Por Claude Lara Brozzesi (In Revista France Ecuador, N. 2, 1999, p. 33-46)
Seguramente que una de las mejores formas de demostrar la fascinación del doctor José María Velasco Ibarra por la cultura francesa es, primeramente, reproduciendo el discurso del Embajador de Francia en el Ecuador, señor Pierre Denis (1) , cuando condecoró al Presidente del Ecuador con la Gran Cruz de la Legión de Honor, el 10 de febrero de 1955, y a quien nuestro Presidente de la República contestó con esas palabras iniciales:
«Señor Embajador:
Tiene la dignación el Gobierno francés de conferirme por medio de su ilustre Embajador en Quito, la Dignidad de Gran Cruz de la Orden Nacional de la Legión de Honor, fundada por Napoleón Bonaparte. No la merezco. Sin embargo, he deseado poseerla con el mayor estímulo en los esfuerzos de la vida y como coronación a mi amor a Francia. He amado siempre a Francia. La amo cada día más.»(2)
Luego, con dos textos cortos escritos en 1931 y 1932, en París: «La mujer francesa» y «Civilización francesa» (3), mientras seguía cursos de vacaciones en la Sorbona sobre civilización francesa, descubriremos cómo nos revela su admiración, inalterablemente mantenida por la cultura francesa:
«Francia, Francia, un hombre notable de la América del Norte dijo que todo hombre debe tener dos patrias: la propia, la del nacimiento, y la ofrecida por tu espíritu y suelo generosos. La Patria propia nos da la vida y el pan, el apoyo y la protección indispensables para que el pensamiento estalle. Pero, tú das al pensamiento la elevación y la claridad necesarias para que la vida se ennoblezca. Por esto, hay quienes después de amar su Patria, te consagran a ti un amor agradecido y profundo. Tú das hospitalidad a los que son víctimas de los tiranos repartidos por el mundo. Tu afabilidad hace que el extranjero casi no sienta la ausencia de su tierra… Tú eres una armonía humana. Arte y ciencia, espíritu y materia, ascetismo y alegría mundana, todo en tu suelo vive y prospera. Tú respetas la tradición, tú estás a la cabeza del progreso. Por esto, los que vienen a visitarte lo hacen con fervor, y los que de ti se alejan sienten que les muerde la melancolía.» (4)
(1) Pierre Denis: «Francia y el Gobierno Ecuatoriano», Talleres Gráficos Nacionales. Quito-Ecuador, 1955; 22 págs.
(2) ibid; pág. 7.
(3) «impresiones al pasar». Obras completas xv. imprenta y ediciones Lexigrama. Quito-Ecuador; págs. 63-65 y 72-75.
(4) «La Francia variada», ibid; págs. 102-103.
Discurso del señor embajador de Francia
Señor Presidente:
Por decreto de 14 de septiembre último, el señor Presidente de la República Francesa ha conferido a Vuestra Excelencia la dignidad de la «Gran Cruz de la Legión de Honor».
Gratitud al ilustre ecuatoriano
Francia ha querido manifestar, de esta manera, su gratitud frente al Ilustre Ecuatoriano que, a lo largo de su notable carrera de escritor y de político, no ha dejado de dar a mi País las pruebas más claras de una inalterable amistad. Ya durante la primera Guerra Mundial, el joven y brillante estudiante que era Vuestra Excelencia, haciendo suya la causa de Francia puso su ardiente pluma y su vibrante elocuencia, al servicio del Derecho.
Amigo fiel, denodado defensor de Francia
Poco después, siendo abogado en los tribunales de Quito y Presidente de la Federación de Estudiantes Ecuatorianos, el Doctor José María Velasco Ibarra publicó su primer libro: «Francia y sus aliados frente a la Razón y a la Historia».
