Por Catherine Lara (2008)

Chavín, también conocida como la primera civilización andina (Burger et al., 1990: 85), o cultura madre de los Andes precolombinos (Patterson, n/d: 29), encarna sin duda alguna un fenómeno cultural que tuvo al parecer un impacto comparable al de los horizontes Wari e Inca en el mundo andino (Mason, 1968: 43). Sin embargo, poco se conoce de Chavín, quizá porque su descubrimiento es relativamente reciente: Julio Tello fue efectivamente el primer arqueólogo en identificar a Chavín como unidad cultural (Lathrap, n/d: 73), en base al descubrimiento del sitio homónimo en la sierra norte peruana (1919), en el cual reconoció rasgos que había identificado anteriormente en la costa peruana (Tello, 1943: 135).

Posteriormente, esta unidad cultural llegó a difundirse bajo el nombre de “horizonte Chavín”, en base a la definición del concepto de horizonte propuesta por autores como Willey, quien lo define como agrupación de culturas cerámicas cercanas cronológicamente y relacionadas entre ellas a nivel geográfico. Los parecidos entre componentes regionales de un estilo son definidos en base al análisis de rasgos específicos. En el caso de Chavín por ejemplo, un rasgo compartido por distintos componentes regionales es el tema del felino representado con colmillos y garras prominentes (Tello, 1943: 49).

El presente trabajo se propone sintetizar los principales rasgos culturales sobresalientes del horizonte Chavín (ubicación, arquitectura, arte, iconografía), así como las diversas problemáticas suscitadas por su estudio, a saber, sus orígenes y la naturaleza de su expansión.

Desde un punto de vista cronológico, Chavín se desarrolló a lo largo del periodo inicial y el horizonte temprano (Patterson, n/d: 29). En términos geográficos, el horizonte Chavín ha conocido una amplia difusión, tanto en la costa como en la sierra de Perú (Tello, 1943: 139). Se habla inclusive de influencias que llegaron hasta culturas tan remotas cronológica y geográficamente como el austro y el oriente ecuatorianos (Tello, 1943: 154; Lathrap, n/d: 92; Meyers y Bruhns, en Salazar 2004: 60).

En la Costa, se conocen dos centros de fuerte influencia chavín, que se desarrollaron desde el periodo inicial tardío: Ancón y Casa de la Luz (valle del Supe). Según la evidencia encontrada, se trataba de pueblos pescadores y alfareros, que practicaban el intercambio con los valles aledaños y edificaban centros ceremoniales con pirámides y plataformas. A lo largo del horizonte temprano, las variantes regionales del estilo Chavín se hacen cada vez más palpables, a la vez que se perfilan una complejización y afirmación de los señoríos locales, también en los valles de los ríos Rimac y Lurín (Patterson, n/d: 32-36).

Por su parte, el foco serrano de Chavín se encuentra en la sierra norte de Perú, en el sitio de Chavín de Huántar, ubicado a 3150 msnm (Burger et al., 1990: 85), entre los ríos Mosna (afluente del Marañón) y Wacheksa (Moseley, 2001: 163). Este medio es adaptado al cultivo sin irrigación, debido a la abundancia de precipitaciones, y está estratégicamente ubicado, ya que se encuentra en el cruce de zonas de montaña, “yungas” y tierras templadas (Burger, 1984: 6).

Los complejos arquitectónicos de Chavín de Huántar son considerados como los cánones por excelencia del estilo Chavín en ese ámbito. En efecto, más que por sus dimensiones, el sitio llama la atención por el refinamiento de las técnicas que rigieron su construcción (Moseley, 2001: 168).

En términos generales, el patrón arquitectónico chavín se caracteriza por la presencia de plazas en “U”, plataformas y pirámides con galerías subterráneas alimentadas por conductos de ventilación (Lumbreras, n/d: 8). En algunas de ellas aparecen ídolos de piedra, tales como el famoso “Lanzón” o la no menos conocida estela Raimondi, grabados con representaciones de seres míticos de rasgos humanos y zoomorfos (Bákula et al., 1994: 32).

