimila la migración a las ráfagas de un temporal que provoca en la persona «una lesión irreparable» y lleva consigo la pérdida progresiva de las raíces por las que se puede sobrevivir (Alvear, 197). En realidad, para el padre Vega, que constata diariamente las consecuencias dramáticas de la migración en la parroquia, los emigrantes viven una verdadera «tragedia» (201).

Una de las consecuencias de los desarraigos producidos por la emigración es la creación de nuevas parejas que hacen olvidar «matrimonios, hijos, obligaciones legales, juramentos y suvenires» (25). Así, Lucy tiene un amante, Joaquín, un peruano, casado y padre de tres hijos que se han quedado en Chiclayo, que su amiga Zoila le presentó (Carrión, 79, 101, 86). Fornican cuando se ven, pero comprueba, en una discoteca, que, en realidad, no siente nada por ella (136). Genoveva también vivió un amor en España, pero, cuando su compañero ya no la quiso, la echó a la calle como si fuera cualquier mercancía (Valdano, 132). Clara Aponte y Jesús Peñaloza unen sus vidas en Madrid (Alvear, 145) y confirman su amor casándose cuando regresan a Zhizho (219).

 

Las consecuencias de la emigración en los hijos y el retorno al país

Las primeras víctimas colaterales de la emigración de las madres de familia son sus hijos. Zhizho es un pueblo sin hombres, donde se quedan sólo niños y ancianos (Alvear, 77). Las hijas de Clara se encuentran entregadas a sí mismas, aunque se menta una vez a unos tíos (13). Charo, la primogénita, once años al principio de la novela, se ocupa mal que bien de sus dos hermanitas, pero se ha olvidado del todo de la cara de su madre que se ha ido hace ya algunos años. La dibuja envileciendo o mejorando su retrato según su estado emocional del momento (11, 13, 124, 167), así como cultiva con esmero o deja perecer los brócolis plantados en el huerto, si ella y sus hermanas tienen o no noticias de su madre (14). Con actitud casi supersticiosa, queman los billetes que les ha mandado y que han colocado cerca del retrato que voltean hacia la pared cuando no les ha dirigido un mensaje por Radio Latina (15). La maestra y el padre Vega se hacen cargo de las niñas, canalizan sus comportamientos raros y las ayudan a asumir la ausencia de su genitora y a construirse como personas equilibradas a pesar de los traumas sufridos. La pérdida de las referencias llega hasta tal punto que las dos hermanas menores, al rellenar un cuestionario relativo a su identidad para el eclesiástico, declaran que la maestra es su madre (18). Aquellos años de ausencia, vividos como un abandono por sus hijas (251), no pueden borrarse de un plumazo. Después de su retorno definitivo, Clara nota en ellas «un pronunciado distanciamiento, una especie de desamor filial» (250). Se da cuenta de que la maestra ocupa un lugar privilegiado en su corazón (251) y esta situación engendra altibajos que tiene que aprender a gestionar con la ayuda de su marido, cuyo amor sincero parece apto a hacerle olvidar su desconcierto (252-253). El reencuentro, después de quince años de alejamiento (215), entrecortados por cartas regulares acompañadas de algunas fotos y de dos mensajes en Radio Latina (49, 52), no es evidente, aunque madre e hijas lo deseen intensamente. Clara toma la decisión de no volver a España en Zhizho después del matrimonio de Charo y el suyo, no la ha reflexionado antes, interviene al final de un día cargado de emociones y se puede leer como un capricho más (222). Sin embargo, es para los protagonistas el modo de saldar las cuentas con el desarraigo cuando vuelven a tomar contacto con el pueblo en que nacieron (223). A pesar de todo, restablecer los lazos familiares después de tantos años no significa tampoco reanudar con el pasado, aunque las actividades sean las mismas que antaño; se trata de inventar un porvenir con los ahorros realizados teniendo en cuenta la nueva situación familiar (222, 248-249). Éste es el dilema de estos ecuatorianos decidos a reintegrar su país21.