Luego, siguieron contactos personales con Pensadores Europeos y austeros estudios en la Sorbona, en el Colegio de Francia. Estos últimos, unidos a la inclinación natural de Vuestra Excelencia por las especulaciones del espíritu, le confirmaron sin duda en su vocación de poner al servicio de su País el pesado bagaje de un profundo saber.
Y luego, el amigo fiel, el jurisconsulto, el literato, el filósofo, no dejará en cada una de sus publicaciones -y la obra escrita por Vuestra Excelencia es considerable- de evocar el pensamiento francés y de referirse a sus fuentes.
Hombre político, tribuno escuchado por las «élites» y por las masas, los discursos de Vuestra Excelencia mencionarán casi siempre a Francia y exaltarán a menudo sus instituciones.
Jefe de Estado (Presidente Constitucional de la República por tres veces) Vuestra Excelencia ha sabido acordar a la Representación francesa en el Ecuador el privilegio de su elevada bondad. Y es con generosa comprensión de los problemas de mi País que ha sostenido los puntos de vista franceses en las Reuniones Internacionales y que ha secundado los esfuerzos de mi embajada en el orden económico y cultural.
14 de julio de 1944, fiesta nacional ecuatoriana
Señor Presidente: he tenido por dos ocasiones la feliz oportunidad de estar acreditado ante Vuestra Excelencia. Podría pues, con entero conocimiento de causa y con peligro de herir su seductora modestia, evocar aún muchas otras razones de profunda gratitud que Francia debe y guarda a la persona de Vuestra Excelencia. ¿Será posible, por ejemplo, dejar de recordar que hace diez años en la aurora de la liberación de París, Vuestra Excelencia decretó el 14 de Julio de 1944, fiesta nacional ecuatoriana? Que se empeñó en que su País fuese el primero de este Continente en reconocer al Gobierno Provisional de la República Francesa? Que el mismo 14 de Julio de 1944 enviaba a Argelia su Ministro Plenipotenciario ante el General de Gaulle?
Voy a tener el honor, señor Presidente, de entregar a Vuestra Excelencia las insignias de su nueva dignidad. Es este sin duda, para el Embajador de Francia un raro privilegio. Es también para aquél a quien Vuestra Excelencia ha honrado desde hace largo tiempo, con su confianza, un gran placer y ocasión de formular, para su felicidad personal y la grandeza creciente de su Patria, sus más ardientes votos.
Quedo vivamente impresionado por el carácter solemne que el Jefe del Estado ha querido dar a esta Audiencia extraordinaria. Este acto quedará fijo en mi espíritu y en mi corazón como una nueva prueba del gran afecto que Vuestra Excelencia siente por mi País.
La mujer francesa
José María Velasco Ibarra
EI extranjero que viene a Francia en busca de placeres, los halla abundantes, porque Francia da todo con generosidad y abundancia. Salido del suelo francés, este extranjero tan benévolamente acogido, y que ha recibido lo que ha pedido, jamás se acuerda de la gratitud que debe al noble país en que pasó horas agradables sino que inicia la labor de desprestigiar a Francia. París, es una Sodoma; el francés, superficial y ligero; la francesa, una degenerada; Francia toda, una podredumbre.
Nada más insensato que esto. ¿Cuál es el primer aspecto afirmativo, positivo, que presenta París? El de una inmensidad hermosa, armónica, elegante: el Arco de la Estrella, la Concordia, el Luvre, el bulevard St-Germain, el bulevard St-Michel… ¿Cuál es una de las cosas que más llama la atención en ciertos muros de la urbe enorme? El anuncio de los cursos, de las conferencias que incesantemente se dan en diversos centros sobre todo gran asunto humano, científico. Y a esos cursos asisten aglomeradas multitudes de hombres, mujeres, sacerdotes. Sí: las mujeres toman parte activa en el intenso movimiento intelectual y social de Francia. En la Universidad de París, en el Instituto Católico, las elegantes salas, los más difíciles cursos cuentan con la asistencia de mujeres, que toman notas, son ejemplo de disciplina, formulan objeciones, piden aclaraciones, indudablemente, la mujer francesa es víctima de las generalizaciones calumniosas, absurdas, superficiales de los extranjeros.
