1934 Michaux & Gangotena. Hay alguien que sangra.

Traducción por Claude Lara Brozzesi. (En Revista France-Ecuador [Les Droits de l’Homme]; nº 1, 1998, págs. 89-96)

Para nuestros lectores, interesados en las múltiples facetas del diálogo poético entre Francia y el Ecuador, traducimos posiblemente por primera vez en nuestro idioma, la original y penetrante presentación de su gran amigo Henry Michaux, publicada en la revista: «Les Cahiers du Sud», febrero 1934. El texto francés está reproducido en: «Alfredo Gangotena -Poémes français ll: Orogénie et autres textes». Edition établie par Claude Couffon. Orphée/La Différence, 1992: págs 12-16.

«La mayoría de los escritores antes de leerlos, usted ya los conoce de memoria, le machacan los oídos con todo lo que le van a decir, por ya haberse dicho y por volverlo a decir con pequeñas comas añadidas o quitadas a fin de interesar e instruir a la raza innominable de los espíritus ignorantes de lo esencial pero coleccionadores, que por comparación llamamos: la Crítica.

Un hombre original es muy raro.

Un poeta original, contrariamente a lo que se piensa lo es mucho más. Expresarse exige un esfuerzo, un concurso de fuerzas y facultades, exige una cultura, paciencia y por encima de todo, la sumisión a un idioma creado por otros, en otra época, convencional, filtrado y multiplicado a la vez; destinado a las masas o por lo menos a una sociedad útil y agobiada de compromisos.

Cierta nivelación de los escritores parece por lo tanto inevitable.

No sólo son eliminados los seres excepcionales, sino también los estados excepcionales.

Un escritor con 42 grados centígrados de fiebre se halla en estado general muy interesante; pero, ¿Qué nos diría? Aproximadamente nada.

Bajo los efectos del éter, se siente transportado. De repente da un salto. ¡Ah! ¡Este salto mirífico! Pero escribirlo, imposible.

Opiómano, asiste a lo inaudito. No lo escribirá. No lo puede.

Ebrio, no escribe ¿Loco? Tampoco. Pocos locos escriben (y por lo demás, como los hombres sanos, observando la ley del menor esfuerzo, escriben lo que pasa en su periferia y no en su centro). No tienen ya fuerza alguna. Sobre todo no tienen ya la inclinación. Su ser busca su equilibrio sin palabras. Se privan de ellas. Pero desearían usarlo, el lenguaje degrada en seguida el estado que se quería restituir. Mas allá de cierta extravagancia, las palabras no restituyen.

Soñando, no se escribe. El místico con éxtasis no escribe. Encantado no se escribe. Si escribe después, después, uno obtiene todo salvo eso.

Los moribundos no escriben y sin embargo ¡qué momento es una agonía!

Y así del resto.

Por tanto la literatura pertenece a los individuos comunes. Alfredo Gangotena, es uno de los pocos poetas que he encontrado y que no me pareció un ser ordinario y construido como todo el mundo.

Cantidad de reacciones y reflejos se producían en él de muy distinto modo que en los otros hombres. Una desesperación irrespirable y bien adentro estaba ahí; y que le cegaba brazos y piernas.

Tiemblan los muros y las hojas
Os digo y aseguro
Hay alguien que sangra (1).

Lo he visto mirar guijarros con una simpatía verdadera y que dejaba helado (un alienista habría reflexionado de otra manera). Lo he visto mirar a amigos de su familia, estos eternos habladores ecuatorianos, como quien mira a las piedras, una mirada fría y rígida a ciento por ciento, vacía, rascada de cualquier impresión vivificante: mirada espantosa y como mortal.

Estar de pie o aun sentado era para el una seria coacción. Sólo está bien yacente. Se tendía en el suelo cada vez que tenía la ocasión de estar solo, la cabeza apoyada en un árbol o en el pie de una butaca.