En cuanto a Lucy, vuelve a Loja dos veces para cortas temporadas: la primera para Navidad, cuando se encuentra sin trabajo, y la segunda para la confirmación de su hijo. En ambos casos, llega cubierta de regalos. El reencuentro con Carlitos es muy frío, apenas le presta atención y se concentra únicamente en lo que le ha llevado (Carrión, 77, 92). En seguida, Lucy se arrepiente de haber venido: su hijo, voluntariamente o no, le manifiesta la distancia que se ha instaurado entre ellos (78). Nunca la había sospechado, a pesar de que, cuando llamaba por teléfono, él se negaba a hablarle (73, 101). Ahora mide concretamente la ruptura que se ha creado con el mundo que ha dejado. Sus amigas ya se han casado y ya no tienen verdaderas relaciones; los platos que extraña tanto en Madrid ya no tienen el sabor de antaño, ahora la hartan, nada más (79). Su mirada también ha cambiado: Loja le parece ahora un pueblito comparado con Madrid (79). En su tentativa para reducir la zanja que la separa de sus familiares y que parece entonces inconmensurable, hace probar a su familia los huevos escalfados con besamel, descubiertos en Madrid (80-81), pero los prepara sin ganas. El colmo de sus desilusiones se produce cuando encuentra a la sicóloga del colegio que frecuenta Carlitos. Ésta le declara que su hijo sufre del síndrome del abandono y le dice a las claras que ella debe escoger entre su porvenir y Madrid (80-81), pero Lucy no puede considerar tal opción. No volver a España cuando acaba de obtener sus papeles sería admitir que ha fracasado. En el momento de los adioses, siente que Carlitos se alegra de su viaje y, en el avión, realiza que ya no tiene nada en Ecuador (81). La idealización de los seres queridos, alimentada por la ausencia, como único modo de supervivencia en una tierra extranjera hostil, no resiste la prueba de la realidad. Lucy experimenta entonces en su carne la erosión de los afectos. Ya no se siente de un lugar ni de otro, pero conserva hasta el final de la novela un amor sincero por su hijo, del que se agarra como si fuera un bote salvavidas (152). Este lazo indeleble la mantiene de pie, aunque se erosione con el tiempo y el cara a cara con Carlitos sea cada vez más insatisfactorio, tanto más cuanto que ve en sus ojos los de su compañero Rolando que la ha olvidado por completo (81). Esta conciencia de ser madre le permite conservar su dignidad humana. La visita para la confirmación, muy breve, ya que se resume en el relato a un párrafo (92-93), confirma que se van borrando los sentimientos reales y subraya la indiferencia de Carlitos. Además, este viaje improvisado le cuesta su empleo porque, a pesar de la palabra que le había dado la jueza antes de su viaje, ésta no cumple y la despide a su llegada (93). Dividida entre su amor materno y su situación precaria, Lucy no elige; sufre los acontecimientos, incapaz, como muchos migrantes, de resolverse a tomar la decisión que se impondría: volver a Ecuador definitivamente para encontrar de nuevo sus raíces y construirse otra vez.

 

Los retratos de las ecuatorianas y los ecuatorianos propuestos por las novelas remiten a dos modelos literarios que aparecen en filigrana de sus desventuras: Don Quijote, el idealista, que persigue sin tregua su sueño de un mundo mejor, cuya historia José Hipólito adolescente leía apasionadamente (Valdano, 71), y los héroes de las novelas picarescas «mozos de muchos amos»22. Detrás de estos arquetipos, la realidad de la migración se impone con crudeza como una brecha abierta en el corazón de cada ser, una nostalgia de lo que cada uno dejó atrás para correr tras la ilusión de salarios honestos para cubrir las necesidades familiares al precio de un descenso abismal en la escala social, de la pérdida de la confianza en sí mismo y de la renuncia a su propia dignidad. Aunque estas tres novelas tengan un valor desigual desde el punto de vista literario, dan, cada una a su manera, una visión negativa de la experiencia migratoria y denuncian con fuerza la explotación vergonzosa que sufren los extranjeros. Además, las perturbaciones que engendra la migración en la persona quien la vive son también perjudiciales para los hijos que construyen su personalidad con el sentimiento de ser abandonados y huérfanos (Valdano, 27). Esta prueba dolorosa para todos, hecha necesaria por la situación económica dramática de Ecuador en el cambio de siglo, aparece como la plaga del mundo moderno, el cual manda espejismos ilusorios a las poblaciones en situación de miseria y las arrastra hacia la pérdida irremediable de sus raíces. Estas novelas que echan una mirada exterior, venida de un país en vía de desarrollo, sobre la realidad de España denuncian con fuerza la naturaleza viciada de las relaciones entre países ricos y países pobres. Mejor que todas las estadísticas, sacan a la luz las cadenas de explotación que rigen estas relaciones y las transforman en la peor forma de esclavitud moderna.