El profesor Fauconnet, modelo de discreción científica, de serenidad, de ponderación, explicando la pedagogía francesa, dijo el 5 de Octubre en la Sorbona: la familia francesa no es la de los novelistas ni la descrita por ciertos extranjeros, que la aprecian mientras cruza el ferrocarril con toda velocidad. No: la familia francesa, agregó es un grupo reducido, muy cerrado, y que se reserva ella la educación moral y religiosa del niño, encargándola al Estado la instrucción y que complemente la educación mientras el niño está en la escuela. He aquí la primera característica de la mujer francesa formar una familia muy cerrada, que se reserva la educación del niño. ¡Mujer conservadora!… gritarán los noveleros. ¡Sí: conservadora!… Pero día llegará, aplacados los bolchevismos y las locuras yanquis, en que nadie se explique cómo se haya podido sostener seriamente que la mujer ha de ser igual al hombre y que la educación es función exclusiva del Estado. La mujer ante todo ha de ser Madre: Madre ilustrada, consciente, fundamento de la Patria, depósito de todas las virtudes de la raza; y la única educación que queda es la que el hijo recibe de sus Padres. ¡Fanatismos! gritará la novelería superficial. ¡Sea! pero fanatismo que acaba de ser defendido por Keyserling en ese libro estupendo, sanción de la locura yanqui y de la locura bolchevique.
La mujer francesa trabaja con denuedo heroico en una serie de obras que en nada se oponen a la maternidad, sino que son o un antecedente o una consecuencia de una maternidad generosa, noblemente humana.
Aludí ya a la mujer universitaria. La coeducación en la enseñanza superior carece en Europa de todo inconveniente. En la Sorbona sacerdotes, mujeres, jóvenes laicos se sientan en los mismos bancos. Pasa lo mismo en el instituto Católico. Las mujeres se distinguen por su asiduidad en tomar notas y por la disciplina que observan. Pero, sobre todo, la mujer francesa coopera activamente en la magna obra de cultura humana, en que ha emprendido el siglo vigésimo, el más noble de los siglos.
En el Congreso de la Paz por el Derecho, la nota de más intensidad contra la guerra y por el acercamiento franco-alemán, vibró por la labor de las mujeres, que comprendieron mucho más que muchos hombres el informe de Monsieur Ruyssen. Madame Puech es el apóstol de la obra por la Sociedad de las Naciones. Madame Brunschvicg, la esposa del ilustre filósofo, lucha por conquistar el derecho de sufragio para las mujeres. Oí y conocí a Madame Brunschvicg en el Congreso radical. Esta mujer eminente atiende a todo: la familia y su prestigio como célula social, el alojamiento obrero, los flagelos sociales, el alcoholismo, la mortalidad infantil, la salubridad escolar, en suma, cuanto tiende a mejorar la vida gracias al esfuerzo del sentimiento caritativo, es materia de profundo estudio y acción para Madame Brunschvicg y su grupo. Y, ¿qué decir de esa labor conmovedora de las mujeres católicas que han fundado instituciones eficaces para ayudar a la pobre obrera, sostenerla, guiarla y preparar su emancipación económica?… Mujeres, de corazón, velan en otro género de actividad por la protección a los animales. Es ésta para mi una obra capital en la cultura. ¡Qué ser tan merecedor de gratitud y consideraciones es el animal obediente, resignado, bueno! El corazón más generoso que ha palpitado en cuerpo de hombre, San Francisco de Asís, llamaba al animal, hermano: «nuestras hermanas las aves».
