Por Claude Lara (In «Revista Correo Diplomático», año II, N. 7, diciembre 1986, pp. 405-410)

ENTREVISTA A UN DIPLOMÁTICO FRANCÉS
Palabras recogidas por Daniel Levert.

Traducción: Claude Lara

El señor Egon Eilenberg, Director de Publicación de la revista «Diplomatic Observer», y amigo personal, me envió el último número de esa gran publicación redactada y editada en la República Federal de Alemania. Para conmemorar los quince años de existencia de la revista, se ha lanzado una edición en francés y, en este primer número, que trata de varios temas internacionales, les pareció interesante dar a conocer la experiencia de un notable diplomático galo. Se inserta la traducción de la entrevista hecha al ex-embajador Hervé Alphand, notable embajador del Servicio Exterior de Francia, la misma que puede ser provechosa para nuestros lectores.

La carrera del señor Alphand

Embajador de Francia en Washington durante diez años, Hervé Alphand recuerda algunos momentos que han marcado su carrera. Traza el retrato del diplomático ideal.

En 1936, Hervé Alphand no llegaba a los treinta años. Cuando era Inspector de Finanzas, Léon Blum lo nombró director de Asuntos Comerciales y ahí aprendió el arte de la negociación. Así entra en la carrera diplomática. Director General de Asuntos Económicos del quai d’Orsay, luego primer Embajador de Francia ante la OTAN y posteriormente, antes de ser embajador de Francia en la capital norteamericana, había sida nombrado embajador ante la Organización de las Naciones Unidas, puesto que ocupó de 1955 a 1965. Llamado nuevamente a Francia, fue designado Secretario general del Quai d’Orsay (1). Pasados los ochenta años, Hervé Alphand evoca una carrera marcada por los grandes momentos que configuraron la postguerra.

Usted es una figura legendaria de la diplomacia francesa ¿como usted concibió su papel de embajador durante su carrera?
Recuerdo una de las fórmulas de mi colega portugués en Washington. Decía: «Un embajador debe decir la verdad al gobierno receptor sin ofenderlo y debe decir la verdad a su propio gobierno con el riesgo de ofenderlo». Creo que esta fórmula contiene todas las cualidades que debe tener un diplomático.

Desde esa óptica de la función diplomática ¿recuerda usted un período particularmente tenso?
Recuerdo que en 1956, cerca de la frontera argelina, aviones franceses habían bombardeado una pequeña ciudad tunecina y el gobierno norteamericano había reaccionado con extrema violencia. Fielmente comuniqué eso a mi gobierno. Por supuesto que en el marco general de la política de la Argelia francesa, se cometió un grave error. Dije entonces lo que pensaba.

¿Llegó usted a estar en desacuerdo con el gobierno que representaba?
Ocurrió, y si eso chocaba con mi conciencia, debía retirarme. Cuando estuve en desacuerdo con el gobierno de Vichy, presenté mi dimisión. Pero, es muy raro que el desacuerdo sea tan importante como para exigir la separación. Sin embargo, si algo choca profundamente nuestra conciencia no hay que vacilar … Durante los proyectos acerca de la Comunidad Europea de Defensa estaba en desacuerdo con las soluciones preconizadas por el señor Mendés-France y lo dije, eso ocasionó mi separación. La decisión venía de él, entonces …

¿Cuáles son los hombres que más han influido en su carrera?
Evidentemente el general de Gaulle, sin duda alguna es quien influyó profundamentamente en mi carrera. Era un personaje gigantesco, une de los más grandes hombres de nuestra historia y fue un privilegio extraordinario abordarle, hablar con él, trabajar bajo sus órdenes y recibir sus instrucciones. Ahora, entre los diplomáticos, cuando era más joven, aun desde que era niño, un amigo de mi padre, que se llamaba Philippe Berthelot, me influyó mucho. Fue para mí un modelo, nunca hubiera pensado que un día sería Secretario General del Quai d’Orsay, como lo fue él. Cierto es que ocupé este puesto en circunstancias muy distintas, puesto que en materia de política exterior el Presidente de la República de aquella época no tenía ni los privilegios que posee actualmente ni las responsabilidades que asume ahora. Claro está que en aquel entonces, el Secretario General del Quai d’Orsay tenía más poderes que los que he tenido.