 

Nicole Fourtané

Notas

  1. VALDANO, Juan, La memoria y los adioses (2006), Quito, Grupo editorial Norma, 2010, 135 p.

 

  1. ALVEAR, Stalin, Trashumantes en busca de otra vida, Quito, Libresa, 2012, 253 p.

 

  1. CARRIÓN, Carlos, La utopía de Madrid, Quito, Editorial El Conejo, 2013, 164 p.

 

  1. En 2000, 150 000 niños se quedan a cargo de otros miembros de la familia que permanecen en Ecuador. El 44 % de los hombres y el 43 % de las mujeres en España tienen por lo menos un hijo menor en el país de origen.

SAAD, Emma, SAAD, Julia, et alii, «Causas socio económicas de la emigración en el Ecuador y su impacto en la adolescencia», Revista Tecnológica, Edición especial ESPOL Ciencia, 2003, p. 286; HERRERA, Gioconda, «Ecuatorianos/as en Europa: de la vertiginosa salida a la construcción de espacios transnacionales», in YÉPEZ DEL CASTILLO, Isabel, HERRERA, Gioconda, Nuevas migraciones latinoamericanas a Europa, Quito, FLACSO, 2007, p. 197.

 

  1. La madre de José Hipólito, viuda tempranamente, se fue a Estados Unidos, cuando su hijo tenía seis años, dejándole al cuidado de su abuelo y, durante catorce años, no dio noticias hasta el día de su regreso (Valdano, 17-19; 123-124).

 

  1. Entre 1976 y 1990, la migración afectaba a unas 20 000 personas al año. A partir de 1993, va creciendo hasta llegar a 40 735 individuos anuales en 1998. El pico se alcanza en 2000 con 175 000 expatriados. Entre 1999 y 2007, el saldo migratorio se eleva a 954 396 personas, o sea el 7 % de la población ecuatoriana, es decir, el equivalente del 14 % de la población activa. La cuarta parte de estos migrantes se fue a España. En 2007, entre el 10,2 % y el 10,8 % de los ecuatorianos residen fuera de su país, sin contar con los que emigran clandestinamente y se encuentran indocumentados. En 2008, el Instituto Nacional de Estadísticas ecuatoriano (INEC) contaba 1,5 millón de ecuatorianos en el extranjero pero las estimaciones no oficiales se establecían entre 2 y 3 millones sobre una población total de 12 millones de habitantes. HERRERA, Gioconda, Ecuador. La migración en cifras, Quito, Fondo de Población de las Naciones Unidas, FLACSO, 2008, pp. 15-16; KOLLER, Sylvie, « Équateur : la politique des droits », Problèmes d’Amérique latine, n° 75, hiver 2009-2010, p. 61.

 

  1.  En 1997-1998, la migración femenina supera la masculina. En 1997, el 67 % de las ecuatorianas que residen en Madrid son mujeres. HERRERA, Gioconda, Ecuador. La migración en cifras, p. 19; GAVIÑO, María José, «Migración de los ecuatorianos hacia EEUU y Europa», en línea, consultado el 21/10/2014, http://www.monografias.com/trabajos23/migracion-ecuatorianos/migracion-ecuatorianos.html.

 

  1. En 2001, el 13 % de las ecuatorianas en España y el 15 % de los ecuatorianos tenían un nivel universitario. El 57 % de ellas y el 53 % de los hombres habían cursado estudios secundarios. HERRERA, Gioconda, «Ecuatorianos/as en Europa…», op. cit., p. 196.

 

  1. En 1999, el crecimiento es negativo (- 7 %). A lo largo del año, la devaluación de la moneda nacional, el sucre, alcanza el 400 %. Los ingresos reales recaen al nivel de 1978; la tasa de pobreza entre 1998 y 2000 pasa del 36 % al 70% y la de la indigencia del 30 % al 40 %. La caída de la economía agrava también la situación del empleo. Casi el 75 % de la población está parada o subempleada. La crisis económica de 1999 se encuentra ligada al derrumbe del sistema bancario. MASSAL, Julie, Les mouvements indiens en Équateur. Mobilisations protestataires et démocratie, Paris, Karthala, Aix-en-Provence, Institut d’études politiques, 2005, pp. 411-420; CRUZ ZÚÑIGA, Pilar, «La migración de los pueblos indígenas de Bolivia y Ecuador», Cahiers ALHIM, n° 27, 2014, párrafo 11; FEBRES-CORDERO VALLARINO, Daniela, Estudio de la migración en el Ecuador: tendencia, impacto y recomendaciones, Universidad Católica de Santiago de Guayaquil, 2012, p. 10; SAAD, Emma, SAAD, Julia, et alii, op. cit., p. 283.

