Augustine Catherine Contoux, compañera de Montalvo en Paris, nombre para las letras ecuatorianas

Vigía de la Torre Eiffel

Augustine Catherine Contoux, compañera de Montalvo en Paris, nombre para las letras ecuatorianas

Por el Dr. A. Darío Lara

Hace algunas semanas se extinguió en Madrid, Francisca Sánchez del Poso la hija del jardinero del rey de la Casa del Campo que, en la primavera de 1809 cautivó el corazón del poeta de 32 años, Rubén Darío y fue, hasta la muerte del gran hispanoamericano o, por lo menos hasta su último viaje a América en 1914, la compañera fiel a la que inmortalizó en aquellos versos de “Los años de Mundial”:

 

“Francisca, tú has venido

en la hora segura;

………………………..

Francisca Sánchez

acompáñame”;

 

versos firmados, precisamente, en París, el 21 de febrero de 1914 y que hoy los repetimos llenos de emoción.

En la revista “Cuadernos Hispanoamericanos” del mes de marzo de 1963, Oscar Echeverría y, en el número de julio, Irina Darlée, nos han evocado el recuerdo de aquella mujer que tan íntimamente estuvo ligada a la vida de Rubén Darío y cuyo nombre pertenece hoy a la historia de las letras hispanoamericanas.

Irina Darlée, con lujo de detalles, nos refiere su visita, en el hospital San Juan de Dios de Madrid, “a la castellana fiel de Rubén Darío, en una tarde dominguera y soleada”. La encontró entonces; “sola, con un vestido negro y pañuelo blanco, a la usanza de las viejas campesinas de Castilla” y en diálogo sencillo, sabrosísimo, nos recuerda a esa “mujer que ha inspirado los más sublimes versos de Rubén Darío y le ha dado varios hijos”. Ya en sus 88 años, en vísperas de su muerte evoca la figura del poeta amado y sencillamente confiesa: “Siempre aparece por todas partes donde quiera voy. Desde el primer día que le conocí, aquellas dos almas fueron una…”. Y la anciana admirable llora con tales recuerdos.

Sabemos que Francisca Sánchez se casó después de la muerte de Rubén Darío. Recordando lo que ella llama sus dos “casamientos”, dice: “La primera vez a mí me llevó el amor, el corazón. La segunda vez, la religión… De Rubén Darío heredé la poesía, de mi otro marido, la Santa Cruz”.

Echeverría en su bello artículo: “Francisca Sánchez o la eternidad del amor se refiere también, en primer lugar, a su visita del “Seminario-Archivo” del poeta, en Madrid, en donde es “fervoroso centinela de la memoria” de Rubén Darío, su director, Antonio Oliver Belmas, que nos ha dado últimamente su libro: “Este otro Rubén Darío”. (Editorial Aedos; Barcelona, 1960). Luego Echeverría nos relata su visita del 30 de marzo de 1963, a Francisca Sánchez. Nos pinta el ambiente que le rodeaba y el vivo recuerdo que guardaba de Rubén Darío, de quien “hablaba como si le tuviera, en sus brazos, y hasta cierto punto se creía ser aún el lazarillo de Dios en mi sendero…”.

Ponderando esta fidelidad, añade Oscar Echeverría: “Francisca Sánchez tuvo la riqueza del amor de Rubén por sólo quince años; desde la muerte del poeta lo ha estado esperando cuarenta y cinco años. ¿Hay en la historia de la humanidad, y aún en la novelística de todos los tiempos, un personaje que exhiba una renunciación, una fidelidad tan grandes…?”

Al revelar hoy para las letras ecuatorianas el nombre de una francesa que tiene su puesto junto al de Francisca Sánchez, quiero con este artículo contestar afirmativamente a Oscar Echeverría. No era vano – tal vez con exceso de detalles – he recordado la figura de la castellana fiel que dulcificó las horas amargas, los días grises del poeta de “Azul”, hoy que tengo el privilegio de descubrir el nombre de Augustine-Catherine Contoux quien sin duda, mitigó también la acerbidad de las horas, de los largos días del destierro, hasta la muerte, de Juan Montalvo.