Otras figuras características son las cabezas humanas con rasgos de felinos colocadas en los muros de las estructuras (conocidas como “cabezas clava”) (idem), así como obeliscos (Tello 1943: 135).

Se ha evidenciado que varios de los edificios de Chavín de Huántar han sido reconstruidos a lo largo de las diversas fases de ocupación del sitio. La primera de las tres etapas arquitectónicas identificadas por Lumbreras se caracteriza así por el uso de piedras pequeñas, mientras que en la segunda y tercera, aparece una alternancia de piedras de diversos tamaños (Lumbreras, n/d: 8). En base a estudios recientes, Rick identificó no obstante nada menos que quince fases de ocupación y construcción paulatinas del sitio (en Burger, 2008: 693).

En la Costa, estos rasgos son recurrentes, aunque el material de construcción no es piedra, sino ladrillos hechos de lodo secado (Tello, 1943: 135). Existen pocas huellas de conjuntos habitacionales, siendo más recurrentes los contextos funerarios (idem: 150).

En el ámbito de la infraestructura agrícola, se sabe que existían sistemas hidráulicos incipientes en Chavín: efectivamente, la mayoría de asentamientos parece haberse ubicado en la desembocadura de los ríos, aprovechando así directamente de los recursos de este tipo de ecosistema (Mason, 1968: 53). El maíz se introduce entre el 900 y 800 a.C. (idem), aunque no parece haber desempeñado un papel fundamental. Fuentes importantes de subsistencia eran la calabaza, el aguacate, el maní, la yuca, tubérculos varios y camélidos (ibidem).

En lo que se refiere a la cerámica, se considera que las botellas de asa de estribo son una forma emblemática de la alfarería chavín (Bákula, 1994: 32).

Lumbreras definió cuatro estilos cerámicos característicos de Chavín en base al estudio que llevó a cabo en el sitio de Chavín de Huántar. Identifica así a dos estilos ceremoniales: Rocas y Ofrendas (denominados de acuerdo a los nombre de los recintos del complejo en que se los encontró, siendo el estilo Rocas anterior a Ofrendas). Se trata de una cerámica fina, de tonos oscuros, y caracterizada por la presencia de ollas globulares, decoración excisa y pulido (Lumbreras, n/d: 13). Lumbreras habla además de los estilos Wacheqsa (cerámica roja principalmente) (idem: 20) y Mosna (dicromática) (ibidem: 25).

La cultura chavín marcó un hito tanto en el ámbito de los textiles como en el de la metalurgia (Burger et al., 1990: 85). Chavín se caracteriza efectivamente por una industria textil innovadora, que experimentó con varias técnicas, generalizando por ejemplo el telar de mano y el uso de varios tipos de materiales y tintes en la elaboración de las piezas textiles.

Se considera además que Chavín fue la primera cultura en generalizar el uso del oro para trabajar adornos finamente decorados. En la costa norte especialmente, se han encontrado colgantes, pectorales, coronas, narigueras, aretes, placas, plumas de tocados… Piezas generalmente halladas en contextos funerarios como es en el caso en Chongoyape (Valle de Lambayeque), en Cerro Corbacho (valle Zaña), o en Kunturwasi (valle de Jequetepeque). Predomina el trabajo de la hoja dorada, la cual era decorada según las técnicas del repujado, la cinceladura o enchapado (Bákula, 1994: 32).

Los motivos representados a través de la escultura, la cerámica, los textiles o los metales dan cuenta de una iconografía particular y notablemente compleja que se volvió característica a Chavín. Ésta se destaca por las figuras de felinos, de caimanes, rapaces o de formas antropomorfas estilizadas (Bákula, 1994: 32; Tello, 1943: 135). Se observa a menudo la aplicación del principio simbólico de la condensación en la iconografía chavín, esto es, la incorporación de distintos miembros de diversas criaturas dentro de un ser mítico quien reúne así los rasgos de los animales en él representados.