 

  1. Ninguno de los tres presidentes de la República elegidos en estos años cumplió la totalidad de su mandato. Dos, Abdalá Bucaram (1996-1997) y Lucio Gutiérrez (2002-2005), expulsado del poder por la presión callejera, fueron destituidos por el Congreso. Jamil Mahuad (1998-2000) fue derrocado por un golpe de Estado fomentado por Lucio Gutiérrez. Como el poder ejecutivo se compone de un binomio, presidente y vicepresidente, elegidos juntos con un programa común, sus vicepresidentes gobernaron hasta las elecciones siguientes, en particular Gustavo Noboa Bejarano (22 de enero de 2000- enero de 2003) y Alfredo Palacio González (abril de 2005-enero de 2007). La sucesión de Abdalá Bucaram planteó problemas. Su vicepresidenta, Rosalía Arteaga Serrano, sólo ejerció un mandato efímero (9-11 de febrero de 1997), dado que el Congreso designó a su propio presidente, Fabián Alarcón Rivera, para asumir la presidencia provisional (febrero de 1997-agosto de 1998). Los autores del golpe de Estado contra Jamil Mahuad –Lucio Gutiérrez, Carlos Vargas, Carlos Solórzano (21-22 de enero de 2000)– no obtuvieron el reconocimiento internacional y local, entonces el poder se transfirió normalmente al vicepresidente Gustavo Noboa Bejarano, elegido democráticamente como vicepresidente de Jamil Mahuad.

 

  1. En 2005, las remesas se montan a 2 318 mil millones de dólares; las que provienen de España totalizan el 37 % en 2004 y el 39 % en el primer semestre de 2005 de las entradas de divisas y cubren las necesidades básicas de las familias. SAAD, Emma, SAAD, Julia, et alii, op. cit., p. 284; PLAN MIGRACIÓN, COMUNICACIÓN Y DESARROLLO, «Efectos de la emigración ecuatoriana y el futuro de las remesas en el mediano plazo», Cartillas sobre migración, n° 18, junio de 2006, p. 8; HERRERA, Gioconda, «Ecuatorianos/as en Europa…», op. cit., p. 190.

 

  1. Esta facilidad existe desde el 4 de marzo de 1964 pero el texto del 25 de agosto de 1995 la restringe con la necesaria obtención previa del permiso de trabajo y de residencia. Si estos pedidos de naturalización son pocos al principio de los años 2000, se amplifican a partir del 2008 (42 902) y alcanzan 133 266 en 2011, lo que demuestra que los ecuatorianos piensan que la doble nacionalidad puede protegerlos de la crisis. HERRERA MOSQUERA, Gioconda, MONCAYO, María Isabel, ESCOBAR GARCÍA, Alexandra, Perfil migratorio del Ecuador 2011, Organización Internacional para las Migraciones, 2012, p. 37.

 

  1. Ley orgánica 4/2000 del 11 de enero de 2000. Esta disposición muy favorable actúa como claro factor de llamada de la mano de obra extranjera no calificada que el país, en pleno crecimiento, que disfruta ya de la cultura del bienestar y en pleno boom inmobiliario, necesita en la construcción, la agricultura y el sector de los servicios domésticos y del cuidado de personas. Entre 2000 y 2005, España crea muchos empleos en estas áreas de actividad. La ley orgánica 8/2000 del 22 de diciembre de 2000 quita a los extranjeros en situación irregular los derechos a reunirse, manifestar, sindicarse, hacer huelga.

 

  1. Este aspecto se subraya también en Alvear, 28: [El médico Julio Malla] «Solía aconsejar a sus compañeros que para exponerse menos a los operativos de la guardia civil, debían salir solo cuando fuera indispensable, puesto que ofreciendo una mano de obra barata y clandestina, vivir en las plantaciones era un loteriazo para los dueños».