Augustine-Catherine Contoux fue la joven francesa que debió haber cautivado el corazón de Juan Montalvo; que le acompañó solícita y, a él que tanto amaba a los niños (no olvidemos aquellas páginas admirables: “los niños son en la tierra lo que las estrellas en el cielo: inocentes, puros brillantes. La casa donde no hay niños es triste, solitaria, casi lúgubre…”), le dio aún la alegría de la descendencia, en París. Le acompañó finalmente, hasta sus últimos momentos y, después de la muerte de Montalvo en 1889, a diferencia de Francisca Sánchez, no pensó ya en formar un nuevo hogar, en los largos sesenta años que siguieron y en los que guardó fielmente el recuerdo del que fue, tal vez el único amor de su vida, hasta su muerte en 1949, a los 91 años de edad.

Después de haberme ocupado del hijo de Juan Montalvo, en mi artículo del 1ro de marzo último, natural es que me refiera a esta noble mujer, cuyo nombre ha sido ignorado en el Ecuador.

Como se recordará, Juan Montalvo vino a Francia por tres ocasiones. En 1857, calidad de Secretario de nuestra Legación en París. La segunda vez en 1869-1870, como desterrado político, así como la tercera vez, en 1881 hasta su muerte. Augustine-Catherine Contoux nació en 1858, es decir, tenía 23 años cuando Montalvo llegó a París en 1881. ¿Cuándo y cómo se conocieron? Sus primeras relaciones deben situarse hacia 1882 o 1883. Conocemos ya que Jean nació en 1886. De todos modos, no pudieron haberse conocido y pasado juntos más de seis o siete años.

Tengo en mis manos la partida de nacimiento de la señora Contoux, gracias a la gentileza del Alcalde de Granat-sur Engievre, poblacioncita del Departamento del Allier, en el centro de Francia. La traducción de dicho documento es la siguiente: “Año de 1858 – Acta N°24 – El diez y siete de Octubre de mil ochocientos cincuenta y ocho, nació en el pueblo Augustine-Catherine Contoux, de sexo femenino de Francisco Contoux sastre y de María Reverdy, su esposa, domiciliados en el pueblo de esta comuna. – Mención al margen: Muerta en París, 10, el 6 de enero de 1949. Partida conforme al registro, otorgada en la Alcaldía, el dos de marzo de mil novecientos sesenta y cuatro…”.

Nadie mejor que su hijo Jean, quien como veremos después le acompañó hasta sus últimos días, podrá darnos detalles de la vida de su madre. A él citaré luego. En carta del 28 de noviembre me ha enviado una nota de la que extraigo estas líneas “Mi madre, nacida el 17 de octubre de 1858 en Garnat (Allier) falleció en 1949, en París en mi casa, 104 calle del Faubourg Poissonnière. Estaba pues en sus 91 años. Sus exequias se celebraron en la iglesia de San Vicente de Paúl y la inhumación tuvo lugar en el cementerio de Pantin”.

“Después de la muerte de mi padre, ella debió muy pronto, ponerse a trabajar en su antiguo oficio de costurera, a veces penosamente, porque en esa época no existían las ventajas sociales. Pudo, sin embargo, no sin dificultad, permitirme proseguir mis estudios ayudada de tiempo en tiempo hasta mis quince años, por ecuatorianos de París: Víctor Manuel Rendón, los hermanos Seminario, Carlos Winter Cónsul General en París, en 1900; Ángel Miguel Carbo, su sucesor y, cuando venía a Francia, el Sr. Agustín Yerovi… Desde que el periodismo me procuró algunas ganancias yo le ayudé. Más tarde después de mi matrimonio, continué haciéndolo en medida de lo posible. No fue sino en 1927, cuando ya muy fatigada, consintió en venir a vivir en mi hogar, en donde se volvía siempre útil. Hasta sus últimos días su visita le permitía leer; escribir y coser sin anteojos. Había conservado una excelente memoria y guardado vivo el recuerdo de los años pasados con mi padre, pero no le gustaba hablar de ello”.