Debido a su complejidad y peculiaridad, la iconografía chavín ha inspirado diversos estudios y análisis, entre ellos, los de Rowe, quien propone una interpretación basada en los contextos funcionales y cronológicos de los datos (1968: 72). En términos generales, Rowe establece que la iconografía chavín se caracteriza por ser representativa, simétrica y lineal (idem: 77). Su complejidad se debe especialmente a la aplicación del principio de los kennings, o “comparaciones por sustituciones” a nivel estilístico (ibidem: 78). La dificultad estriba en que los significados de estas comparaciones escapan desde luego al investigador actual. Un ejemplo clásico de este principio se encuentra en la representación de la cabeza humana chavín clásica, que presenta serpientes en vez de cabello (Rowe, 1968: 80). Desde este punto de vista, Rowe plantea no obstante algunas interpretaciones posibles, al señalar por ejemplo que la representación de los felinos podría figurar una fuerza simbólica, aunque en comparación con los dioses sonrientes y de los báculos, ocupan claramente un papel secundario (idem: 83).

Ahora bien: es innegable que los rasgos anteriormente descritos se encuentran a lo largo de un amplio espacio geográfico, lo cual permite hablar de un fenómeno cultural chavín. ¿En dónde se originó y a qué se debe su expansión? Si bien no se han encontrado todavía respuestas íntegramente satisfactorias a estos planteamientos, varias propuestas orientadas en ese sentido han sido formuladas en ese sentido. A continuación sintetizamos algunas de ellas.

Casi siete décadas han sido necesarias desde el descubrimiento de Chavín para inferir una primera cronología de su cultura. Antes de la generalización del Carbono 14, se había hecho un intento a través de seriaciones y estratigrafías, pero la alteración de los contextos no permitió llegar a propuestas sólidas, creando así una serie de debates acerca del proceso de origen y de expansión del horizonte chavín. Luego de su generalización en la arqueología, la técnica del Carbono 14 tampoco pudo ser aplicada enseguida: conseguir muestras lo suficientemente fiables no fue fácil. Al fin, en los años 80, Burger fue el primero en realizar una propuesta fundamentada en fechas radiocarbónicas sacadas de muestras obtenidas en el sitio de Chavín de Huántar (Burger, 1981: 592). Burger estableció así que el sitio había conocido tres fases principales de ocupación: la fase Urrubariu (desde el 820 a.C. hasta el 450 a.C.), la fase Chakinami (450 a.C. a 390 a.C.) y la fase Janabarriu (390 a.C. al 200 a.C.) (idem: 595). Esta contribución de Burger significó un reajuste de las fechas que hasta ese momento habían prevalecido para el horizonte Chavín, y que lo situaban en fechas mucho más tempranas (hasta 1 500 a.C. en Bákula 1994: 32), partiendo de la idea de Tello, según el cual el sitio de Chavín de Huántar era el punto originario del fenómeno chavín.

No obstante, los estudios de Burger establecieron además que los sitios costeros de Haldas, Caballo Muerto, Ancón y Garagay, son anteriores a Chavín de Huántar: entre 1200 y 900 a.C., los cuatro prosperaban ya (Burger, 1981: 599).

En base a una revisión de los cánones estilísticos de Chavín, Burger señala que si bien existen parecidos entre los sitios de la costa y el sitio de Chavín de Huántar, éste presenta particularidades que no aparecen en la costa: independencia del complejo ceremonial, nuevos conjuntos de motivos y patrones estilísticos, representativos del templo y su elite. Siendo así, Burger plantea la posibilidad de la aparición de la ideología chavín en las tierras bajas tropicales (idem: 600).

Tomando en cuenta la ubicación del sitio de Chavín de Huántar en los afluentes del alto Amazonas, Tello había señalado ya que existían similitudes entre la cerámica chavín y los estilos encontrados en los diversos sitios de los ríos Marañón, Huallaga y Ucayali (Tello, 1943: 135, 152).