¿Y entre las personalidades extranjeras?
John Kennedy. Estuve en Washington durante todo el período de su presidencia y me impresionó su juventud, su brillo, su ambición. ¡Arrastraba todos los corazones tras él! Tenía una visión muy amplia de la función presidencial estadounidense, por desgracia no acabó su tarea. Fue lo que Stendhal llamaba «un brillante tal vez «, un personaje fascinante.

En nuestros días tenemos la impresión que todo se trata en la cumbre, al nivel de los jefes de Estado, ¿el embajador aún desempeña un papel?
En todos los tiempos, los jefes de Estado se encontraron. Vea la historia de Francia: la entrevista de la Sábana de Oro, era ya un encuentro cumbre entre Francisco Iº y Enrique VIIIº de Inglaterra, la balsa de Tilsit entre Napoleón I y el Zar Alejandro, Yalta … Por supuesto ahora tienen más facilidades. El teléfono, los «jets» vuelven más fáciles los encuentros. Sin embargo, los embajadores desempeñan aún un gran papel. Primero están presentes permanentemente y en cualquier momento pueden encontrarse frente a un acontecimiento imprevisto y deben poder dar el punto de vista de su gobierno. Luego, se incrementó la amplitud de sus responsabilidades, puesto que se ocupan de los asuntos económicos, cuestiones militares y estratégicas, problemas científicos, atómicos y otros. También, constantemente deben dar a conocer a su propio gobierno, las reacciones del gobierno receptor. Por consiguiente, esas funciones son idénticas. En ciertos países, como Estados Unidos, la radio y la televisión tienen un gran papel, hay que hablar a menudo, presentarse, hacer oír la voz de Francia.

¿Se trata más de representar que de negociar?
También hay que negociar. Por ejemplo, el general de Gaulle me encargó negociar un gran número de tratados con Estados Unidos, y si es cierto que tenía el apoyo de expertos del Quai d’Orsay, la negociación se entablaba bajo mi responsabilidad. Se tiende a reducir la función del embajador, pero siempre es importante.

¿Usted ha vivido situaciones de crisis que exigieron una reacción inmediata?

Viví la crisis de Cuba. Anticipé lo que, poco después, el general de Gaulle dijo al enviado del Presidente Kennedy: dije que debíamos mantenernos firmes, y que en opinión del gobierno francés no habría guerra, pero si por desgracia estallara, Francia estaría junto a los Estados Unidos. Pude decirlo inmediatamente porque felizmente -y es muy importante» estaba constantemente al tanto de lo que pensaban el general y el señor Pompidou gracias a los informes referentes a sus conversaciones con los hombres de Estado extranjeros y con los embajadores. Cada semana recibía por la valija diplomática o, a veces, cada día por telegrama indicaciones precisas sobre las opiniones de mi gobierno. Así estaba segura de no equivocarme.

¿Usted cree que esa práctica ha desaparecido?
No sé, temo que los embajadores de Francia no estén tan bien informados como antes. Me parece que esta manera de trabajar era excepcional y eso también se debía mucho a los Ministros de Relaciones Exteriores, quienes eran primero: el señor Couve de Murville, luego, los señores Michel Debré y Maurice Schuman. Estaban muy atentos a tener al corriente a los embajadores de lo que ocurría en París.

Muchas veces durante el septenio actual se han nombrado embajadores políticos
Philippe Berthelot, cuando se le quiso imponer el ingreso a un extraño en la carrera decía: «Sí es muy inteligente, es una cosa que se puede admitir, en cuanto a los mediocres, ¡no nos faltan!». Es por supuesto una ocurrencia, pero creo que la negociación es algo que se aprende, la representación diplomática también se aprende y no se puede tomar a cualquiera para desempeñar esta función, ¡es un error fundamental! En este sentido se ha exagerado mucho, no digo que no hay excepciones, hombres notables, perfectos negociadores que están bien en su sitio, pero es sumamente raro. La mayoría de las veces ha sido una equivocación recargar la carrera con elementos extraños y desalentar el ingreso. Los jóvenes se dice que no llegan ni a ocupar un puesto importante, ya que se toma a cualquiera para ponerle en cualquier parte con el título y la dignidad de embajador. Es totalmente increíble, cuando se piensa en personas que han trabajado durante cuarenta años y que son Secretario o Consejero en una pequeña Embajada de América del Sur o de Africa. ¡Es inadmisible!

