Su administración estuvo a cargo del ex FONSAL -actual Dirección Metropolitana de Cultura. En los años 80, Leon Doyon hizo una prospección del lugar en el marco de su tesis de Phd, pero la investigación más detallada del yacimiento la realizó María del Carmen Molestina en el 2004.
Este sitio es una necrópolis precolombina cuya ocupación fue fechada entre los años 200 y 600 d.C. No obstante, en las proximidades del yacimiento, se habría identificado una casa del Formativo fechada en el 2 000 a.C., lo cual evoca una presencia humana mucho más temprana en la zona.
Las sepulturas se encuentran actualmente bajo techo, y su reconstitución se puede observar desde una pasarela de madera. Al lado de este conjunto, se encuentra el museo como tal, el cual exhibe una muestra de las piezas halladas en las tumbas. Las explicaciones sobre el sitio están a cargo de guías; un material audiovisual está asimismo a disposición de los turistas, quienes, si están de suerte –como fue el caso aquí- pueden también beneficiarse directamente de una visita guiada protagonizada por María del Carmen Molestina en persona:
Tal como lo atestiguan las fuentes etnohistóricas de la Colonia temprana, la zona de La Florida formaba parte del señorío del cacique “Pillajo e Ipia”, el cual se extendía hasta Cotocollao. Ipia formaba parte de un grupo de caciques principales pudientes que controlaban a caciques menores, y habrían basado su poder en el control de extensas redes comerciales. Del cacicazgo de Ipia dependía así el de Guamansara, que abarcaba la zona de Rumipamba, a cuyos talleres textiles estuvo eventualmente asociada La Florida. De hecho, en la actual comunidad de Santa Clara, todavía subiste el apellido “Guamansara”.
Estos caciques se aliaron a los Españoles con la intención de expulsar a los Incas de su territorio, por lo que, a manera de castigo, Rumiñahui los aniquiló en la quebrada de Pomasqui, cortándole la cabeza a Ipia. Habría sido el grupo cacical de Ipia el que habría sugerido a los Españoles asentar la ciudad que querían fundar en las faldas del volcán Pichincha, por tratarse éste de un lugar protegido de las amenazas volcánicas.
El sitio de La Florida como tal es un cementerio planificado, con tumbas de pozo profundo. En superficie, estaba cubierto por un bohío.
La reconstitución de la tumba que se puede observar actualmente en el yacimiento da cuenta de dos niveles: el más profundo –y el más antiguo también- cuenta con cuatro individuos. Sobre este nivel, se presenta otro, subdivido a su vez en dos: una primera fila de seis individuos, sobre la cual reposan esteras sostenidas con palos que sirven de base a otra hilera de seis individuos sobrepuesta a la primera. Los difuntos se encontraron sentados, con las piernas dobladas, las manos en el pecho y envueltos en un fardo funerario.
Al parecer, las tumbas fueron cavadas con palos puntiagudos de madera de 45 cm de largo aproximadamente. La tierra cavada se retiraba con la ayuda de canastas.
Entre los individuos del nivel más profundo, se identificó a un hombre con un saco de concha Spondylus y con hernia discal, por lo que se sugiere que se trataba de un comerciante. La concha Spondylus era un elemento sagrado para las culturas precolombinas de los Andes, con una fuerte carga ideológica. Así, al tratarse de un ámbito funerario, el registro arqueológico del sitio La Florida está atravesado por una serie de elementos que reflejan la cosmovisión de la cultura a la que pertenecían los difuntos.
La noción de cuadripartición por ejemplo se halla presente a través de la recurrencia del motivo de la cruz representado en los platos de los ajuares, así como en la disposición de los difuntos del nivel más profundo de la cámara funeraria. Se observó además que las tinajas estaban recubiertas de hematites, minerales férreos provenientes de lagunas no perennes (en este caso, Iñaquito muy probablemente). Para Molestina, la proveniencia de este mineral y su uso en tinajas destinadas a ajuares funerarios denotan una carga simbólica relacionada con la fertilidad y el ciclo de la vida. Adicionalmente, la ubicación del sitio La Florida se explicaría desde un punto de vista simbólico por el carácter sagrado de la montaña, morada de los dioses. Más que de shamanes vinculados a esta ritualidad, María del Carmen Molestina prefiere hablar de un grupo sacerdotal, noción que implica una doctrina y una organización que según ella están claramente representadas en el registro arqueológico de La Florida. Se plantea además que el aspecto religioso y sagrado de La Florida se vincula con las prácticas agrícolas de quienes ocuparon el sitio. En efecto, la tierra que fue utilizada para tapar las tumbas no es la cangahua que predomina en los alrededores del sitio, sino una tierra fértil al parecer trasladada desde otro lugar. Se recalca luego que los campos de cultivo eran sagrados para estas culturas.
Desde otro punto de vista, el ajuar contenía compoteras y tinajas, entre las cuales el microbiólogo Javier Carvajal obtuvo una muestra de levaduras hasta ese momento desconocidas en el mundo científico, que le permitió además recrear una “chicha precolombina” distinta a las que se conoce en la actualidad, en particular por lo que se le agregaban hierbas. Al parecer, el maíz de esa chicha (jora de maíz) provenía de Chillo.
Así, la cultura que ocupó el sitio de La Florida da cuenta de un control total de su entorno ecológico: sus habitantes conocían perfectamente los lugares idóneos para ubicar sus asentamientos, especialmente de cara a posibles amenazas naturales tales como inundaciones o erupciones volcánicas, y al acceso a recursos claves. Entre la dieta de esta cultura, aparecen la papa, el chocho, el melloco, la quinua. Se consumía también ciervo y sacha cuy aunque estos dos últimos elementos formarían más bien parte de comidas “de estatus”. Se sugiere que el espacio habitacional asociado a quienes ocuparon el sitio La Florida podría estar ubicado más arriba, hacia el Pichincha.
Por otra parte, en el museo de sitio, se aprecian muestras de vasijas, fragmentos de textiles, tinajas, cajas de llipta, túnicas mortuorias con madre perla, caracoles…
Molestina plantea que las poblaciones que ocuparon la zona comprendida entre la quebrada de Rumipamba hasta Nariño conforman un solo grupo cultural, motivo por el cual la Cédula Real de 1573 consideraba a esta zona como una sola jurisdicción administrativa. Si bien es cierto que las crónicas mencionan los nombres de las culturas Caranqui, Cayambi y Quitu, el registro arqueológico da cuenta de una homogeneidad cultural que apoya el uso del término “Sierra Norte” en referencia a estas manifestaciones.
Lo cierto es que La Florida es un sitio que muchos Quiteños seguramente no conocen, pero que es sin duda alguna emblemático para entender nuestro origen. Resulta curioso que a pesar de ser la capital de la República, el pasado precolombino de Quito y su región haya sido relativamente poco estudiado en comparación con otras zonas del país (Manabí por citar un ejemplo). Es de esperar que las autoridades culturales locales y nacionales tomen cartas en el asunto para fomentar en mayor medida la investigación de esta zona.