 

  1. La cárcel de Carabanchel se construyó en 1940 para acoger a los presos republicanos opuestos al franquismo. Es el símbolo por excelencia de la represión. Fue destruida en el 2008.

 

  1. El socialismo español está calificado de «gelatinoso» (Alvear, 249).

 

  1. Este convenio enmarca los flujos migratorios con la fijación por España de un contingente anual de trabajadores preseleccionados en Ecuador según su perfil profesional. Responde a la conmoción producida por la muerte de doce ecuatorianos clandestinos transportados por una furgoneta atropellada por un tren en Lorca el 3 de enero de 2001 que dio a conocer públicamente la sobreexplotación de los inmigrantes en el país. GERONIMI, Eduardo, CACHÓN, Lorenzo, TEXIDÓ, Ezequiel, Estudios sobre migraciones internacionales. Acuerdos bilaterales de migración de mano de obra: Estudio de casos, Ginebra, OIT, 2004, p. 43.

 

  1. HERRERA, Gioconda, Ecuador. La migración en cifras, p. 67.

 

  1. http://extranjeros.empleo.gob.es/es/InformacionInteres/FolletosInformativos/archivos/triptico_reagrupacion_ familiar.pdf.

 

  1. Los atentados del 11 de marzo del 2004 (11-M) fueron perpetrados por islamistas de Al-Qaeda. Diez bombas explotaron simultáneamente en tres estaciones: Atocha, El Pozo del Tío Raimundo, Santa Eugenia y en la calle Téllez, a quinientos metros de la estación de Atocha, entre las 7.37 y las 7.39 de la mañana. Hubo ciento noventa y dos muertos, entre ellos, seis ecuatorianos, y más de dos mil heridos, setenta y cinco de los cuales eran ecuatorianos. Juan Valdano dedica su novela «a la memoria de aquellos emigrantes ecuatorianos que fallecieron en Madrid durante el atentado terrorista del 11 de marzo del 2004» (Valdano, 7).

 

  1. Como madre soltera, abandonada por su compañero, ya vivió el oprobio de tener que ir a dar a luz en un país vecino en circunstancias de miseria para borrar la ignominía de la situación dentro de una sociedad conservadora y tradicional (Valdano, 93).

 

  1. De cada cuatro ecuatorianos uno ha vuelto al país entre 2005 y 2010. El 46 % de ellos regresan de España. El saldo migratorio es positivo en los años 2009, 2011, 2012, 2013. HERRERA MOSQUERA, Gioconda, MONCAYO, María Isabel, ESCOBAR GARCÍA, Alexandra, Perfil migratorio del Ecuador 2011, Organización Internacional para las Migraciones, 2012, p. 49, p. 51; INEC, «Entrada y salida de ecuatorianos y extranjeros (periodo 2008-2013)», Migración 2013, en línea, http://www.ecuadorencifras.gob.ec/migracion-2013/, consultado el 20/11/2014. Después de la llegada al poder de Rafael Correa en el 2007, la Constitución del 2008 reconoce a los migrantes derechos específicos y el gobierno elabora una política favorable al retorno. Les da la posibilidad de importar bienes de equipo y vehículos personales sin pagar derechos de aduana y, sobre todo, la creación del «Fondo Cucayo», gracias al que los expatriados que desean reinstalarse en Ecuador pueden beneficiarse de fondos públicos a la altura del 25 % de sus inversiones, constituye una incitación positiva para decidirse a volver al país. En 2008-2009, 12 000 personas se aprovecharon de esta medida y 35 000 estaban atendidas para efectuar el retorno. KOLLER, Sylvie, «Équateur: la politique des droits», op. cit., pp. 69-72; Idem, «Équateur: l’invitation au retour», Caravelle, n° 91, 2008, pp. 87-99; GONZÁLEZ, Olga L., «Les migrants, sujets de la mobilisation? L’expérience des migrants équatoriens dans la crise espagnole à la fin des années 2000», Cahiers ALHIM, n° 22, 2011, párrafo 14.

 

  1. Esta expresión se toma del título de la novela picaresca de Jerónimo de ALCALÁ YÁÑEZ Y RIVERA, «El donado hablador. Alonso, mozo de muchos amos» (1624), Novelistas espanoles posteriores a Cervantes, Madrid, Ediciones Atlas, 1946, pp. 491-584, BAE 18.
footer#footer { background: #11283a; }