“Propiamente hablando, ella no murió de enfermedad. Estaba cansada de la existencia y no quería vivir más. Había soportado tres guerras: la de 1870-71, con el sitio de París y la Comuna; la de 1914-18, durante la que yo fui movilizado; la de 1939-45, con el éxodo, en el que el coche en que se hallaba con mi esposa fue bombardeado en la carretera. Y temía aún una cuarta guerra…”.

“Como muchos ancianos, no había podido adaptarse a las condiciones de vida después de la guerra y, sobre todo, al aumento constante de precios. Durante sus últimos meses se alimentaba apenas; pero, no guardó cama sino cuatro días, atacada de congestión pulmonar. Su fin, sin embargo fue apacible gracias a nuestro médico. No tuvo agonía y tranquilamente dejó de respirar”.

La señora Contoux y su hijo Jean, después de la muerte de Juan Montalvo, estuvieron en contacto con varios miembros de la colonia ecuatoriana en París y con funcionarios de la Legación y el Consulado. Luego de exponer las razones que madre e hijo tuvieron para suspender tales relaciones, Jean añade: “Fue a partir de dicho percance cuando mi madre no quiso hablar más, no oír hablar del pasado y se abstuvo de solicitar ninguna cosa a quién quiera que fuese, ni siquiera para permitirme proseguir mis estudios. Y sin mucho agrado recibió la visita del Sr. Olmedo Alfaro, hijo del General Eloy Alfaro, alumno a título de extranjero, de la Escuela Militar Saint-Cyr. Cuando salió de ella con el grado de subteniente, sirvió, durante uno o dos años, en el batallón de cazadores, en guarnición en el Fuerte de Vincennes. Habitaba frente al Fuerte y yo le iba a ver, contra el agrado de mi madre, casi todos los domingos en la mañana. Después de su partida de Francia, no tuvimos más relaciones con ningún ecuatoriano, ni siquiera a título privado…”.

Los años han pasado. Me referí últimamente al septuagésimo quinto aniversario de la muerte de Juan Montalvo, y sesenta años después la de Augustine-Catherine Contoux. El tiempo y la distancia separan estas dos tumbas. Sobre la del precario ambateño, como dijera en otra ocasión Hugo: “Se alza la gloria, astro tardío” y añadiré, sobre la tumba del popular cementerio de Pantin: “el tiempo duerme inmóvil…”.

Mencioné oportunamente que la vida de nuestro ilustre compatriota en París no es aún bien conocida. Y hasta me parece incomprensible el que valiosos escritores ecuatorianos que residieron en esta ciudad hayan manifestado tan poco entusiasmo para aclarar varios puntos de aquella biografía.

¿Cuál es, por ejemplo, la calidad y la cantidad de su colaboración en “El Figaro”? Son algunos de los temas que ocuparán mis próximas investigaciones.

Creo que la publicación de todos aquellos documentos servirá para el mejor conocimiento de la obra de Juan Montalvo. He presentado hoy asuntos que pertenecen exclusivamente a su vida privada la misma que merece todo nuestro respeto y comprensión -, deseoso de esclarecer la biografía de tan brillante personalidad que se destaca, recordando un bello pensamiento de Madame de Stael, por: “la superioridad del espíritu y del alma… Y porque comprenderlo todo vuelve muy indulgente y sentir profundamente inspira una gran bondad…”.

París, a 25 de marzo de 1964

(Tomado de “El Comercio) – Año LIX Número 21 741

Quito, Ecuador, Domingo 12 de abril de 1964.

 

footer#footer { background: #11283a; }