Lathrap retomará más tarde esta idea al plantear que la cristalización de Chavín como unidad cultural ocurrió muy probablemente en la Sierra norte de Perú o en sus estribaciones orientales (Lathrap, n/d a: 74). Fundamenta su argumentación en análisis estilísticos comparativos (cerámicos fundamentalmente), indicando que los felinos y las serpientes de la iconografía cerámica chavín son en realidad jaguares y anacondas (elementos de las tierras bajas tropicales) (ibidem: 75). Por lo tanto, se sugiere que Chavín se inspiró de alguna cultura tropical que ya dominaba la representación de estos motivos, o que Chavín mismo tiene su origen en esta zona (Lathrap, n/d a: 77).

Lathrap hace además un análisis de la iconografía del obelisco Tello y concluye que representa elementos propios de medios tropicales bajos, en donde se habría originado posiblemente la agricultura (yuca, ají, caimán) (Lathrap, n/d b: 32).

Por otro lado, según los resultados presentados por Lathrap, un poco antes de que aparezca el horizonte Chavín, la cerámica de los Andes orientales de las tierras bajas, similar a la que aparecería luego en Chavín, era al menos mucho más trabajada que la que se estaba elaborando en la costa en ese momento. Esta cerámica, conocida bajo el nombre de Tutishcainyo, caracterizaba un área cultural común, que ocupaba territorios situados entre la sierra y las estribaciones orientales entre la actual frontera entre Ecuador y Perú (Lathrap, n/d b: 97).

Más allá de su(s) orígenes, otro tema de debate fundamental en torno a Chavín consiste en la naturaleza de su expansión. ¿Cómo fue posible que culturas locales aparentemente distintas adopten los rasgos culturales característicos de Chavín, a lo largo de un proceso que no demuestra las más mínimas señas de belicosidad? Dos hipótesis principales se destacan al respecto. Como veremos, la primera se inclina a favor de una visión religiosa e ideológica de Chavín, mientras que la segunda promueve una perspectiva política, la cual explicaría los niveles de expansión alcanzados por el horizonte chavín.

Los estudiosos de Chavín son unánimes en declarar que el sitio de Chavín de Huántar fue un centro religioso (Bákula et al., 1994: 32; Burger et al., 1990: 95; Mason, 1968: 43; Renfrew y Bahn, 1996: 392). De hecho, se señala que hasta la llegada de los españoles, Chavín seguía siendo un centro de peregrinaciones (Burger, 2008: 681; Lumbreras, n/d: 1).

Moseley sugiere que el denominado “castillo” de Chavín de Huántar fue el principal atractivo de estas peregrinaciones, a partir del cual se habría difundido el culto al dios sonriente, especialmente en épocas tardías, en la fase Janabarriu (400-200 a.C.) (Moseley, 2001: 169).

Independientemente de su origen serrano, costeño o amazónico, Mason sugiere que Chavín fue probablemente un estilo artístico que se expandió simultáneamente con un nuevo tipo de religión (1968: 43). Propuesta fundamentada en la recurrencia de motivos asociados al horizonte Chavín, tanto en la Sierra como en la costa, visibles especialmente en el arte textil costanero (Conklin, en Moseley 2001: 170). Estos motivos se refieren principalmente a las representaciones de dos divinidades omnipresentes en el horizonte chavín: el “dios sonriente” y el “dios de los báculos”, en lugares alejados del sitio de Chavín de Huántar (Patterson, n/d: 41).

Makowski (1997: 516) indica que este fenómeno religioso habría conocido diversas etapas, pero a lo largo de su desarrollo, se mantuvieron principios de dualidad (dioses que representan el mundo de arriba, el de abajo), los ancestros, los astros, las divinidades tutelares o zoomorfas. Por su parte, Burger recalca que la ubicación de Chavín de Huántar en el cruce de varios ríos (“tinkuy”) cobra en este contexto un significado sagrado, sin perder de vista el valor ritual otorgado a los cerros dentro de la cosmología andina en general (Burger, 2008: 684)

Un fenómeno de adhesión al parecer masivo a los preceptos religiosos de este culto se habría originado en pleno periodo inicial tardío, convirtiéndolos luego en un fenómeno “pan-peruano”. A nivel regional, el grado de aceptación regional de este culto se reflejó en la recurrencia más o menos fuerte de los motivos religiosos en la cerámica o la arquitectura (Patterson, n/d: 43).