La mujer del Ecuador goza de una legislación avanzadísima. La inconsciencia de un tiempo, la novelería de otro, han tenido sus buenos efectos. Póngase la mujer ecuatoriana en armonía con la legislación mediante el estudio, la meditación y el trabajo: conquiste la autonomía de su alma. •
Civilización francesa
José María Velasco Ibarra
Y en resumen, ¿cómo comprende Francia la civilización? ¿cómo la siente? ¿qué conceptos le guían respecto al hombre y respecto a la vida? ¿qué valores afirman? ¿es el espíritu es la materia lo que más influye en la cultura francesa? ¿es la tradición o es el avance la fuerza principal de la raza? ¿es el individuo o es la masa organizada la finalidad última del francés medio?
Son éstas las preguntas que se le ocurren al viajero después de contemplar cada fenómeno biológico que se llama «una nación». Sin razón algunos escritores que acuden a la metafísica en todo y para todo, complicaron el concepto de Nación. La Nación para ellos es una persona, conciencia propia, razón propia, nervios propios, no sé si hasta con estómago propio, distinto del estómago individual. Ficciones inútiles, obscuras; fantásticas peligrosas, que han originado la idea del derecho supremo de la nación aniquilador del derecho de la persona individual. Creo que la cuestión es más sencilla. Lo que se encuentra en la realidad son diversos individuos, clasificados por ciertas semejanzas particulares que no destruyen la unidad de la especie, obedecen, sin duda, al medio geográfico y a las demás circunstancias externas. El espíritu no puede por menos de afectarse por lo externo. Pero el espíritu humano no cesa de reaccionar contra los influjos materiales para obtener su liberación y vincular la sociedad de las almas con los lazos de la simpatía y la cooperación.
Nadie, ni el más extremado bolchevique, podrá negar que existen el grupo humano holandés, y el belga, y el francés, y el italiano, y el español y que los hombres de cada uno de estos grupos sienten de un modo especial la vida sin llegar, por cierto, a romper el común ideal humano. Tuve ya ocasión de escribir sobre el alma holandesa e italiana.
En Francia, lo primero que se nota es la vitalidad de la nación, la energía de la raza. El espíritu do los constructores de las Catedrales ojivales, de esos hombres que igualaron o, acaso, superaron al griego: el espíritu de los filósofos de la Edad media: el de Juana de Arco, el de Racine, de Pascal, no ha muerto, no se ha extinguido. Reverdece y se derrama en escultores como Bernard, Rodin y Bourdelle, en escritores como Maurois, Mauriac y Romains, en inventores como Claude, en filósofos como Brunschvicg. Ese mismo espíritu, de hace siglos, está hoy difundiendo la instrucción popular; sosteniendo y levantando toda clase de casas de Asistencia Pública. Ese mismo espíritu está hoy embelleciendo ciudades. París, después de diez años, deberá ser de nuevo conocido. Ese mismo espíritu está hoy renovando la pintura. Souverbie y, sobre todo, Matisse son Maestros de Europa. Ese mismo espíritu ha producido un Briand, un Valéry.
Y, ¿cómo vive su vida el espíritu francés? Primero, por la libertad. A condición de no violar el Código de Policía, en Francia todos pueden hacer todo. El negro y el blanco son iguales. La libertad para el vicio y para todo lo malo, encuentra su correctivo en la libertad para el ascetismo y para todo lo bueno. Contra la joven que, en algún café, espera el pan con mengua de la dignidad de su alma; la joven que, en la Iglesia, se inclina llena de amor por lo divino, silenciosa, resignada, ejemplar.
En segundo lugar, Francia tiene fe en la razón, en la claridad y la lógica. El francés necesita que la lógica rigurosa y el razonamiento disipen las brumas. Por esto es difícil la verdadera simpatía franco-alemana por la que luchan nobles franceses y nobles alemanes. A primera vista, qué simple es la filosofía de Descartes. Cuando se la penetra qué hondura se encuentra en ella, pero qué hondura tan metódica y racional Por primera vez, el espíritu humano partió francamente de lo inmanente, del yo, es decir, de lo único cierto y claro… al menos, como base…
Con su razón, con su lógica, con su eterna tendencia a las conclusiones lógicas, Francia afirma valores espirituales. Lo diré más – aún a riesgo de que me encuentre paradojo- : Francia afirma valores místicos. Lo místico, ¿no es el término de lo lógico? Lo claro y evidente de Descartes, ¿no terminó en un acto de creencia para justificar el poder de conocimiento?