En su época, la embajada de Francia tenía la reputación de ser un sitio de buena acogida para artistas.
Eso forma parte de los deberes de un embajador: recibir a los franceses de paso, cualquiera que sea su tendencia política. Recibía tanto a gente de la oposición como personas del gobierno, a los artistas como a los científicos, a los hombres de negocios como a los sindicalistas, eso era enteramente natural de mi parte. Bajo el techo de la Embajada se hospedaron al mismo tiempo Maurice Chevalier y Jacques Rueff, no eran del mismo género, pero se entendieron muy bien. Muchas compañías de teatro se encontraron; recuerdo haber recibido a Jean-Louis Barrault, Madeleine Renaud, la Comedia Francesa. Un 1. de enero, en la noche, fecha en la cual teníamos la costumbre de recibir sólo al personal francés de la embajada, me permití montar una farsa. Robert Dhery y Colette Brosset de los Branquignoles vinieron y les presentamos como primas de provincia, de paso por Washington. Han interpretado este papel toda la noche de una manera inenarrable y los reconocieran solamente al final, ¡cuando dije quiénes eran!

Acerca de las relaciones Francia-Estados Unidos ¿qué se puede hacer para redorar el blasón de Francia?
Creo que se hace lo necesario. Las grandes conmemoraciones recordaron que la estatua de la Libertad fue obsequiada por Francia. Lo que los norteamericanos no sabían: un sondeo indicó que sólo 8 % de los norteamericanos sabían que la estatua venía de Francia y ahora el 90 % debe conocerlo. Por otra parte, creo que es necesario enviar compañías francesas de teatro, cantantes, incrementar los intercambios comerciales. Existen numerosos campos a desarrollar y que actualmente se desarrollan perfectamente, tenemos buenos embajadores. Hubo momentos de confusión, como quince veces cuando estuve en Estados Unidos y, al cabo de algunas semanas, las cosas regresaban a la normalidad. La amistad franconorteamericana es constante y tiene raíces tan profundas para que un embrollo dure mucho tiempo. Hay momentos en los cuales el embajador debe desaparecer por una escotilla y esperar que terminen los remolinos.

Como Embajador usted tuvo que a veces esconderse en esta escotilla.
Por supuesto. Esperaba sencillamente dos semanas y al final de ese tiempo todo regresaba a la normalidad. En la época del general de Gaulle, había crisis todas las mañanas durante mi desayuno, lo que me impedía aburrirme. El día que el general declaró, en oposición a la opinión de Kennedy, que creía inconveniente la entrada de Inglaterra al Mercado Común, el día en que rechazó la oferta hecha por los norteamericanos para instalar cohetes Polaris en los submarinos franceses; las declaraciones, respecto al oro, hechas por el general quien preconizaba una devaluación del dólar en relación al metal amarillo provocaron un malestar espantoso, ¡los norteamericanos creyeron que teníamos algo contra su dólar!

¿Y si usted debiera aconsejar a un joven que desea ingresar a la carrera diplomática?
Una última ocurrencia de Philippe Berthelot: «Para ser diplomático no basta ser tonto, también es necesario ser educado». Yo creo que es necesario ser educado, el protocolo juega cierto papel, pero sin duda la inteligencia no es inútil.

(1) En esta calidad, el Embajador Hervé Alphand firmó con el Embajador Jorge Carrera Andrade «el Acuerdo Cultural entre el Gobierno de la República del Ecuador y el Gobierno de la República Francesa», el 5 de julio de 1966. Ver: Histórica conmemoración: 40 años de la primera comisión mixta Franco-Ecuatoriana, 1966-2006, A. Darío Lara, Crear Gráfica editores, Comisión Nacional Permanente de Conmemoraciones Cívicas. Quito-Ecuador, abril 2006; y particularmente «un capítulo brillante de nuestra diplomacia»; págs. 9-24.
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