Para Patterson, proponer que el fenómeno chavín fue esencialmente de naturaleza religiosa parece lógico. No obstante, se trata de un planteamiento que releva más bien de la observación, y que no explica ni los orígenes ni el mecanismo de difusión del culto (n/d: 42). ¿Por qué grupos culturales distintos habrían decidido adherir a un tipo de ideología preciso?

La mayoría de propuestas de un horizonte religioso fueron hechas antes de que las dataciones establecieran la anterioridad de los sitios chavinoides costaneros en relación a los de la Sierra, lo cual excluye la posibilidad de que el horizonte chavín se haya originado en Chavín de Huántar. En último término, es aún posible mantener la “hipótesis religiosa”, estableciendo que el origen de esta ideología se dio en la costa, o para retomar la hipótesis de Lathrap, en las tierras bajas orientales. Lo cierto es que la cronología propuesta por Burger originó una propuesta alternativa a la explicación religiosa.

Burger señala que durante el siglo IX, el sitio de Chavín de Huántar probablemente coexistió con sitios mayores de la costa, como Garagay y Caballo Muerto, pero entre 390 y 200 a.C., éstos decayeron y Chavín de Huántar llegó a adquirir importancia, especialmente en la fase Janabarriu, que fue su apogeo, tal como lo evidencian el florecimiento arquitectónico y las huellas de intensas actividades de intercambio (Burger, 1981: 600), consecuencia y causa de una organización socio-económica estratificada que otorgaría a Chavín de Huántar el estatus de centro cívico (Burger et al., 1990: 85). Lo cual retoma una idea muy comúnmente promovida en Perú, y según la cual los primeros centros urbanos se fueron creando en torno a y gracias a la actividad de los centros ceremoniales.

Lumbreras desarrolla la propuesta de Burger, al proponer que el horizonte chavín fue un movimiento de carácter político o religioso que floreció entre el 500 a.C. y el 100 a.C., a partir de una coyuntura regional de desarrollo que se benefició de la intensificación de los contactos interregionales (Lumbreras, 1981: 192). Así, la combinación entre el desarrollo agrícola y el excedente marino favoreció la aparición de urbes con especialistas y sacerdotes consagrados a la realización de calendarios agrícolas, lo cual a su vez permitió el surgimiento de sociedades complejas dirigidas por élites urbanizadas (idem: 184; 189). Esta coyuntura de desarrollo socio-económico y de redes de intercambio habría asimismo favorecido la circulación de ideologías y sería dentro de este contexto que el horizonte chavín se habría definido como tal. Recordemos además que el sitio de Chavín de Huántar se caracteriza por una posición estratégica de contacto entre diversas regiones y pisos ecológicos, por lo cual su auge tardío podría ser percibido como el nivel de expresión máxima alcanzado por este fenómeno cultural. No se descarta que su auge haya sido posible también mediante la recaudación de un tributo a los peregrinos (Moseley, 1984: 169).

A manera de conclusión, cabe recalcar que el fenómeno chavín ejemplifica claramente los beneficios de los progresos técnicos y teóricos en aplicación a la arqueología. Así, el Carbono 14 permitió una mejor definición de la cronología chavín, dando paso a modelos explicativos más precisos acerca de la naturaleza cultural de Chavín. Desde luego, las primeras propuestas realizadas hasta aquí no resuelven aún muchos de los aspectos planteados por Chavín, pero la realización de estudios actuales en la zona de influencia chavín así como en otras regiones aportará sin duda alguna resultados significativos para el conocimiento de este hito cultural andino.

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