Acaso por ser una tragedia pero lo cierto es que la vida termina por lo místico. Se cambia de místicas; pero se concluye siempre por la mística. Lenín fue un místico, místico de la felicidad humana por obra del estómago lleno, pero místico siempre. En Francia, ese anhelo audaz de León Blum por la integral justicia entre los hombres, por la paz universal, por la solidaridad obrera, ¿no es una noble y espiritual mística? Esa sed de renovación de los grupos jóvenes, esa sed de verdad, de irse contra el utilitarismo, contra la avaricia, contra la filosofía basada en una ciencia empírica y calculadora, ¿no es una mística sublime? Místico llamo todo aquello que no se justifica plena y rigurosamente por el análisis detallista, pero que, a pesar de las lagunas racionales, arrebata y exalta el espíritu, y estimula al heroísmo. El movimiento místico francés no puede ser más intenso y generoso. Todos los días aparece un libro nuevo de mística espiritual humana. El número de hebdomadarios místicos es imponente: el respeto al individuo, su educación, sus derechos; la paz; la conciliación franco-alemana; la necesidad de todo sacrificio por la amistad franco-alemana y la unión europea, son los temas de los místicos franceses.
La muerte y sucesión del Presidente Doumer, las elecciones del l y del 8 del presente mes, han puesto de relieve ante el mundo entero que la razón, el sentido de mesura y de armonía del francés, han hecho del parlamentarismo la institución perfectible, sin duda, pero la sola adaptable a la Patria en que el servicio público es un deber y no un negocio ni un motivo de exaltación, de privilegios, de viajes y paseos inútiles a costa del infeliz tesoro nacional. Tardieu tan dinámico, persuadido por su cuenta de que el radicalismo y el socialismo son una amenaza para Francia, habla, amonesta, insiste. Pero, se pronuncia el sufragio libre, y se inclina, y presenta su dimisión. He aquí el triunfo de la razón, del individualismo, de la cultura. Tardieu no se cree infalible. Tardieu no se reputa único depositario de la salud. ¡Sí!; no valía la pena de abolir la inquisición y el tormento, para proclamar la infalibilidad del primer farsante que con la máscara de liberalismo, por ejemplo, quiera vivir siempre del poder y proclame que los pueblos no son capaces de regirse a sí mismos y que, si lo hacen, serán castigados con la guerra y con la muerte.
¡En Sudamérica se mató a un tirano sabio, regenerador como García Moreno, que nunca dispuso de un centavo público en su provecho particular, para que surjan, para que sean condecorados, para que resulten revolucionarios, qué hombres, qué infelices, qué tiranuelos!… ¡Degeneración de la raza, sin duda!…
Volvamos a Francia. La gran guerra ha hecho que el francés medio tema lo Exterior y que egoístamente viva en su casa, rica y defendida. Hablar del militarismo francés es, desde luego, absurdo. ¿A quién amenaza Francia? ¿sobre quién quiere imponerse? ¿en qué está su hegemonía? ¿en discutir en defensa de ciertos principios jurídicos y ceder, luego, generosamente? Pero, Francia no debe renunciar a su papel mundial so pena de degeneración. Francia tiene que conquistar para el mundo, no el detalle industrial o científico, sino la orientación racional de la vida. No en vano se es Patria de Paul Valéry y no en vano se mereció el afecto de Goethe cuyo lema fue: «Solo es digno de la libertad y de la vida el que todos los días las conquista, y el que, sin temor al peligro, les consagra primero, su ardor juvenil y luego su sabiduría de hombre y de anciano».