A su primer libro lo llama Orogenia, el libro de la tierra. Tierra exterior -Gangotena habita en el magnífico y casi espantoso país de altas mesetas desnudas y de volcanes que es el Ecuador- Tierra interior también por una especie de petrificación personal y por que el desesperado y el maldito (había sido maldito, por lo demás sin motivo, pero creía firmemente en esta maldición) tienen naturalmente como símbolo la piedra. Cuando Gangotena sale de su universo geológico. ¿Se humaniza? ¿Se siente atraído por el animal o el hombre? No, para él, el animal no existe, salvo algún animal particularmente amargo que sólo existe en función de sus humores y como un crisol de venenos «aquí el escorpión, la tarántula…»

Porque Gangotena tiene el sentimiento físico del veneno, del veneno esencial de la desagregación celular, molecular y química. (Gangotena es igualmente ingeniero en la Escuela universitaria de Minas).

Se siente arrastrado por la flor. Pero ahí, cambio inaudito, delicias que abundan, que tiemblan, excesivas.

Ni siquiera un chino tiene este fervor inaudito. Un encantamiento amoroso lo agarra en el jardín, una comunión extática (no hay otra palabra) y su madre era igual, espectáculo al cual se asistía penetrado de un no se qué, e incómodo por no captarlo mejor. La flor, el tercer sexo, el sexo angelical del mundo.

Todo lo que es positivo en el universo gangoteniano es angelical y floral. Lo negativo, es maldito y mineral. Sin embargo en Ausencia hay alguien. Su novia. Novia sublimada, como aquella que aparece en los poemas de Poe, que leímos conjuntamente cuantas veces, ser diáfano del cual no conocemos nada, hecho de soplo y flores.

Oh dulce mujer bajo mis miradas!
Como las blancas flores de silencio
y de seda
Que apoyan sus jadeantes corolas.
En el perezoso tallo de ¡as palmeras,
Inclinas sobre mi hombro la fresca aérea de tu rostro.

Cercana está en la lejanía.

Blanco y secreta como la nieve de una estrella nueva, y situada en un tal absoluto, que es puramente esencial, desprovista de atributos.

Aquí mejor que en otra parte se ve esta tendencia al éxtasis, este deseo de subliminar cualquier cosa, de llevarla hacia el mas allá.

En los poemas de Gangotena no hay casi nada que «asir».

Voces innumerables,
Envejecidos ecos de las nebulosas,
Cristalinos ecos en los ríos y torrentes.
Voces innumerables marchaban a su muerte,
marchaban a perderse
En las yermas arenas de antaño.

El descentra, lleva todo hacia otro mundo, tiene el vocabulario gaseoso o angelical aliento, brisa, nube, soplo,… lo que exhala… Pero en medio de estos espacios ilimitados, de este dominio celeste, pasan los desechos pasados y duros de los complejos de su adolescencia que vuelven fuera tal vez de cierta fluctuación en el idioma (que no es su lengua materna), bien difícil la comprensión de sus poemas.

Por ejemplo, el complejo sangre-enfermedad-maldición. El autor cuando joven sufrió de varias enfermedades como la hemofilia. Esta enfermedad atroz le ponía a la merced de un diente arrancado, de una simple inyección por lo cual su sangre fluía enseguida, sin remedio, sin detenerse, sin cesar (al abrigo de la muerte detrás de esta endeleble y una cortina de la epidermis), enfermedad que lo sumía en un temor continuo y prácticamente fuera del mundo, le ha marcado para siempre. Estas ideas fijas de la sangre y otras pocas, cuidadosamente disimuladas y disfrazadas por la vergüenza y por las que no se saca pecho, como tampoco de la guerra química o de una lesión de ríñones, están camufladas en símbolos y palabras tomadas sucesivamente en diferentes sentidos, pesan en todos sus poemas y para quien los lee con atención, del peso de una espantosa carga; la sangre esta en todas partes.

Me llama la sangre
La sangre de los días de éxtasis,
más acompasada que la mar.
La sangre que no olvida jamás y
que me invade con su color terrible.
¡Que este inútil viaje de los ojos
termine pronto!
Así el paciente corazón anhela
volver a ver su sangre
Y gozar de una codiciada sombra
más dulce -más
propicia en su temblor una quejumbre.

Os digo y aseguro:
Hay alguien que sangra.»

NOTAS:

(1) Ver nuestras observaciones a la traducción del doctor Gonzalo Escudero -publicada en Poesía. Editorial Casa de la Cultura Ecuatoriana, Quito, 1956; pág. 243- en el artículo: «El Renacimiento de Alfredo Gangotena» Revista de AFESE Nº26, 1996, notas 3, 4,5, 6, 7 y 8 págs. 131-133.

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